martes, 8 de marzo de 2016

Violencia 2.0 (como el hampa en Venezuela usa tacticas de Al Qaeda para consolidar su dominio)



 
Las bandas aprendieron el ejemplo de los traficantes de drogas mexicanos y de los terroristas de ISIS. De las fotos estáticas colgadas en Facebook pasaron a los videos transmitidos en redes de mensajería telefónica. Ahora, el horror llega en gerundio a las manos de todos, gracias a la tecnología

@javiermayorca

            Escena 1: un hombre flaco, muy flaco, era arrastrado por unas calles polvorientas. Cuando la cámara del teléfono se activó, ya le quedaban pocas fuerzas y menos voluntad, quizá debido a los golpes que le habían dado, quizá por el miedo. Ya no tenía franela. Además de quienes lo arrastraban y hacían la toma, había por lo menos otras tres personas a su alrededor. El hombre como que intuía lo que iba a sucederle, y apenas atinó a decir que no lo mataran. Juró que no les iba a “echar paja” (delatar). Pero fue inútil. De repente, el camarógrafo se convirtió en asesino. En su esfuerzo por acuchillar al hombre perdió el foco. Pero el sonido del filo cortando la carne fue inconfundible.
            Las informaciones de prensa divulgadas poco después, en noviembre de 2015, indicaron que la víctima fue un oficial de la Policía Nacional en los Valles del Tuy.


            Escena 2: en la calle terrosa de un barrio, presumiblemente del estado Zulia, una turba sometió a dos jóvenes. Cuando empezó la toma de 40 segundos aún estaban vivos. Uno de ellos boca abajo. En dos oportunidades un sujeto brincó sobre él, con el ánimo de separarle la cabeza del cuerpo. En la segunda ocasión aparentemente logró su cometido. Al fondo se escuchaba el grito de una mujer. Luego, otro hombre se acercó con una pistola en su mano izquierda para disparar en el pecho del que aún estaba vivo. El arma se encasquilló. Con serenidad, resolvió el problema y le dio un tiro a quemarropa.
            Escena 3: cuando pulsaron el botón de grabar ya buena parte del cadáver había sido descuartizado. El hombre encargado de la tarea, descalzo y sin franela, utilizaba una sierra de motor. Apilaba las partes del cuerpo, lanzándolas una sobre otra, como si fuese una presa de ganado. Alrededor alguien llamó su atención con un silbido: “¡Mano, córtale los dedos!” El hombre parecía no escuchar la orden, debido al ruido generado por la herramienta. La acción era presenciada por otras seis personas, a diez metros de distancia.
            Estas y otras escenas llegan con cierta frecuencia a través de distintas “salas de conferencia” (chats) o mediante la transmisión de enlaces de archivos colocados en Youtube. Esta práctica se generalizó a partir de 2015, cuando se hizo viral en las redes la ejecución de un hombre con tiros de escopeta en la cabeza, presumiblemente en los Valles del Tuy.
            Antes, algunas bandas posteaban fotos en las que posaban armados, ya fuese individualmente, en grupos o con sus novias. Al respecto tuvo fama la página de Facebook de la banda liderada por José Tovar Colina, alias Picure. El sitio web lo denominaron Tren del Llano. Los de la organización que encabezó en Margarita Teófilo Rodríguez Cazorla, alias Conejo, también tenían su página en la misma red social, llamada Tren del Pacífico.
            Pero una cosa son las imágenes estáticas de sujetos armados o de cadáveres y otra son los videos que estas mismas bandas ahora graban y que ponen a correr como pólvora por las redes de mensajería. No es la violencia como amenaza o posibilidad. Es violencia en gerundio, haciéndose.
            El más reciente video muestra la muerte y posterior incineración de un supuesto azote de barrio en El Valle. El cadáver ardió en el medio de una calle, luego de que un sujeto lo rociara con combustible ante la vista de la comunidad y de los perpetradores, algunos de ellos armados con fusiles.
            Es la violencia en la era de las comunicaciones interactivas, o 2.0. Parecería una consecuencia casi natural del proceso que vivimos los venezolanos desde hace más de tres lustros, cuando la criminalidad comenzó a preferir los métodos violentos sobre la habilidad, y simultáneamente incrementó su frecuencia y ámbitos de acción. Los perpetradores han buscado nuevas formas de representación, validos de los avances tecnológicos.
¿Qué sentido tiene esto?¿Por qué un grupo de delincuentes se incriminaría divulgando un video con las atrocidades que hacen a sus víctimas? Sobre este particular hay claros referentes en otras partes del mundo. Grupos como Hamas y Al Qaeda solían divulgar mensajes pregrabados de los protagonistas de ataques suicidas. Ya en 2002, Brigitte Nacos observaba la importancia que tenían las redes sociales para estas organizaciones:

“Los terroristas modernos, como sus predecesores, están deseosos de explotar los medios masivos tradicionales mientras que reconocen el valor de los canales de comunicación directa; (ahora) los terroristas pueden mandar sus mensajes inalterados a sus sociedades-objetivo, a sus camaradas y a sus prospectos para reclutamiento”.

Las tácticas de los grupos dedicados a la violencia con fines políticos fueron asimiladas por organizaciones criminales, primordialmente las mexicanas. Según Ioan Grillo (2011) en 2006 los Zetas comenzaron a colocar en Youtube los videos con las decapitaciones de policías y miembros de grupos rivales inspirados en el modelo de uso de las redes sociales aplicado por Al Qaeda. Le siguieron luego milicias al servicio del cartel de Sinaloa. Hosken (2015) y Cockburn (2015) advirtieron que las redes sociales son vitales para la propaganda del grupo Estado Islámico para Siria e Irak (Isis o Daesh). El primer autor, incluso, señala que los videos con las ejecuciones corren de teléfono en teléfono gracias a las redes whatsapp.
De manera que la decisión tomada por los representantes de Facebook y Twitter, en el sentido de censurar ciertos contenidos y cerrar las cuentas utilizadas como vehículo para la divulgación de mensajes por grupos considerados terroristas, además de tardía tiene efectos limitados. Ahora, la violencia no sólo llega a los dispositivos personales casi en tiempo real. También posee otros canales de transmisión distintos a los de las referidas redes. Y si cierran una cuenta pronto saldrán otras tantas dedicadas a la transmisión de los mismos contenidos.
En el caso venezolano, esta proliferación de mensajes pareciera indicar que la violencia en el país no sólo es más frecuente, sino que también es más cruda y desde luego expuesta. Pero esto tiene otras consecuencias. Tal es, por lo menos, la apreciación del criminólogo Freddy Crespo:

“En este último lustro (2010-2014) se registraron en el país casi 35.000 homicidios más que en todo el lapso 1960-1999. Además, ya superamos los homicidios registrados en toda la primera década del siglo. La acción existe más allá de la difusión. Pero esta difusión está mostrando lo cruda que es la violencia y las personas lo están conociendo. Esto se empieza a normalizar. Termina incrementándose la percepción de que la violencia está desatada y que somos más vulnerables. Al mismo tiempo, esa vulnerabilidad nos hace ser más reactivos”.

            En un estado democrático, la reacción oficial es promover la discusión y el análisis de estas situaciones, para que así los individuos lleguen a una convicción debidamente fundamentada.
En Venezuela, en cambio, las decisiones han sido de distinta naturaleza. En 2015, cuando comenzó esta ola de videos, la división contra Delitos Informáticos de la policía judicial inició una averiguación para tratar de determinar el origen que tenía, y así identificar a sus protagonistas y las personas que hicieron la divulgación, para una eventual acusación por terrorismo. Esto es lógico y hasta cierto punto forma parte de las obligaciones de la institución. Pero en los primeros días de marzo hubo una nueva orden, que fue endurecer los mecanismos de censura. Desde el Ministerio de Relaciones Interiores instruyeron a todas las policías para restringir al máximo el acceso de los funcionarios a los chats, guiados por la convicción de que son los policías (y no los propios delincuentes) quienes se han encargado de difundir estos contenidos. A esto se une la vigencia de decisiones judiciales que impiden a los medios de comunicación formales divulgar contenidos que por su violencia puedan ser considerados lesivos para la integridad psicológica de los menores de edad. En fin, todo un entramado de restricciones diseñado bajo la noción de que lo mejor es mantener a los venezolanos en la ignorancia.

PS: una vez finalizada esta columna llegó por una red whatsapp el video de un joven venezolano que, parado al borde de una fosa, intenta durante tres minutos decapitar el cadáver de otro sujeto. El esfuerzo revela que no era muy experto en el manejo del hacha. Al fin, cuando logró cortar el cuello, tomó la cabeza por los cabellos y la exhibió ante la cámara, como si fuese un trofeo.



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