Por: Atilio Borón
El PIB pasó de 9.525 millones de dólares en 2005 a 30.381 en 2013 / Su
gobierno ha sido, sin duda alguna, el mejor de la convulsionada historia
de Bolivia.
Caracas, 13 de octubre de 2014.-
La aplastante victoria de Evo Morales tiene una explicación muy
sencilla: ganó porque su gobierno ha sido, sin duda alguna, el mejor de
la convulsionada historia de Bolivia. “Mejor” quiere decir, por
supuesto, que hizo realidad la gran promesa, tantas veces incumplida, de
toda democracia: garantizar el bienestar material y espiritual de las
grandes mayorías nacionales, de esa heterogénea masa plebeya oprimida,
explotada y humillada por siglos.
No se exagera un ápice si se dice que Evo
es el parteaguas de la historia boliviana: hay una Bolivia antes de su
gobierno y otra, distinta y mejor, a partir de su llegada al Palacio
Quemado. Esta nueva Bolivia, cristalizada en el Estado Plurinacional,
enterró definitivamente a la otra: colonial, racista, elitista que nada
ni nadie podrá resucitar.
Un error frecuente es atribuir esta
verdadera proeza histórica a la buena fortuna económica que se habría
derramado sobre Bolivia a partir de los “vientos de cola” de la economía
mundial, ignorando que poco después del ascenso de Evo al gobierno
aquella entraría en un ciclo recesivo del cual todavía hoy no ha salido.
Sin duda que su gobierno ha hecho un
acertado manejo de la política económica, pero lo que a nuestro juicio
es esencial para explicar su extraordinario liderazgo ha sido el hecho
de que con Evo se desencadena una verdadera revolución política y social
cuyo signo más sobresaliente es la instauración, por primera vez en la
historia boliviana, de un gobierno de los movimientos sociales.
El MAS no es un partido en sentido
estricto sino una gran coalición de organizaciones populares de diverso
tipo que a lo largo de estos años se fue ampliando hasta incorporar a su
hegemonía a sectores “clasemedieros” que en el pasado se habían opuesto
fervorosamente al líder cocalero.
Por eso no sorprende que en el proceso
revolucionario boliviano (recordar que la revolución siempre es un
proceso, jamás un acto) se hayan puesto de manifiesto numerosas
contradicciones que Álvaro García Linera, el compañero de fórmula de
Evo, las interpretara como las tensiones creativas propias de toda
revolución.
Ninguna está exenta de contradicciones,
como todo lo que vive; pero lo que distingue la gestión de Evo fue el
hecho de que las fue resolviendo correctamente, fortaleciendo al bloque
popular y reafirmando su predominio en el ámbito del estado.
Un presidente que cuando se equivocó -por
ejemplo durante el “gasolinazo” de Diciembre del 2010- admitió su
error y tras escuchar la voz de las organizaciones populares anuló el
aumento de los combustibles decretado pocos días antes.
Esa infrecuente sensibilidad para oír la
voz del pueblo y responder en consecuencia es lo que explica que Evo
haya conseguido lo que Lula y Dilma no lograron: transformar su mayoría
electoral en hegemonía política, esto es, en capacidad para forjar un
nuevo bloque histórico y construir alianzas cada vez más amplias pero
siempre bajo la dirección del pueblo organizado en los movimientos
sociales.
Obviamente que lo anterior no podría
haberse sustentado tan sólo en la habilidad política de Evo o en la
fascinación de un relato que exaltase la epopeya de los pueblos
originarios. Sin un adecuado anclaje en la vida material todo aquello se
habría desvanecido sin dejar rastros. Pero se combinó con muy
significativos logros económicos que le aportaron las condiciones
necesarias para construir la hegemonía política que ayer hizo posible su
arrolladora victoria.
El PIB pasó de 9.525 millones de dólares
en 2005 a 30.381 en 2013, y el PIB per Cápita saltó de 1.010 a 2.757
dólares entre esos mismos años. La clave de este crecimiento -¡y de esta
distribución!- sin precedentes en la historia boliviana se encuentra en
la nacionalización de los hidrocarburos.
Si en el pasado el reparto de la renta
gasífera y petrolera dejaba en manos de las transnacionales el 82 % de
lo producido mientras que el Estado captaba apenas el 18 % restante, con
Evo esa relación se invirtió y ahora la parte del león queda en manos
del fisco.
No sorprende por lo tanto que un país que
tenía déficits crónicos en las cuentas fiscales haya terminado el año
2013 con 14.430 millones de dólares en reservas internacionales (contra
los 1.714 millones que disponía en 2005). Para calibrar el significado
de esta cifra basta decir que las mismas equivalen al 47 % del PIB, de
lejos el porcentaje más alto de América Latina. En línea con todo lo
anterior la extrema pobreza bajó del 39 % en el 2005 al 18 % en 2013, y
existe la meta de erradicarla por completo para el año 2025.
Con el resultado de ayer Evo continuará
en el Palacio Quemado hasta el 2020, momento en que su proyecto
refundacional habrá pasado el punto de no retorno. Queda por ver si
retiene la mayoría de los dos tercios en el Congreso, lo que haría
posible aprobar una reforma constitucional que le abriría la posibilidad
de una re-elección indefinida.
Ante esto no faltarán quienes pongan el
grito en el cielo acusando al presidente boliviano de dictador o de
pretender perpetuarse en el poder. Voces hipócritas y falsamente
democráticas que jamás manifestaron esa preocupación por los 16 años de
gestión de Helmut Kohl en Alemania, o los 14 del lobista de las
transnacionales españolas, Felipe González.
Lo que en Europa es una virtud, prueba
inapelable de previsibilidad o estabilidad política, en el caso de
Bolivia se convierte en un vicio intolerable que desnuda la supuesta
esencia despótica del proyecto del MAS. Nada nuevo: hay una moral para
los europeos y otra para los indios. Así de simple.
Siguenos a traves de nuestro twitter @elparroquiano
Si deseas comunicarte con nosotros ya sea para denunciar, aportar o publicitar con nosotros, escribenos aca: eparroquiano5@gmail.com