lunes, 5 de agosto de 2013

¿Cómo se inventó la oficina?

En la Londres medieval, la vieja catedral de St. Paul solía empequeñecer todo a su alrededor. Ahora, la capital quedó eclipsada por los edificios de oficinas.
Grandes rascacielos dominan el horizonte.

Me imagino que a los arqueólogos del futuro no les será difícil deducir qué es lo que nos importa hoy. Los egipcios tenían sus pirámides; los romanos, sus acueductos; los victorianos, sus ferrocarriles. Lo que nosotros tenemos son gigantescas cajas de cristal y acero llenas de escritorios, pizarras y dispensadores de agua.

La oficina es el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. Es prácticamente el sitio en el que vivimos. Nuestros colegas y jefes nos ven más que nuestras familias.

Y la mayoría piensa que eso es malo. Como dice el refrán: "Nadie dijo nunca en su lecho de muerte '¡ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina!'". Pero en realidad no es del todo cierto.

Al menos un hombre -PT Barnum, quien nos dio el circo- estaba deseando volver a su oficina al exhalar su último aliento. "¿Cómo nos fue hoy en Madison Square Gardens?", preguntó antes de morir.

Para el resto de nosotros, el trabajo de oficina le da a nuestra vida una estructura, un propósito y, en caso de necesidad, un significado.

Un lugar sin historia

Durante los últimos dos siglos, la oficina ha cambiado todo.

Abultó la clase media. Transformó a muchas mujeres, que saltaron de la cocina a la sala de juntas, haciendo una pausa frente a la máquina de escribir en el camino. Elevó los estándares en la educación y ha sido la causa de muchos avances tecnológicos.

Sin embargo, la oficina en sí parece no tener historia.

La gente se la pasa diciendo que hoy en día el trabajo se ha tomado sus vidas, dejándolos estresados y buenos para nada más. Pero es imposible evaluar qué tan mal están las cosas ahora sin tener una idea de cómo eran antes.

Lo que cuenta Lamb

En la Biblioteca Británica -que se ha convertido en una moderna oficina con wi-fi, café y sillas cómodas- cuelga el retrato de un hombre que está mirando muy enigmáticamente a los lectores. Se trata de Charles Lamb, quien escribió una de las mejores versiones de lo que era la realidad de un empleado de oficina a finales del siglo XVIII.

"Treinta años le he servido a los filisteos, y mi cuello no está sometido al yugo. Usted no imagina el cansancio que supone respirar el aire encerrado entre cuatro paredes día tras día, sin alivio".

Antes de seguir con Lamb, definamos qué es una oficina. A menudo es el lugar en el que se hace la administración. Eso significa que puede ser un rascacielos y también un Blackberry.

En esa definición están incluidas las cafeterías tanto como las casas de la gente. Era en estos dos lugares donde se hacía la mayor parte de trabajo de oficina en la Londres del siglo XVIII.

Los propietarios solían vivir en el piso de arriba de la tienda, donde también vivían los oficinistas a quienes trataban un poco como al servicio doméstico. La ventaja era que no había que desplazarse a la oficina; el inconveniente, que no había escapatoria.

Pero en 1729 se construyeron las primeras oficinas hechas con ese propósito, las cuales albergaron a la East India House (Compañía de las Indias Orientales).

"East India House es muy significativa para la historia de las oficinas, ya que con el tiempo creó una burocracia muy grande y compleja", le dice a la BBC Huw Bowen de la Universidad de Swansea.

"Comenzó en 1600 como una empresa que administraba el comercio a larga distancia con Asia. Eso, por supuesto, generaba grandes volúmenes de documentos. Para mediados del siglo XVIII ya tenía un imperio en India".

Ecos del futuro

Hay mucho de la historia laboral de Lamb que suena muy familiar, como la forma en que sus empleadores conceden ventajas en un momento, sólo para retirarlas tan pronto como las cosas se ponen difíciles.

La gestión de un imperio a una distancia tan grande implicaba que el montón de papeleo que se producía en Asia tardaba de cinco a ocho meses en llegar.

Cuando el barco atracaba, no había tregua. Lamb escribió:

"El viernes estuve en la oficina desde las 10 de la mañana hasta las 11 de la noche (excepto dos horas de la cena), anoche hasta las 9".

En 1817, el subsidio de vacaciones de US$15 al año se redujo para los nuevos miembros del personal, el sábado se convirtió en un día de trabajo completo y el equivalente de la fiesta de la oficina de Navidad, la "fiesta anual de la tortuga", fue desechado.

Lamb le escribió a su colega John Chambers, quien estaba ausente del trabajo por el escorbuto, quejándose de algunos de los cambios.

"El Comité abolió formalmente todos los festivos: ¡ojalá el diablo, que no tiene días festivos, los meta en su taller a quemarse por toda la eternidad!".

En un cambio de política aún más mezquino, Lamb y sus colegas tenían que firmar al entrar y salir, y cada cuarto de hora, para demostrar que estaban en la oficina.

"Esto molesta a mi colega Dodwel considerablemente, pues tiene que firmar seis o siete veces mientras está leyendo el periódico", bromeó Lamb.

"Lamb habla con cariño de sus colegas", dice Bowen. "Es claro que se hacían bromas, que había una vida social. Un ambiente muy rico en algunos aspectos".

Creativos o repetitivos

Pero mientras los intelectuales prosperaron en East India House, otros lo encontraron muy deprimente. Hubo suicidios: uno de los trabajadores, Richard Burford, se arrojó por una ventana en la década de 1790.

También hay una gran cantidad de evidencia de lo que podríamos llamar el estrés relacionado con el trabajo. En aquellos días, se describe como locura.

"Estaban las personas creativas, como Lamb, por un lado, y por el otro, los oficinistas del montón", dice Bowen.

"Para esos hombres, la existencia debe haber sido terrible: ir a trabajar día tras día durante 40 años a copiar cartas y cuentas, sin perspectivas de promoción a menos que alguien se muriera".

Al final

A la edad de 50 años, Lamb se retiró con una pensión de dos tercios de su salario. La transición del trabajo a la jubilación fue un asunto difícil.

"El primer o segundo día me sentí aturdido. Vagaba por ahí, pensando que era feliz, sabiendo que no lo era", escribió.

"Estaba en las mismas condiciones de un preso en la vieja Bastilla, que de repente queda libre tras 40 años de reclusión".

Más tarde visitó su antigua oficina y detalló una experiencia familiar para cualquiera que haya cometido el error de volver a un lugar donde alguna vez trabajó.

"Hicimos algunos de nuestros viejos chistes, pero ya no eran tan graciosos. Mi viejo escritorio, la clavija donde colgué mi sombrero, fueron asignados a otro. Sabía que así sería, pero no me gustó".

Esto, sin duda, es el sufrimiento eterno de los que trabajamos en oficinas. Ansiamos escapar. Pero tal es su poder sobre nosotros que cuando lo hacemos, dejamos una parte de nosotros mismos detrás... una parte que ni siquiera sabíamos que existía.





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