Apascacio Mata, el oficial emblema de la PM, extrañaba sus días de servicio.
Era tan correcto que en la esquina de Sociedad detuvo a toda la caravana
presidencial, Luis Herrera Campíns incluido, porque se comió una luz.
Fue invitado especial a Estados Unidos por el propio Presidente Jimmy
Carter y Maritza Sayalero lo pidió como escolta cuando ganó el Miss
Universo.
En 32 años de servicio en la Policía Metropolitana (1964-1996), Apascacio Mata Palacios se convirtió en el emblema del cuerpo, el ejemplo que se ponía a los que recién comenzaban la carrera, el policía querido por todos, un hombre cuya corrección nadie puso jamás en duda, el oficial más condecorado en la historia de la PM, una persona que cada mañana dedicaba veinte minutos a lustrar los zapatos y pulir su hebilla.
Apascacio a los 70 años a cuestas vivia solo en un precario
apartamento del 23 de Enero, sin piernas (le fueron amputadas debido a
la gangrena que le surgió después de dos accidentes y tras ser mal
atendido en el hospital de Lídice) y con la motricidad comprometida por
un ACV que sufrió hace dos años.
Ni los embates del tiempo ni el olvido de la sociedad a la que sirvió habrian logrado minar su ánimo. Apascacio jamás se quejaba.
Ni los embates del tiempo ni el olvido de la sociedad a la que sirvió habrian logrado minar su ánimo. Apascacio jamás se quejaba.
Él, que almorzó con un presidente en Miraflores (Luis Herrera lo invitó
luego del incidente en la esquina de Sociedad), estubo postrado en una
cama. Él, que conoció la Casa Blanca de la mano de Jimmy Carter y dictó
en Washington charlas de estrategia policial. Puede haber perdido muchas cosas pero no el buen ánimo.
Cuando le comentamos que él era temido, incluso por los diputados y senadores, pues multaba a cualquiera que cometiera una infracción, él despacha el asunto sacudiendo la mano: “No, yo no multaba, yo daba orientaciones, ayudaba, esa es la función de un policía”.
Ese uniforme azul y las responsabilidades que acarreaba lo fueron todo en su vida, y por eso dice que no recuerda un día más triste que el 12 de noviembre de 1996, cuando se tuvo que jubilar tras 32 años de servicio ininterrumpido. No quería irse pero no se rebeló ni intentó quedarse más tiempo: había un reglamento para la jubilación y lo cumplió, más nada.
No le gusta hacer comparaciones entre la policía de antes y la de ahora, y al respecto lo único que comentaba era que sentia que en sus años había más unión y más disciplina.
Tiene condecoraciones “como piedra”, pero lo que recuerda con más cariño de su oficio era esa sensación de labor cumplida que tenía cuando llegaba a casa: “Ser orientador del público, eso es bonito, esa era su satisfacción, lo que lo llenaba. Ser policía era una belleza, es lo mejor que me ha pasado” decia.
Desearía vivir con más comodidades, pero a nadie reprocha nada, y cuenta con agradecimiento que el comisario Carlos Meza a veces ha puesto a su servicio un vehículo para trasladarlo a La Maroma para que viera a su mamá y a sus hermanos.
En el patio trasero del edificio donde vivia estaba la moto que la PM le dio, hoy inservible tras años de abandono, pero jamás se le ocurrirá venderla: “Ni loco, esa moto es parte de mí”. Y tiene más de cuarenta condecoraciones que le fueron otorgadas desde todos los organismos del Estado, pero el recuerdo que conservaba más cerca de él, al lado de su cama, era la réplica de la chapa que usó toda su vida, con un número que la PM retiró a petición suya: 0983.
Hace ya mucho tiempo que la silueta de Apascacio se dejó de ver por la esquina de Sociedad, en donde pasó 18 años. Pero él decia que la tristeza le venia cuando piensa en que también se perdió su ejemplo.
Cuando le comentamos que él era temido, incluso por los diputados y senadores, pues multaba a cualquiera que cometiera una infracción, él despacha el asunto sacudiendo la mano: “No, yo no multaba, yo daba orientaciones, ayudaba, esa es la función de un policía”.
Ese uniforme azul y las responsabilidades que acarreaba lo fueron todo en su vida, y por eso dice que no recuerda un día más triste que el 12 de noviembre de 1996, cuando se tuvo que jubilar tras 32 años de servicio ininterrumpido. No quería irse pero no se rebeló ni intentó quedarse más tiempo: había un reglamento para la jubilación y lo cumplió, más nada.
No le gusta hacer comparaciones entre la policía de antes y la de ahora, y al respecto lo único que comentaba era que sentia que en sus años había más unión y más disciplina.
Tiene condecoraciones “como piedra”, pero lo que recuerda con más cariño de su oficio era esa sensación de labor cumplida que tenía cuando llegaba a casa: “Ser orientador del público, eso es bonito, esa era su satisfacción, lo que lo llenaba. Ser policía era una belleza, es lo mejor que me ha pasado” decia.
Desearía vivir con más comodidades, pero a nadie reprocha nada, y cuenta con agradecimiento que el comisario Carlos Meza a veces ha puesto a su servicio un vehículo para trasladarlo a La Maroma para que viera a su mamá y a sus hermanos.
En el patio trasero del edificio donde vivia estaba la moto que la PM le dio, hoy inservible tras años de abandono, pero jamás se le ocurrirá venderla: “Ni loco, esa moto es parte de mí”. Y tiene más de cuarenta condecoraciones que le fueron otorgadas desde todos los organismos del Estado, pero el recuerdo que conservaba más cerca de él, al lado de su cama, era la réplica de la chapa que usó toda su vida, con un número que la PM retiró a petición suya: 0983.
Hace ya mucho tiempo que la silueta de Apascacio se dejó de ver por la esquina de Sociedad, en donde pasó 18 años. Pero él decia que la tristeza le venia cuando piensa en que también se perdió su ejemplo.
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La historia de Apascacio Mata el mejor policía de Venezuela y su triste realidad
ResponderBorrarSeñores a quien corresponda solicito como ciudadana de esta República Bolivariana justicia para este servidor publico... Merece una vejez feliz, un mejor vivir ....