En los anales de la locura humana, es dudoso que en
alguna otra ocasión se haya derrochado sangre y dinero por algo tan
fabuloso y frívolo como los huevos de Fabergé.
La historia de estos tesoros adornados con
diamantes, los glorificados huevos de Pascua de los zares de Rusia, es
una de poder imperial, revolución y asesinato.
Es también una historia de la ambición y las incalculables riquezas de los nuevos gobernantes y oligarcas rusos.
El joyero y empresario Carl Fabergé diseñó sus epónimos huevos de gemas y metales preciosos en su taller de San Petersburgo.
El primero de ellos se lo dio el zar Alejandro
III a su esposa, la emperatriz Maria Fyodorovna, en la Pascua de 1885, y
empezó una tradición anual que su hijo Nicolás II continuó, regalándole
huevos a su madre y su esposa cada Domingo de Pascua.
De los aproximadamente 50 huevos hechos para la familia imperial entre 1885 y 1916, 42 han sobrevivido.
En una bóveda en el sur de Londres, posé mis
ojos en cuatro de los llamativos adornos, que se hicieron exclusivamente
para un gobernante que era uno de los hombres más poderosos de la
Tierra.
La última vez que un huevo salió al mercado, en 2007, se vendió por casi US$14 millones.
Así que al tocarlos, rogaba para que no se me resbalaran de las manos.
Sorpresa escondida
Los adornos que estaba manoseando torpemente
pertenecen a Viktor Vekselberg, un magnate del petróleo y el gas que
tiene una fortuna estimada en US$18 mil millones y es a menudo descrito
como el hombre más rico de Rusia.
En 2004, pagó US$100 millones por nueve huevos
imperiales, apenas uno menos que colección más grande de 10 que está en
el Museo la Armería del Kremlin, en Moscú.
Encantado con las sorpresas que escondían los
huevos -uno se partió en dos para mostrarme una réplica en miniatura de
un carruaje- empecé a entender por qué plutócratas como Vekselberg se
dejan seducir por las insuperables alhajas del zar.
Cuando a principios del siglo XX las cosechas
fracasaron y el hambre acechaba el vasto imperio del zar, los cada vez
más adornados huevos que se presentaban en la corte eran el premio de
consolación de la historia para una dinastía que estaba
irremediablemente fuera de contacto con la realidad.
Ni Fabergé ni sus suntuosas mercancías protegieron a los Romanov de su trágico final.
Se dice que tras la Revolución rusa, las mujeres
Romanov cosieron los huevos en sus vestuarios para que no se los
robaran y que las balas del pelotón de fusilamiento bolchevique
rebotaban sin dañarlos. Pero los adornos no las protegieron de las
bayonetas.
Vendido a Occidente
En cuanto al propio Fabergé, uno de los hombres
más perspicaces que haya fijado la mirada a través de una lupa de
joyero, fue denunciado públicamente como un "especulador".
Huyó a Europa occidental, con casi nada que
mostrar de sus años como el preferido del zar. A su hijo, Agatón, le fue
peor. Lo expulsaron de su mansión en las afueras de San Petersburgo y
lo encarcelaron en el Kremlin, donde lo obligaron a valorar el tesoro de
los Romanov y su corte, para una venta de liquidación a los
especuladores occidentales.
Y es ahí donde la historia de Fabergé y sus
magníficos y ridículos adornos podría haber terminado, si no fuera por
la embriagadoramente mórbida combinación de joyas excepcionales
manchadas con sangre imperial.
La procedencia de los regalos de Pascua les
hacía irresistibles para hombres como el rico coleccionista
estadounidense Malcolm Forbes, fundador de la revista Forbes. Adquirió
los nueve huevos que, tras su muerte, llegaron volando a las manos de
Vekselberg.
Vekselberg me concedió una rara entrevista en
Moscú para hablar de su colección y su plan de retornar los huevos a la
"Madre Rusia"; los cuatro que he toqueteado en Londres se encontraban en
tránsito entre exposiciones.
La vuelta de la elite
Comencé por preguntarle si pensaba que valía la pena gastar tanto dinero en nueve huevos imperiales.
"Si me pregunta cuál es la valoración de los bienes, cuál es el precio real, para mí es muy difícil decirlo", respondió.
Cuando le mencioné el hecho de que su
compatriota ruso, el magnate Roman Abramovich, había decidido gastar
millones en un equipo de fútbol británico -el Chelsea-, dijo: "Yo no veo
nada negativo en que cualquier rico, ruso o no, compre de un club de
fútbol... ¿por qué no?".
Pero él prefiere invertir en huevos de Fabergé
que en fútbol y dice que los huevos no son trofeos personales, sino
parte de la herencia de su país. Y un orgullo.
"Los huevos de Fabergé son parte de la historia de Rusia y de la cultura rusa", señaló.
Vekselberg ha creado una fundación cultural
llamada Link of Times (o Vínculo de los Tiempos, en español), y uno de
sus objetivos repatriar los bienes culturales perdidos por Rusia en el
siglo XX.
Cerrando el círculo
Muchas de las obras de arte de la Rusia
presoviética que Vekselberg colecciona fueron despreciadas como "los
juguetes de la clase dominante". Pero ahora son vistas como parte de la
herencia legendaria de un Estado ruso que está redescubriendo su
historia.
Le pregunté a Vekselberg si el presidente ruso Vladimir Putin le había dado las gracias por comprar huevos de Fabergé.
"Sí, fue emocionante para nuestro presidente y muy importante que un ciudadano ruso trajera esta gran colección", aseguró.
"Rusia tiene una gran historia, con una gran cantidad de artefactos, una gran cultura, y esto es parte de ello", añadió.
Pero la ironía de la historia no le pasa desapercibida. Hoy, otra vez, una élite rica y remota domina en Moscú.
"Si se compara con la situación de Rusia durante
la época socialista, hace 25 años, todo el mundo era, por supuesto,
igual... Rompimos un sistema y acabamos de empezar a trabajar en uno
nuevo", señala Vekselberg.
"Por supuesto que hay algunos resultados
negativos por la transición: hay una gran diferencia entre un pequeño
grupo de hombres ricos y la mayor parte de la población, que no son tan
ricos. Pero esto es un proceso y creo que esta brecha se reducirá".
Siguenos a traves de nuestro pin: 22087A7D y el twitter @elparroquiano
No hay comentarios.:
Publicar un comentario