viernes, 2 de agosto de 2013

No importa si eres casado o soltero, debes leer esta historia, te impactará mucho

Cuando llegue a mi casa esa noche, mientras que mi esposa me servía la cena, tomé su mano y le dije, “tengo algo que decirte”. Ella se sentó y comió callada. La observe y vi el dolor en sus ojos. De pronto no sabía cómo abrir mi boca. Pero era mi deber expresarle lo que pensaba: “Quiero el divorcio”, le expresé. Ella no parecía estar disgustada por mis palabras y me pregunto suavemente “¿Por qué?, esas no son cosas de un hombre como tú”.
Esa noche no hablamos, ella lloraba. Yo sabía que merecía saber lo que sucedía con nuestro matrimonio, pero se me hizo imposible responderle.
La verdad es que mi corazón ya no le pertenecía a ella, yo tenía otra y su nombre era Andreína. Por mi esposa sólo sentía lástima. Con mucha sensación de culpa escribí un acuerdo de divorcio en el que ella se quedaba con la casa, el carro y la mitad del negocio familiar. Ella agarró el papel, lo miró y seguidamente lo rompió en mil pedazos.

Hacía 10 años que estábamos juntos, pero aunque parezca lo contrario, éramos como extraños. Sentía lástima por ella, por todo su tiempo y energía perdidos, pero me era imposible cambiar, amaba a Andreína. De repente me miró, sus ojos se aguaron, se abalanzó en mi dirección, comenzó a golpear mi pecho con sus puños cerrados mientras gritaba y lloraba de desesperación, sentí que era un acto de desahogo. Mi corazón ni se inmutó, ahora sí estaba seguro que debíamos divorciarnos.
Al día siguiente cuando llegué a casa la encontré sentada a la mesa del comedor escribiendo algo en un papel, no cené y me fui directo a la cama, estaba muy cansado ya que venía de haber estado con mi amante. Durante la madrugada me desperté para ir a tomar un poco de agua, ella continuaba en el mismo sitio aun escribiendo, no me importó y volví a dormir como si nada.
A la mañana siguiente cuando desperté me la encontré esperándome en la sala con sus condiciones para el divorcio. No quería nada de mí, pero me pedía un mes de plazo antes de que procediera con la demanda. También exigía que durante ese tiempo tendríamos que convivir como si nada y llevarnos con total normalidad.
Su razón era muy simple, nuestro hijo tenía exámenes de lapso durante todo ese mes y no quería molestarlo con nuestro matrimonio destruido. Yo accedí, pero ella tenía otra petición, que recordara cuando la cargué a nuestro cuarto el día que nos casamos, así que durante ese mes yo tendría que llevarla cargada de la habitación hasta la puerta de la casa todos los días.
Pensé que se había vuelto loca, pero para que la fiesta se diera en paz, acepté. Le conté a Andreína lo que mi esposa había pedido, comenzó a reírse a carcajadas y dijo que esa petición era una ridiculez, que no le importaban los trucos que mi esposa usara, tendría que afrontar el divorcio.
Mi esposa y yo no habíamos tenido contacto físico desde que le pedí el divorcio, así que el primer día cuando la cargué hasta la puerta de la casa ambos nos sentimos un poco mal. Nuestro hijo se emocionó mucho, tanto que caminaba detrás de nosotros aplaudiendo y diciendo “papá está cargando a mi mami en sus brazos”. Escuchar sus palabras me causó mucho dolor. Caminé esos 10 metros con mi esposa en brazos, ella cerró los ojos y me dijo en voz muy baja: “No le digas aún a nuestro hijo lo del divorcio”. Asentí con la cabeza un poco disgustado, la bajé en la puerta y se fue a esperar el bus para ir a su trabajo.
Me fui sólo en el carro al trabajo. El segundo día, ambos estábamos más relajados, ella apoyó su cabeza contra mi pecho y pude sentir la fragancia de su blusa. Me percaté que hacía tiempo que no la miraba detalladamente. Me di cuenta que ya no era tan joven como antaño, que tenía algunas arrugas y otras canas. Era notable el daño que le había causado nuestro matrimonio. Por un momento pensé y me pregunté “¿Qué fue lo que le hice?”.
Al cuarto día cuando la cargué sentí que el deseo estaba volviendo. Esta era la mujer que me había dado 10 años de su vida. En los días quinto y sexto, seguía creciendo nuestra intimidad. No le comenté nada a Andreína de eso. Cada día era más fácil cargar a mi esposa y el mes se iba terminando a toda velocidad. Pensé que me había acostumbrado a cargarla y por eso era menos notable cargar el peso de su cuerpo.
Una mañana, ella estaba buscando qué ponerse, ¡Se había probado muchos vestidos pero no le servían! Quejándose dijo, “mis vestidos se pusieron grandísimos”. Y ahí fue que caí en cuenta que estaba muy delgada y que esa era la razón por la que me era tan fácil llevarla en brazos. De pronto entendí que le había causado mucho dolor y amargura. Sin darme cuenta le toqué el cabello. Nuestro hijo entró a la habitación y dijo: “Papá, es hora de llevar a mi mamá cargada hasta la puerta”.
Para mi hijo ver a su padre llevar cargada a su madre día tras día hasta la puerta se había vuelto una parte esencial de su vida. Mi esposa lo abrazó, lo besó mientras yo volteaba mi cara por temor de que cambiara mi forma de pensar sobre el divorcio. A estas alturas cargarla en mis brazos hasta la puerta se sentía igual que el día de nuestra boda. Ella acariciaba mi cabello de forma suave y natural, yo la abrazaba muy fuerte, igual que la noche de bodas. ¡La abracé y no me moví!, pero la sentí tan livianita, delgada y frágil que me dio tristeza.
Al llegar el último día igual la abracé y sentí deseos de besarla. Le dije que no me había dado cuenta que ya no teníamos intimidad. Mi hijo estaba en la escuela. Me fui manejando hasta la oficina.
Salí del carro sin cerrar la puerta, subí la escalera, Andreína me abrió y le dije: “Discúlpame, lo siento, no quiero divorciarme de mi esposa”. Ella me miró, me preguntó si tenía fiebre, estaba enfermo o drogado y le dije: “Mi esposa y yo nos amamos, era que habíamos entrado en rutina y estábamos aburridos, no valoramos los detalles de nuestra vida. Pero desde que empecé a cargarla desde el cuarto hasta la puerta comprendí que debo cargarla por el resto de nuestras vidas, ¡hasta la muerte!”. Andreína comenzó a llorar, me dio una cachetada muy fuerte, salió corriendo y tiró la puerta mientras me gritaba insultos.
Bajé las escaleras, me monté en el carro, manejé hasta una floristería y le compré un enorme ramo de rosas a mi esposa. La joven que me atendió me preguntó: “¿Qué desea poner en la tarjeta?”, le dije que colocara: “¡Te cargaré todas las mañanas hasta que la muerte nos separe!”. Llegué a casa con las flores en las manos, una sonrisa en los labios, corrí, abrí la puerta del cuarto y cuando entré, ¡encontré a mi esposa muerta!
Mi esposa tenía mucho tiempo batallando contra el cáncer y yo andaba tan ocupado con Andreína que no me di cuenta. Ella sabía que se estaba muriendo y por eso me pidió un mes para el divorcio, para que nuestro hijo no quedara con un mal recuerdo de esos días y eso le afectara por el resto de su vida. Por lo menos le quedaría a nuestro hijo, ante sus ojos, un padre que era un esposo que amaba a su esposa.
Estos son los pequeños detalles que importan en una relación, no el carro, la casa, el dinero en el banco. Las cosas materiales crean un ambiente que aparenta llevarte a la felicidad, pero en realidad, ¡no es así!
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