Al principio lo llamaron Rex, acrónimo del término ‘robotic
exoeskeleton’ (exoesqueleto robótico). Pero poco después rebautizaron a
la criatura con el nombre de Frank, en un guiño a Frankenstein. Frank
necesitaba un riñón y se lo donaron. Le hacía falta un páncreas… y
consiguió uno. Lo mismo ocurrió con su corazón, la tráquea o los ojos.
Frank no es una persona. Tampoco es exactamente un hombre biónico,
aunque el documental que narra su gestación se llame precisamente Cómo
construir un hombre biónico.
Viene a ser, en realidad, un espectacular escaparate con los últimos
desarrollos en lo que a implantes y prótesis biónicas se refiere. Ha
sido creado por la compañía británica Shadow Robo, y hasta el principal
responsable de esta empresa Richard Walker se ha quedado sorprendido por
la cantidad de órganos del cuerpo humano que ya se pueden crear en un
laboratorio: más de un 60 por ciento de nuestro organismo ha sido creado
artificialmente en el cuerpo de Frank. Tiene piernas capaces de andar,
brazos, una tráquea, riñones, un corazón que bombea sangre artificial…
El hombre biónico se ha creado a partir del rostro real del psicólogo social alemán, Bertolt Meyer.
Cada una de sus partes ha sido creada en un rincón del mundo: desde
California hasta Nueva Zelanda, pasando por Alemania o Gran Bretaña. Y
todas ellas están destinadas a utilizarse en un futuro como reemplazo de
órganos enfermos o amputados en un cuerpo humano real. El precio de
todos ellos alcanzaría, de no haber sido donados para el proyecto, un
millón de dólares (algo más de 800.000 euros). En muchos casos se trata
de prototipos en fase experimental. Y, de momento, Frank no está
completo. Le falta un aparato digestivo y lo más importante de todo: un
cerebro. Por ahora, este gigante artificial de dos metros de altura solo
funciona respondiendo a las órdenes de un ser humano que lo controla a
través de un ordenador.
Tiene, eso sí, un rostro: el del psicólogo social de la Universidad
de Zúrich Bertolt Meyer, protagonista del documental en el que él mismo
relata el desarrollo de su versión biónica. La elección de Bertolt no ha
sido casual. Nació en Hamburgo hace 34 años con una peculiaridad: le
faltaba parte de su brazo izquierdo, que solo se desarrolló unos tres
centímetros por debajo del codo. Prácticamente desde que nació, ha
llevado una prótesis. Al principio era un añadido pasivo, cuya función
era únicamente la de acostumbrar al pequeño a convivir con una parte
ajena a su cuerpo.
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