Por Alfonso Gumucio Dagron
El
panorama de los estudios de "comunicación social" (así, bien
entrecomillado) es desolador, no solamente en Bolivia sino en América
Latina y en el mundo entero. Hace 25 años alguien tuvo la pésima idea de
cambiar el nombre de las facultades de periodismo a facultades de
"comunicación social", con lo cual se desvirtuó completamente la
naturaleza de esos estudios. Lo que hacen el 99% de esas carreras es
periodismo dirigido a los medios, no hacen comunicación ni estudian la
comunicación, y de "social", tienen muy poco.
Esto
no es una cuestión de nombres solamente, sino de contenidos. Los
periodistas trabajan en el campo de la información y los comunicadores
en el campo de la comunicación. (Y las niñas que estudian "comunicación
empresarial" trabajan en las empresas de su papá). No es lo mismo,
comunicación que información. Ambos campos son diferentes, se parecen
como los limones se parecen a las mandarinas. Los dos son cítricos, pero
de sabor y uso muy diferente. Los limones abundan, las mandarinas son
más raras.
Sucede
lo mismo en los estudios de periodismo y comunicación: abundan las
carreras de periodismo disfrazadas de "comunicación social", pero
aquellas que realmente se ocupan de la comunicación y de lo "social" son
muy raras. Seguro que en la cabeza del lector neófito ya está la
pregunta: "pero en qué se diferencia la información de la comunicación".
No
debe sentirse mal el lector de no entender, todavía, la diferencia
entre ambas, porque ni siquiera los catedráticos de comunicación son
capaces de manejar con propiedad ambos conceptos. Abundan los
"profesores" que enseñan en las carreras de periodismo sin haber
publicado en su vida un texto o investigación sobre el tema. Hay quienes
incluso dirigen carreras y facultades de periodismo y comunicación sin
haber reflexionado jamás sobre estos asuntos, burócratas grises que no
se sabe cómo obtienen esos puestos. Pero vamos al tema, que es más
importante que los mediocres que están en ejercicio en muchas
universidades.
La
etimología griega y luego latina de la palabra comunicación la asocia a
conceptos muy diferentes a los de la palabra información. La
comunicación es un acto de compartir y de participar, lo cual implica
diálogo. En cambio el periodismo es vertical y en un sólo sentido,
porque informa, es decir, pretende "dar forma" (dictaminar) a lo
"informe" (lo que no tiene forma determinada). La comunicación es un
intercambio, un diálogo en dos o múltiples sentidos, donde no hay
solamente un polo generador de mensajes de información, como sucede en
el periodismo.
Esta
explicación sumamente simple y llana debería bastar para entender la
diferencia, pero lamentablemente en la realidad los intereses
comerciales -antes que los académicos- definen el rumbo de las
universidades, con contadas excepciones. Y así terminamos con tantos
limones, que ya no sabemos qué hacer con ellos.
Tan
contadas son las excepciones, que en el mundo no hay más de 20
universidades que se ocupan de la comunicación para el desarrollo y el
cambio social, que son las que conciben precisamente la comunicación
como intercambio y diálogo horizontal (recordemos a Paulo Freire,
fallecido hace 10 años, que tanto aportó en este tema).
En
cambio, hay más de dos mil facultades de periodismo, aunque se
disfrazan detrás del rótulo de la "comunicación social". En realidad lo
que hacen es reproducir periodistas y publicistas, no comunicadores.
Producen por miles profesionales para la radio, la televisión, los
periódicos, las agencias de publicidad y de relaciones públicas. En
países donde los medios ya están saturados (de mediocridad), estos
novatos periodistas, a quienes a veces llamamos "colgandijos" porque
solamente saben estirar el brazo con una grabadora o un teléfono
celular) no tienen otra alternativa que buscar trabajo como
relacionadores públicos en empresas o instituciones gubernamentales, y
se la pasan haciendo boletines o convocando a conferencias de prensa.
Cuatro años de estudio para eso. (En realidad, los mejores periodistas
que yo conozco, no han pasado por las universidades).
Sin
embargo, en el campo del desarrollo y del cambio social hay necesidades
urgentes e importantes que no son satisfechas. Cuando yo trabajaba en
UNICEF en Nigeria y luego en Haití necesitaba desesperadamente contratar
comunicadores, pero solamente recibía CVs (curriculum vitae) de
periodistas. Estos eran profesionales capaces de redactar artículos o
producir programas de radio y televisión, organizar conferencias de
prensa o preparar boletines, pero eso no era lo que necesitábamos para
mejorar las condiciones de vida en las comunidades.
Cuando
uno habla de un comunicador, se refiere a un profesional que tiene
pensamiento estratégico, y es capaz de planificar acciones de
comunicación de mediano y largo plazo, a favor del desarrollo y el
cambio social. Un comunicador entiende la comunicación como un proceso,
no como una suma de mensajes. Los periodistas tenemos (yo soy también
periodista, además de comunicador) un sentido inmediato y oportunista de
la realidad, y valoramos los mensajes por encima de los procesos. El
perfil ideal sería una mezcla de periodista y comunicador, pero rara vez
se da, aunque en América Latina tenemos varios de los buenos.
Las
veinte universidades que en el mundo se especializan en comunicación
para el desarrollo y el cambio social son en este momento más necesarias
que las dos mil que producen periodistas, pues mientras el mercado de
trabajo en los medios masivos de información está saturado, hay cada vez
mayores necesidades en los proyectos y programas de desarrollo. Pero
hay algunas barreras: muchos de los que toman decisiones en las agencias
de desarrollo y cooperación, no tienen la menor idea de la
comunicación, y están convencidos de que es algo que sirve para hacerse
publicidad y ganar visibilidad institucional.
Las
cosas están cambiando lentamente y es parte del trabajo de los
comunicadores (y también de los periodistas honestos) explicar la
diferencia que existe entre ambas profesiones. La comunicación para el
cambio social y el desarrollo atraviesa por una situación similar a la
que vivió la antropología a principios del siglo pasado: demoró 50 años
en ser reconocida como una disciplina diferente de la sociología. Hoy
también, pocos son los que distinguen entre el periodismo y la
comunicación.
Tenemos
demasiadas universidades "clon" que copian sus programas de periodismo
de unas a otras, y le tienen mucho miedo a las palabras "desarrollo",
"cambio social", y a la comunicación "alternativa", "participativa",
"ciudadana", "horizontal", etc. En esas facultades de periodismo siguen
leyendo los textos mal traducidos de Schramm, Lerner o Rogers, y de esa
manera se supeditan a un pensamiento generado en Estados Unidos. Pero lo
grave de esto no es que lean a teóricos de la comunicación de
gringolandia. Lo grave es que ignoren el pensamiento que se ha producido
en América Latina, que es bastante. Los estudiantes ejercen a veces
presión para que los programas de estudio mejoren, pero la resistencia
de quienes ven la universidad como un negocio, es enorme.
En
la Universidad del Norte, en Barranquilla, Colombia, ha comenzado a
funcionar este año una maestría con énfasis en comunicación para el
cambio social. En la Pontificia Universidad Católica del Perú, en Lima,
está establecida una licenciatura en comunicación para el desarrollo,
bajo la responsabilidad de mis amigos Luis Peirano (Decano) y Hugo
Aguirre (Director). Ojalá en Bolivia y en otros países tuviéramos más
universidades como estas, y más profesionales y académicos que entienden
la necesidad de una comunicación que contribuye en los cambios
sociales.
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