Quedó claro una vez más que las rebeliones en las empresas privadas
son sofocadas mediante el clásico procedimiento de la cajita de cartón y
la carta: al que no le guste, recoja sus peroles y pase por Recursos
Humanos.
En lo sucesivo tendremos una nueva efeméride patria. La memoria
histórica dirá que en 2013, tal día como el 16 de agosto, Leopoldo
Castillo ofreció la mayor contribución que cabría esperar de alguien
como él al bienestar colectivo: pasó a retiro. Por supuesto que la fecha
será recordada siempre y cuando el individuo no regrese más, cosa que
está por verse.
Lo mejor de todo es que fue por decisión propia o, en tal caso, por
“cuestiones de política internas” de ese cuerpo extraño, de ese
ornitorrinco postmoderno llamado Globovisión, que, en palabras del ex
ministro de Comunicación e Información, Ernesto Villegas, es como un Tea
Party con antena. No se cumplieron las profecías tantas veces lanzadas
por pitonisos y expertos (que en algunos casos son una misma persona),
según las cuales a la planta televisiva llegaría una horda de
malvivientes de franelas rojas y sacaría al fulano citizen a punta de
palo, puño y bofetá (lo cual tenía bien merecido, según algunos
radicales). Nada más lejos de eso, simplemente, el hombre terminó su
programa ese viernes cualquiera e hizo como Mano e’ Piedra Durán cuando
estaba peleando con Sugar Ray Leonard y, así, de sorpresa, dijo “¡no
más!” y se fue a su esquina. Triste historia la de Durán, dicho sea de
paso, porque después de ser uno de los gladiadores más mascaclavo tuvo
que calarse que, en plena calle, le gritaran “¡gallina, gallina!”. Así
son los fanáticos.
Francamente, no todo es para alegrarse en el caso de la salida del
aire del embajador Castillo, quien, por desgracia, deja de súbito a una
pila de adictos sin la droga de la que dependen. Vaya usted a saber lo
que puede ocurrirle a esta pobre gente. Además, hay que tomar en cuenta
que simultáneamente les quitaron otro estupefaciente de los duros, los
espacios de Jesús Torrealba, el pretendidamente popular (¡uff!) “Chúo”.
Sin perico y sin piedra de un solo golpe, es como mucho síndrome de
abstinencia para un toxicómano mediático. Es un peligro latente porque
la gente en esas condiciones es capaz de cualquier cosa. En
contrapartida, el mutis del moderador (bueno, a mi no me culpen: así se
llama ese trabajo, aunque suene irónico) al menos debe significar que no
se incorporen nuevos adictos.
Otro detalle alentador de lo ocurrido es que puso de bulto la
ecuación de los medios de comunicación en la esfera capitalista:
libertad de expresión = propiedad privada, una cosa más vieja que las
ánimas, pero que mucha gente de aquí y de ahora se empeña en no digerir.
Empleados, ex empleados, relacionados y asomados del ornitorrinco
postmoderno protagonizaron, tras el anuncio de Castillo, una especie de
rebelión sifrina. Algunos, como a Mano e’ Piedra, comenzaron a llamar
gallina al renunciante. Otros lo elevaron a la categoría de mártir (así
son los fanáticos…) Los trabajadores molestos impidieron que esa noche
saliera al aire la programación regular del canal, noticiero incluido.
Se armó una sampablera en predios de Twitter, pero, como dijo un
opinante inequívocamente escuálido, “Globovisión es una empresa privada y
los trabajadores no pueden sabotear a las empresas privadas por motivos
personales, no laborales”. No sabemos si quiso decir que podrían
hacerlo si fuera una empresa del Estado o un organismo público, pero
tenemos derecho a inferirlo. En todo caso, quedó claro una vez más que
las rebeliones en las empresas privadas son sofocadas mediante el
clásico procedimiento de la cajita de cartón y la carta: al que no le
guste, recoja sus peroles y pase por Recursos Humanos.
Del mismo modo ha sido morbosamente interesante ver cómo tratan el
tema los otros medios opositores. Han escrito sobre estas truculencias,
pero con sumo cuidado, tratando de que la gente culpe –cuando no– al
rrrrégimen, mas sin alentar ese tipo de motines contra las sacrosantas
líneas editoriales dictadas por los dueños de los medios, que son, por
extensión, los dueños de la libertad de expresión. Han visto ardiendo la
sala de redacción del vecino y por eso han puesto las suyas en remojo.
Fuente: Correo del Orinoco
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