Dente del giudizio”, “queixal del seny”, “dente do siso” o “dent de sagesse”. Son las denominaciones que el italiano, el catalán, el portugués o el francés han dado tradicionalmente a las conocidas (y fastidiosas) muelas del juicio. Unas estructuras que suelen aparecer entre los 17 y los 20 años cuando la dentición ya es definitiva y la madurez comienza a caracterizar nuestra personalidad. Pero su existencia ha sido durante décadas un misterio para la ciencia.
¿Por qué están ahí? ¿Para qué sirve el famoso tercer molar? Un nuevo estudio, publicado hoy en Nature, desvela por fin el enigma de las muelas del juicio, representantes simbólicas del dolor -en su aparición- y de la madurez -por la época en la que nacen-.
Y es que en el caso de nuestros ancestros, el tercer molar
presentaba un tamaño cuatro veces mayor al nuestro y una superficie
plana, dos características óptimas para la masticación. Algo que no
ocurre, por desgracia, en la especie humana, donde las muelas del juicio se han convertido en un verdadero estorbo que provoca que debamos acudir en muchas ocasiones al dentista para su extracción.
Los cambios evolutivos que ocurrieron en las muelas del juicio
se han explicado tradicionalmente por factores relacionados con la
dieta o la cultura. Sin embargo, el trabajo publicado en Nature muestra
que la reducción del tercer molar no es una característica única de los
humanos modernos, sino que responde en realidad a mecanismos básicos de
desarrollo que compartimos con la mayoría de mamíferos.
La evolución también está en las muelas
En 2007, el grupo de Kathryn Kavanagh
propuso el modelo teórico de “inhibición en cascada”. Según este
planteamiento, en el momento en el que un diente se desarrolla emite
señales de activación o de represión sobre sus “vecinos”. La proporción
entre ambas señales determinará el tamaño de los dientes adyacentes.
Dicho modelo se basaba en datos obtenidos de ensayos en ratones, pero
aún no había podido ser aplicado en otros mamíferos. Hasta ahora.
La investigación de Alistair Evans ha
permitido extender la idea de la “inhibición en cascada” a la especie
humana. En particular, los científicos señalan que el modelo podría
explicar la reducción del tamaño del tercer molar desde los australopitecos hasta la actualidad. En ancestros como los ardipitecos o los propios australopitecos, las muelas del juicio presentan un tamaño considerable, ya que el resto de muelas también tienden a crecer más en esta zona de la boca.
Por el contrario, la proporción varió
con la aparición del género Homo. El tamaño de cada muela no se mantuvo
constante, sino que empezó a cambiar en función del tamaño total de la
dentadura. La disminución de las dimensiones de nuestra dentadura
provocó a su vez una reducción del tercer molar, como consecuencia del
mecanismo de inhibición en cascada. En otras palabras, no somos tan
especiales como nos creíamos, a pesar de contar con un “estorbo” como
las muelas del juicio.
El modelo propuesto inicialmente por Kavanagh
es tan sencillo como atractivo. Conociendo el tamaño de la dentadura y
la especie a la que pertenece un homínido, los científicos pueden ahora
inferir el tamaño de los dientes de leche y los molares permanentes de
la parte posterior de la boca. Esta conclusión, que podría parecernos
anecdótica, también puede servir en los estudios de la evolución humana.
Para demostrarlo, el equipo de Evans fue capaz de predecir la gran reducción en el tamaño del tercer molar
en restos encontrados en la Sima de los Huesos de Atapuerca. Se trata,
sin duda, de una prueba clara de que nuestra historia también está
escrita en las muelas. Aunque sean tan pesadas y fastidiosas como las
del juicio.
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