Viajan de ocho a dieciséis horas en
carro. Acomodan cajas de dinero en escondites dentro del vehículo.
Comparten consejos en grupos de Whatsapp para sortear sin peligro las
alcabalas de la zona. Han aprendido a ser desconfiadas, a no hacer
transferencias en la frontera, a llegar sólo con gente conocida. Saben
lo que quieren: una cirugía plástica. Por eso cruzan a Venezuela desde
el norte de Brasil.
"Hay unas que primero vienen con una
amiga a tocar las puertas con algunos médicos y después regresan con sus
cuidadoras", me explica Alicia, que no se llama así pero me pide
discreción. Ella, desde hace cuatro años, está en el negocio de traer
brasileras que quieren operarse en Venezuela y les ofrece "paquetes
turísticos" que incluyen traslados, alojamiento, drenajes linfáticos y
hasta acompañamiento emocional.
La clínica donde trabaja queda en un
centro comercial de cuatro pisos, ubicado en Altavista, la zona más
pudiente de Puerto Ordaz. En el shopping abundan peluquerías de alta
gama, spas, centros de masajes y tiendas con nutrida oferta de
maquillaje, tintes para el cabello y máscaras rejuvenecedoras.
"Yo también he hecho el servicio de
cuidadora porque de pronto les gusta cómo les hice sus drenajes
linfáticos", cuenta. La "cuidadora" es la persona que está con la
paciente -generalmente por diez días- para atenderla, llevarla al
médico, trasladarla para que se haga los masajes linfáticos y todo lo
que incluye el tratamiento postoperatorio.
Alicia tiene su propio team de
cuidadoras, quienes también viajan hasta Brasil a ofrecer sus servicios.
"Yo estoy en 23 grupos de Whatsapp de gente allá", dice, y me muestra
el teléfono celular con todos los chats. Hay de todo: Piden consejos,
comparten videos, noticias, denuncias y preguntan por qué no pueden
comer esto o aquello antes o después de la operación.
De acuerdo a las más recientes
estadísticas de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética,
en 2014 Brasil se ubicó como el segundo país -sólo superado por EE.UU.-
donde más se realizaron procedimientos quirúrgicos con fines cosméticos,
gracias a sus 2.058.505 intervenciones al año, es decir, 10.6% del
total mundial.
"Yo he tenido que aprender el portugués,
bueno, no es que lo hablo así demasiado, pero me defiendo. Les doy la
información y también es una manera de hacerme publicidad", explica
ella, sentada en una de las dos camillas de su cubículo oloroso a cremas
mentoladas y lleno de toda la suerte de artefactos que se verían en una
cuña de spa.
Las clientes
Alicia jamás se ha sometido a una
cirugía. Es una señora que casi roza los cuarenta años, de baja estatura
y carnes generosas, que sonríe sin problema. Es afable y sabe que eso
es importante para su negocio: "Yo tengo que ganarme la confianza de las
muchachas y ayudarlas para que vayan tranquilas a la operación. Les
ofrezco ayuda emocional porque ellas siempre sienten que se van a
morir".
Ella comenta que trabajó siete años con
un psicólogo y otros siete en el consultorio de un doctor que trataba el
pie diabético. Ahora tiene una unidad de apoyo emocional en una clínica
y viaja con frecuencia a Boa Vista. "Este año, si Dios quiere y la
Virgen, me voy a Manaos".
Las clientes, generalmente, vienen de
esas dos ciudades del norte de Brasil. Aunque también llegan desde
Surinam o de República Dominicana.
La clientela de Brasil abunda porque
mientras una mamoplastia allá cuesta 20.000 reales, se puede hacer en
Venezuela con la mitad "pagando los pasajes, la posada, la faja, la
masajista y los diez días de cuidado", detalla Alicia.
La crisis económica venezolana, que se
ha agudizado el último año por la caída de los precios del petróleo, ha
traído como consecuencia la depreciación del bolívar en el mercado
ilegal de divisas. En la frontera binacional, un real se cambia por 400
bolívares. El diferencial favorece notablemente a las brasileras
interesadas en peregrinarse en pos del bisturí.
Además de Puerto Ordaz, los cirujanos
plásticos de Valencia, Margarita y Caracas también reciben pacientes del
norte de Brasil, sin embargo, para llegar a esas ciudades el viaje es
más largo e incluye un traslado en avión. Por eso, operarse en Guayana
resulta menos complicado.
La única molestia de Alicia es que
últimamente los médicos venezolanos quieren cobrar en dólares casi lo
mismo que cuesta en Brasil. "Todavía sigue siendo económico pero las
clientes se lo piensan por la incomodidad del viaje, el gasto de la
posada o el hecho de estar lejos de sus familias".
El viaje
El sueldo mínimo en Brasil es de 880
reales, equivalentes a unos 245 dólares. Las encargadas de limpieza, que
son las que más viajan a Venezuela para operarse, pueden acumular diez
mil en un año si incluyen los beneficios de vacaciones y prestaciones.
"Aquí dicen que son policías o que
trabajaban para el gobierno, pero cuando ya me agarran confianza me
dicen que son secretarias, que es como les dicen allá a las bedeles.
Otras que vienen bastante son de las que trabajan en las minas, que se
mantienen allá con la prostitución", susurra Alicia en tono de
infidencia.
Pero el viaje se adapta a todos los
bolsillos. Las clientes con más dinero llegan a Puerto Ordaz en avión o
alquilan un servicio de taxi expreso que las lleva desde Santa Elena, en
una travesía que dura unas ocho horas. Las menos pudientes hacen todo
el recorrido en bus que puede demorar 16 horas, o se ponen de acuerdo
con otras para pagar un carro que las deje a salvo en Ciudad Guayana.
"Si les gusta el taxista de ida, lo
contratan de regreso. Yo tengo dos de mi confianza que cobran 40.000
bolívares por persona, de Santa Elena para acá", indica Alicia. Con
cuatro pacientes por viaje, el chofer puede ganar 160.000 bolívares, lo
que equivale a casi cinco salario mínimos mensuales en Venezuela.
Según ella, las pacientes de Manaos se
quedan en hoteles de cuatro y cinco estrellas ubicados en Altavista,
mientras que las de Boa Vista se alojan en posadas del centro de Puerto
Ordaz. Los paquetes de turismo médico más caros también pueden incluir
paseos turísticos a las cascadas del Parque La Llovizna o paradas de la
Gran Sabana.
Las que se operan en Margarita también
se alojan una noche en Guayana y piden servicio nocturno de masajes para
continuar su viaje de vuelta, al otro día, hacia Brasil.
En efectivo, siempre
La última cifra publicada de la
inflación en Venezuela es de diciembre de 2015 y ya superaba el 100%. El
país petrolero, cuya economía depende casi exclusivamente del crudo, se
ha visto gravemente afectada por el derrumbe sostenido de las
cotizaciones del mercado, que apenas ahora empiezan a repuntar.
El gobierno, además, ha denunciado la
componenda entre los grandes empresarios privados y la oposición
política para boicotear la economía como mecanismo para forzar la salida
del gobierno del presidente Nicolás Maduro, y el bloqueo financiero
silencioso de las calificadoras de riesgo que impide el acceso del país a
fuentes de crédito sin tasas de interés mortales.
En ese caldo pantagruélico, las finanzas
familiares son golpeadas por una inflación galopante, el contrabando de
productos de primera necesidad y toda suerte de "negocios" al margen de
la legalidad, que han obligado al Ejecutivo a restringir la circulación
de dinero en efectivo. En bancos del Estado, por ejemplo, no se pueden
sacar más de 30.000 bolívares diarios. Por eso, los billetes son un
fetiche codiciado.
"Ahorita estamos aceptando sólo efectivo
porque si recibes una transferencia muy grande desde Santa Elena, te
bloquean hasta que expliques por qué tienes ese dinero, quién te
depositó", comenta Alicia. La situación hace que las clientes tengan que
viajar con todos los billetes encima.
Comerciantes de la zona dicen que en un
morral, como los que usan los niños para ir al colegio, caben 500.000
bolívares, equivalentes a 1.250 reales. Cuando se cambian los diez mil
reales a bolívares en la frontera, el volumen de dinero cabe en
aproximadamente ocho morrales llenos de billetes.
"Hay taxistas que tienen años en este
negocio y ya los conocen, pasan sin mucho rollo por las alcabalas y
tienen escondites en el carro, pero las que viajan en autobús se
arriesgan a que las roben o las paren para revisarlas, y eso sí es muy
incómodo. A veces las tratan muy mal", se lamenta.
Le pregunto si le ha ido bien en sus
cuatro años de negocio, a pesar de las dificultades, y contesta: "Mira,
todo lo que tengo es mío". Así, sin más. Su satisfacción demuestra que
el culto al bisturí recorre cualquier frontera y goza de muy buena
salud.
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