lunes, 21 de octubre de 2013

Maracucha violada y drogada con burundanga cuenta su historia

La imagen blanca y borrosa es lo único que Yessica (nombre ficticio), de 25 años, puede distinguir. Trata de explayar sus ojos pero aún le cuesta. Apenas puede ver el techo de la habitación 2-8, en una pequeña clínica marabina. La inmovilidad de sus brazos le permite descubrir que está atada a una desvencijada cama, una en la que se encuentra acostada desde hace 72 horas bajo los efectos de calmantes, pero ella ya no sabe cuánto tiempo lleva ahí.
Al observar a su derecha aprecia cómo la fina manguera que se desprende de una botella de solución llega directo a un yerco que tiene incrustado en la parte interior de su antebrazo. Ahí recuerda, nuevamente, que está en un centro médico, pero esta vez como paciente, no como la enfermera que es, desde hace tres años.
Perturbada por el esfuerzo que hace su memoria para recordar y, más aún, por lo que logra rescatar después del intento, rompe en llanto. Su hermana, Yohanna, llama de inmediato a la enfermera de guardia para que intenten calmarla con otra dosis, pero la mujer, con un gesto de compasión — poco común en el gremio, a juicio de muchos— se niega: “Hay que dejar que despierte, no se le pueden poner más calmantes”.
“Es que al despertar empieza a imaginarse todo. Y eso la desespera”, dice la hermana de Yessica, con tono de súplica, con los ojos inundados de lágrimas, unas que se resiste a dejar salir, mientras se debate entre una mezcla de tristeza, dolor e impotencia. No es para menos. Tres días antes, Yessica salió, a las 6:15 de la mañana, rumbo a su trabajo como enfermera de hospitalización de un hospital marabino. Tomaría un carro “por puesto” en la Circunvalación 2 que la dejaría en el punto en el que usaría otro transporte público para llegar a su sitio de trabajo, para cumplir la primera jornada del día, pues la segunda le tocaría a las 3:00 de la tarde en esa misma clínica en la que ahora se encontraba internada. Pero nunca llegó a ninguno de los dos lugares.
Luego de darle un beso, amorosa y jovial como siempre, a su mamá, Yessica se despidió hasta las 10:00 de la noche, hora en la que acostumbraba a llegar cuando le tocaba una doble jornada de servicio. “Ese día tendría guardia hasta la noche y llegaría a la casa, de nuevo, como a las 10:00. Todo parecía transcurrir sin novedad, normal como cada mañana cuando se iba a trabajar. Lo que nos pareció raro fue que durante todo el día no se comunicara con nadie de la familia, ni siquiera con mi mamá. Imaginamos que estaba muy full. Su trabajo es estresante, sobre todo en el hospital”, recuerda Yohanna, aún incrédula de que esto esté pasando a su familia: Yessica fue raptada, drogada con burundanga, violada y dejada tirada en el frente de la clínica en la que trabajaba.
La burundanga resulta de la suma de dos sustancias: la escopolamina y la benzodeazepinas o barbitúricos cuyas propiedades sedantes tienen el poder de suprimir la voluntad de la persona. La escopolamina es un alcaloide que se obtiene de un árbol nativo de las regiones subtropicales de Suramérica, denominado Brugmansia o Belladona. En Colombia se le conoce como “cacao sabanero” o “borrachero”, en Venezuela como “campanita”, mientras que en Ecuador, Chile y Argentina la reconocen como “floripondio”.
Conociendo los efectos de esta poderosa y tan usada sustancia por violadores, atracadores y secuestradores, a propósito de los casos sonados y de los conocimientos que ella misma tiene en medicina, Yessica salió de su casa esa mañana sin pensar que podía ser víctima de la famosa droga que anula la voluntad. De aquel día, la joven enfermera solo recuerda que al montarse en el “por puesto” sintió la opresión de un pañuelo húmedo en su cara, colocado por uno de los dos pasajeros que iba en la parte trasera del vehículo. La próxima vez que estuvo consciente fue cuando despertó, casi 15 horas después, en la sala de emergencias de la clínica.
“Los vigilantes observaron cuando, a las 10:30 de la noche, la bajaban a empujones de la parte trasera de un carro pequeño, que tenía letrero de taxi, pero no pudieron identificar la línea. El carro salió a alta velocidad. Por verla vestida con el uniforme, los vigilantes imaginaron que se trataba de una enfermera y se acercaron a prestarle ayuda, ellos cuentan que ella estaba muy desorientada, inconsciente. Golpeada. La reconocieron y pidieron auxilio al personal de guardia”, relata Yohanna, ahora sin poder contener las lágrimas.
Mientras transcurrían las horas de infierno para Yessica, también sucedía lo mismo con la familia. Una llamada desde la clínica, a las 5:00 de la tarde de aquel fatídico día, alertó a la mamá que algo pasaba con la menor de sus cuatro hijos. “La compañera de trabajo a quien ella le recibiría la guardia, a las 3:00 de la tarde, llamó a la casa para preguntar por ella, pues aún no había llegado a su lugar de trabajo y ya hacían dos horas que le tocaba recibir el turno. Ahí mi madre confirmó que sus presentimientos eran ciertos. Yessica casi siempre escribía o llamaba cuando llegaba al hospital y nunca lo hizo”, rememora Yohanna, con los resultados toxicológicos en la mano, cuyos índices mostraban: Determinación de escopolamina: Positivo.
Mientras acaricia el doblez de la hoja de papel y pierde su mirada fija hacia la ventana de la habitación, Yohanna comenta: “La idea de hacerle el examen fue del médico de guardia, por si acaso íbamos a formular la denuncia. Nosotros queremos, pero en los pocos momentos que hemos podido tener contacto con ella y se lo decimos, se niega. Solo puede llorar porque se siente perturbada al saber que bajo los efectos de esa droga estuvo bajo el dominio de los tipos que se la llevaron y por eso le hicieron todo lo que vivió, aunque ella no lo recuerde con precisión”.
A la negativa de denunciar de Yessica hace referencia el comisario Gustavo Hernández, jefe del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc), subdelegación Maracaibo. “En muchos casos, las mujeres no denuncian, precisamente porque son violadas y predominan el temor y la vergüenza. Podría decirte que las denuncias por ataque con burundanga son casi nulas, no alcanza el 1% entre los casos tratados en la subdelegación”, calcula el funcionario.
Hernández refiere que no solo las mujeres son abordadas con estas sustancias para hacerlas víctimas de actos delictivos. También hombres han caído en las redes de los efectos de la “campanita”. “Hemos tenido casos de hombres que llegan disfrazando robos de carros u otras pertenencias y en medio de las investigaciones nos hemos dado cuenta de que han salido con damas de compañías que los han dopado al echarles burundanga en la bebida y los han dejado sin nada en los moteles de la ciudad. Al llegar a ese punto, los caballeros prefieren detener la denuncia”.
Los efectos en el cuerpo, representados por amnesia y conversión autómata, duran, aproximadamente, 12 horas, explica la farmaceuta Bernice Hernández, experta profesional del laboratorio de toxicología del Cicpc-Maracaibo. “En muchos casos, cuando las víctimas llegan acá, ya el efecto les ha pasado y los resultados, obviamente, resultan negativos. Cuando la persona tiene la voluntad de asistir al centro asistencial es porque ya está pasando el efecto”.
La amnesia, los mareos, el vómito, la taquicardia, la miosis (contracción de la pupila del ojo), midriasis (aumento del diámetro o la dilatación de la pupila) son algunas de las secuelas momentáneas que deja en el cuerpo la sustancia, según explica la experta, quien asegura que las mujeres son más propensas a ser víctimas de los ataques con este tipo de sustancias.
“Salimos a la calle con tacones altos, las carteras full y tenemos menos posibilidad de defendernos ante un ataque. Además, esta droga, no se usa solo en bebidas, también en spray con altas dosis tanto de escopolamina como de benzodeazepina. Todavía, científicamente, no se ha podido comprobar que la burundanga tenga efecto por contacto, a menos que sea preparado en un gel, bajo altas concentraciones”.
La funcionaria hace la acotación refiriéndose a los casos de denuncias relacionados con atracos bajo los supuestos efectos de esta sustancia, a través de la entrega de un panfleto en la calle, modus operandi utilizado en el centro de Maracaibo para realizar atracos a plena luz del día, según denuncias realizadas en los diferentes organismos de seguridad. “Tiene que ser que a ese papel le apliquen ese gel, y en ese caso la persona debe sentir la humedad en las manos, por lo que debe correr o pedir ayuda de inmediato. Es de esa forma la única opción de lograr dominar la voluntad de la víctima sin hacerla ingerir la droga, sin inyectarla y sin echarle el spray en la cara”, aclara Hernández.
Lamentablemente, Yessica no tuvo chance para defenderse, correr ni pedir auxilio. Y, a consecuencia de ello, permanece atada a aquella cama, pues con la misma manguera que observa desde el frasco de solución hacia su vena en el antebrazo, intentó suicidarse dos veces. Su familia aún se debate entre denunciar o hacer silencio y ayudar a la joven a superar el trauma; mientras que el Cicpc recomienda denunciar y, más que eso, a ser precavidos en el andar. “Tanto hombres como mujeres pueden ser víctimas, por eso es recomendable tomar medidas: no descuidar vasos en discotecas, apartarse de personas con actitud sospechosa y ser prevenidos. Nadie está exento, a cualquiera, puede pasar”, advierte la profesional de toxicología. Lo ideal es prevenir para no ser víctimas bajo el efecto de la burundanga, la ladrona de la voluntad.




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