El
techo de una casa fue su trampolín al estrellato. En ese trono, Gaby,
segura de sus movimientos sensuales, se apoderó de la mirada de un
grupo de 150 universitarios. Su primer escenario, carente de luces de
neón y del sonido profesional de la música electrónica, no era
suficiente. Tampoco lo eran sus espectadores en ese momento.
Más que en unos recién graduados, sus ambiciones estaban puestas en
“los duros”. Habla de los “tipos con plata, los pesados. Aquéllos que
mueven el mundo con dinero y con un par de llamadas”. Le parecían más
interesante los hombres dispuestos a brindarle atenciones y costosos
placeres. Tenía 18 años y un deseo insaciable de ponerle precio a
su cuerpo.
Así se lo dejó claro a sus compañeros de baile. La jovencita, que
logró obtener un título de técnico superior y otro en gerencia de
recursos humanos, explotó sus dotes artísticos. Llegó a ser una de las
stripper con mayor clientela y de las mejores pagadas en Maracaibo.
El medio en el que se movía le permitió alcanzar su objetivo: Gaby se
convirtió en la amante de seis presos que comandaban diferentes áreas
de la antigua Cárcel Nacional de Maracaibo y de otros que estaban
recluidos en el centro de arrestos y detenciones preventivas El Marite.
Antes de establecer una relación afectiva, integraba la lista de las
12 mujeres contratadas, que a diario, prestaban servicios sexuales en
los recintos penitenciarios.
En una astuta estrategia, Gaby entraba camuflada en cada visita
concedida a los reclusos. Se colaba entre las 800 mujeres que
ingresaban a las áreas de reeducación y el penal. Y en otras
oportunidades iba entre las 150 y 200 que solían pasar al resto de los
calabozos, de acuerdo con los registros de visitas que manejaban las
autoridades.
“Eran prepagos. Fáciles de reconocer, pero difícil de negarles el
acceso. Llevaban puesto sus jeans ‘pegados’, blusas ceñidas al cuerpo,
llamativos accesorios y un pronunciado maquillaje. Traían también un
bolso de mano. solo podíamos revisar sus pertenencias y practicarle una
requisa corporal”, interviene un funcionario de la Guardia Nacional
Bolivariana que laboraba como seguridad externa en el penal zuliano.
El asesinato de la estudiante universitaria Andreína Madueño,
ocurrido el 18 de mayo de 2010, dejó al descubierto lo que era un
secreto a voces: a la cárcel entraban prostitutas. Le prestaban servicio
a los que se consideraban jefes y al “carro” —su grupo de escoltas— en
calabozo, penal, máxima, reeducación y procemil.
A Madueño la mataron dos motorizados cuando conducía su carro cerca de la cárcel, en compañía de su prima, Johana Madueño. La familiar les hizo creer a los padres de Andreína y a los cuerpos policiales que unos sujetos habían intentado robarles el vehículo.
Sin embargo, la Brigada contra Homicidios del Cicpc-Maracaibo realizó
las investigaciones sobre lo sucedido y determinó que la muerte de
Andreína se produjo porque su prima Johana llevaba “chicas prepagos” a
reos de la cárcel de Sabaneta.
“Johana Madueño tenía meses desempeñándose como proxeneta, pero en
las últimas semana solo había llevado ‘prepagos’ a reeducación, por lo
que el pran de otra área ordenó su muerte”, explicó un funcionario
ligado a las investigaciones del suceso.
Las mujeres que prestaban este tipo de servicio no tenían miedo de
entrar a la cárcel. Estaban convencidas de que el sexo lo pagaban mejor
los clientes de adentro que los de afuera. Frente a estas propuestas, en
2010 Gaby aceptó la invitación de un preso apodado “El Chacarrón”.
“Me lo presentó un amigo stripper. Una noche salimos de un baile y me dijo:
—Si a ti te gustan los tipos pesados te tengo un candidato. Es mi primo. Espera su llamada.
La mañana siguiente, a primera hora, mi celular timbró. Era un
recluso. Contesté y no sentí temor. Atendió al sonido que la llevó a
interactuar en el oscuro mundo de la cárcel, rodeado de rumbas,
stripper, prostitución y pranismo.
Influenciada por su compañero stripper, Gaby se adentró al amor con
un preso de Sabaneta. Se ilusionó con las supuestas virtudes de los
pranes y se enamoró de seis de ellos.
Durante seis años estuvo seducida por ese oscuro mundo en el que se
tejía una gruesa red hamponil. Hoy, a sus 25 años, nos cuenta su
historia con un gusto amargo en la boca.
“Esa experiencia me gustó, sentí la adrenalina de seducir a los
hombres con mi cuerpo y comencé a hacerles bailes eróticos. Ya no los
hacía por mi cuenta. Una vez, después de salir de un baile, uno de los
strippers hombres, conversaba sobre las relaciones de pareja. Le dije:
—“No me gustaban los coñitos, quiero un tipo pesado. Él de inmediato me respondió que tenía al candidato perfecto. ‘Mi primo reune el perfil’, me comentó”.
—“No me gustaban los coñitos, quiero un tipo pesado. Él de inmediato me respondió que tenía al candidato perfecto. ‘Mi primo reune el perfil’, me comentó”.
No le presté atención, pero al otro día yo estaba por la
Circunvalación 2, cuando recibí la llamada de un pran de la cárcel de
Sabaneta. Para mi sorpresa era el primo del stripper. Comencé a hablar
con él por teléfono. Conversábamos a diario, después de un mes me incitó
y me hizo entrar a verlo. Recuerdo que fue en diciembre de 2010.
En principio me daba terror. Sentía las palpitaciones a millón, pero
también me carcomía la curiosidad de conocer cómo era la vida allá
adentro.
Escuchaba muchas cosas feas de la cárcel, me imaginaba eso como un
túnel oscuro y tenebroso, como un lugar carente de toda comodidad. Pero
no era así, eso era como ver un liceo con su cancha. Penal era el área
más equipada, era como entrar a una universidad, era un lugar grande y
con pilares inmensos, allí no comían de cuentos para hacer una rumba.
En reeducación, los presos también tenían discotecas, y en calabozo
hicieron una tasca poco menos de un año.
Estaba clara en lo que quería, mi objetivo era hacerme novia del reo
principal, el que mandaba. Él tenía 24 años cuando lo conocí y fue mi
primer novio dentro de Sabaneta. Estaba en el área de máxima y había
caído preso por un cargamento de cocaína.
Después de que uno entraba a la cárcel cambiabas por completo.
Parecía que se te envenenaba la mente. Sentía el deseo de querer más y
más cosas porque veía como los internos manejaban grandes pacas de
dinero. Es un ambiente donde la ambición por querer tener más, crece y
crece. Todo era producto de sus negocios ilícitos: Ellos cobraban por
todo. Tenían entrada de dinero por el ‘obligaíto’ que pagaba cada
recluso, por la droga, por los sicariatos que se planificaban entre esos
muros, los cobros de vacunas, el tráfico de armas y las extorsiones.
Todos esos reales iban a parar a los bolsillos de los pranes.
Era increíble la cantidad de menores de edad que entraban a la
cárcel a tener sexo con los reos. Los pranes pagaban y cuadraban con
los guardias para que las dejaran entrar. Y si uno iba a visitar a algún
familiar o amigo en la cárcel, y el pran gustaba de ti, ellos hacían
la vuelta y como sea te tenían.
Desde mis 18 años estuve como estrippers y haciendo “guisos” en la calle, un guiso es salir a prostituirse.
Puedo asegurar que todas las stripper que existen en Maracaibo
bailaron e hicieron sus guisos tras las rejas. Pero antes de bailar para
todos los presos consideré que era más rentable convertirme en su
mujer. Así nadie más me tocaba. Hice muchas amistades y me enamoré
locamente de seis pranes. Dos de ellos eran del retén y luego fueron
trasladados a Sabaneta. A los dos recintos fui a visitarlos.
La primera vez que entré a la cárcel a visitar a “El Chacarrón”, sus
hombres, a quienes llamaban los “cuadrilleros”, fueron quienes me
recibieron. Me llevaron hasta la lujosa habitación del pran. Había
presos que tenían ventiladores, otros aires acondicionados, había
cuartos bonitos y equipados.
Todo eso lo vi cuando era novia del pran. Cuando uno va a prestar
servicio es otra cosa. Había siempre una mujer que manejaba los
“guisos”.
Los presos siempre pedían mujeres, pero eran muy vivos, no les
gustaba pagar, a menos de que estuviese muy explotadísima y full
operada. El dicho de ellos era que podían tener a la mujer que les
diera la gana.
En el negocio se cobraba 2 mil bolívares por la mujer, el encuentro
duraba dos o tres horas. A ella se le pagaban mil doscientos y a uno le
quedaban 500 bolívares.
A mí dentro de la cárcel no me pagaban, yo solo iba a rumbear, como
quien dice iba de nota. Llegué a llevar mujeres, pero no era buen
negocio, a veces no querían pagar lo que era, o en otros casos ellas se
enamoraban de los presos, se querían quedar con ellos y a uno entonces
se le caía el negocio. En un día entraban a un patio, al menos, cuatro
mujeres a prestar servicios, ellos le decían cualquier cosa en el
cuarto, entonces ellas comenzaban a entrar por su propia voluntad.
En la calle el negocio es distinto, porque es solo una hora, un solo
encuentro sexual lo pagan más barato. Para ser novia de un pran hay que
concentrarse solo en él, porque si mirabas a los lados tenías la muerte
segura. En la cárcel no comían de nada para agredir a alguien.
Mi relación con el primer pran duró dos meses y medio, porque era muy
celoso. Hasta antes del desalojo de la cárcel me llama para amenazarme.
Me decía que me iba a matar, que iban a enviar un carro para que me
tiroteara la casa y que donde me viera me iba a caer a tiros. Todo eso
es porque después que terminamos la relación, él se enteró que yo
entraba en otros patios y que me veía con otros reos.
No todos mis novios fueron en el mismo patio. El último que tuve era pran en el retén. Luego fue llevado a la cárcel.
Mi tercer novio también estaba en el retén y después pasó a
Sabaneta, él era una persona que me trataba como una princesa y me
complacía en todo. Siempre me habló claro y me dijo que tenía otras
mujeres, igual no me importó y nos hicimos novios. Cuando lo pasaron a
la cárcel me tarde en ir a visitarlo porque yo había tenido dos novios
en esa área.
El venía de ser un pran en el retén y estaba claro con los tipos. Yo
también tuve que ser clara y le conté que me había acostado con dos
reos. Ambos estábamos pidiendo “luz” (permiso) con el pran para poder
entrar.
Luego de toda esta experiencia, llegué hasta visitar brujas para
saber si me iban a matar o no. La política que manejaban los presos era
hacer las cosas bien, no hablar, no mirar pa’ los lados. Si entras en
un patio no tienes porque entrar en otro. Hay mujeres que se tragan la
luz, como fue el caso de una muchacha que le dieron un tiro en la
pelvis porque salió de calabozo y luego se fue caminando para máxima a
visitar a otro reo.
El día de las elecciones del 2012, también asesinaron a Georgina
Solorzo, en el frente de la casa de su abuela, al parecer, tenía
cuentas viejas con un pran de la cárcel y meses antes una muchacha
recibió un tiro en la frente cuando se trasladaba en su carro cerca de
Sabaneta. Iban por Georgina, pero se confundieron y cayó la inocente.
Esos tipos tenían tanto tiempo presos que se hacían una mente
maquiavélica. Así dijeras que eras una santa o que venías de un
convento, ellos no iban a ver eso. Eso sí, cuando te conseguían, te
trataban como una reina, los “cuadrilleros” preparaban comida y te
servían. Cuando me empaté con mi quinto novio a mí no me pagaron nada,
solo el taxi y las tarjetas para activar el teléfono.
Al momento de nuestros encuentros los obligaba a que se colocaran el preservativo. Cuando tenía el periodo no me dejaban entrar, supuestamente para evitar contaminación en el área, pero quiénes más sucios que ellos.
La última vez que entré a la cárcel fue en Semana Santa del año pasado, me tiré una rumba con pistolas y todo y me tomé fotos con todo el mundo.
Al momento de nuestros encuentros los obligaba a que se colocaran el preservativo. Cuando tenía el periodo no me dejaban entrar, supuestamente para evitar contaminación en el área, pero quiénes más sucios que ellos.
La última vez que entré a la cárcel fue en Semana Santa del año pasado, me tiré una rumba con pistolas y todo y me tomé fotos con todo el mundo.
A pesar de los buenos momentos, yo hago un stop en mi vida y
reflexionó y doy gracias a Dios porque salí ilesa de todo esto. Fui
testigos de cómo mandaron a matar a varias amigas y vi a madres llorar
sus muertes.
De lo que estoy segura es que de esta vivencia tan oscura todo se
desvanece y solo quedan recuerdos, lágrimas, experiencias, malas
vivencias, el estrés y el cansancio de hacer y deshacer para conseguir
falsos lujos. Llega un momento en que uno piensa que el mundo de
afuera no existe”.
El pasado 19 de septiembre, Gabriela fue testigo del punto final que
las autoridades pusieron a historias de armas y prostitución en la
Cárcel Nacional de Maracaibo. Hoy, con una nueva vida y con una niña de
cinco meses en sus brazos, celebra lo que ella misma ha llamado su
renacimiento personal.
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