lunes, 3 de abril de 2017

Opinión ¿Fue un "teatro" la controversia entre la Fiscalía y el Tribunal Supremo de Justicia?


El viernes en la mañana, el país entero se llevó una inmensa sorpresa cuando la Fiscal General de la República, Luisa Ortega Díaz, anunció públicamente sus desacuerdos con las sentencias 155 y 156 del Tribunal Supremo de Justicia, alegando que las mismas constituían una "ruptura del hilo constitucional".


Aunque ambas sentencias surgían por temas distintos, ambas tocaban el tema de la Asamblea Nacional, que desde julio de 2016 fue declarada en desacato por el TSJ tras haber juramentado como diputados a 3 candidatos del estado Amazonas cuya proclamación estaba suspendida mientras se investigaban presuntas irregularidades, respaldadas por grabaciones que eran conocidas por todo el país. La proclamación era muy importante porque esos tres diputados adicionales le daban a la oposición la mayoría absoluta en el Parlamento, y la capacidad de modificar leyes orgánicas.

La larga sentencia 155 anunciaba, en un pequeño párrafo de 4 líneas, que la inmunidad parlamentaria de los diputados quedaba suspendida mientras la Asamblea Nacional continuaba en desacato, y la sentencia 156, surgida por la necesidad de aprobación de la Asamblea Nacional para que Pdvsa pudiera constituir nuevas empresas mixtas, señalaba en otro pequeño párrafo de 4 líneas que la Sala Constitucional del TSJ asumiría competencias parlamentarias mientras la Asamblea siga en desacato.

Estos dos puntos, en particular el último, fueron tomados por el planeta entero como un anuncio de que la Asamblea Nacional había sido "anulada" y de que, por lo tanto, había un golpe de Estado en Venezuela (más concretamente un "autogolpe"), al cual comenzaron a llamar "Madurazo" imitando el nombre dado a la disolución del congreso que Alberto Fujimori realizó en 1992, el llamado "Fujimorazo".

Pocas horas después, el Presidente Maduro anunció que se utilizaría un mecanismo previsto en la Constitución, el Consejo de Defensa Nacional, para reunir a las cabezas de los poderes públicos y solucionar la discrepancia. Con la participación remota de la propia Fiscal General, ese mismo viernes en la noche se reunieron las cabezas de los Poderes Públicos y, en la madrugada, anunciaron haber resuelto el problema.

La solución se dio a conocer en la mañana del sábado: los párrafos más controversiales de ambas sentencias, en torno a las competencias y la inmunidad de la Asamblea Nacional, estaban siendo removidos.

De inmediato, todos comenzamos a meditar qué fue lo que pasó aquí. A los chavistas el tema nos preocupó, porque esto significa que una decisión tan trascendental como el que un poder público asuma temporalmente las funciones de otro, parece que no fue una decisión concertada ni planificada.

De alguna manera muchos nos imaginábamos, tal vez influidos por los medios de comunicación, que el Presidente de la República, Nicolás Maduro; el Presidente del TSJ, magistrado Maikel Moreno y tal vez algún grupo de altos líderes del gobierno, incluyendo la Fiscal General, se reunirían o al menos se comunicarían entre ellos antes de emitir una sentencia tan importante como esa, escogiendo cuidadosamente el momento y el mecanismo para tomar esa decisión.

Los opositores, por su parte, comenzaron a "explicar" el domingo su teoría de qué había pasado. Ellos señalaban con maestría que, supuestamente, hay una especie de gran mesa donde Maduro, Luisa Ortega Díaz, Maikel Moreno, Diosdado, Tibisay y demás "cabezas del chavismo" se reúnen todas las noches para planificar todo lo que hacen.


Así nos hacen imaginar Prodavinci y Runrunes las supuestas reuniones secretas de los líderes del chavismo. Cortesía Los Simpson/Fox

Estos opositores nos aseguran que las palabras de Ortega Díaz fueron planificadas por Maduro: todo supuestamente era "un teatro" en el que a ella se le asignó un papel, para que cundiera el caos por unas horas y Maduro entonces pudiera llegar como el gran conciliador demócrata, el pacificador que arribó para salvarnos a todos. El objetivo, según los que difunden esta alocada teoría, es demostrar a la comunidad internacional que Maduro es un demócrata y que Venezuela no es una dictadura, sino un país donde hay independencia de poderes.

Por supuesto que esta teoría me parece estúpida. Y quiero explicar por qué.

Tenemos que contextualizar el momento en el que estábamos. Mientras se emitía la primera sentencia 155, simultáneamente se libraba una espectacular batalla diplomática en la Organización de Estados Americanos (OEA), con su secretario general, Luis Almagro, haciendo lo imposible para lograr que se apruebe la aplicación de la Carta Democrática contra Venezuela, lo que implicaría sanciones que empeorarían notablemente la situación del país y nos conduciría inevitablemente a una crisis humanitaria.


La canciller venezolana Delcy Rodríguez hizo inmensos esfuerzos para evitar que Almagro lograra activar. La Carta Democrática de la OEA contra Venezuela. Foto: OEA

Engranajes y presiones se movían por todos lados. Al menos dos congresistas estadounidenses amenazaron públicamente a tres países (El Salvador, República Dominicana y Haití) de que Estados Unidos les retiraría ayudas financieras si continuaban apoyando a Venezuela. Pequeñas islas del Caribe eran presionadas por el Imperio más poderoso de la historia para cambiar su voto. Por su parte, Maduro también se comunicó telefónicamente con los presidentes de México y Panamá para intentar hacerlos razonar.

De alguna forma, Almagro y sus aliados lograron subir los votos contra Venezuela de 14 a 20, acercándose mucho a los 24 necesarios para aprobar la Carta Democrática.

Sin embargo, luego de un duro y emocionante debate de varias horas en el Consejo Permanente de la OEA, finalmente los países antivenezolanos no pudieron lograr los votos necesarios para aprobar la aplicación de la Carta Democrática contra nuestro país. Sencillamente muchos países no estaban convencidos de que seamos una dictadura, o que nuestra democracia corriese peligro.


Pero entonces, el miércoles en la noche, cuando los venezolanos todavía celebraban el éxito en la OEA, con las sillas todavía calientes luego de horas de debate, de pronto la Sala Constitucional del TSJ emite una nueva sentencia, la 156. 

En principio parecía una sentencia aburrida más, en torno a la constitución de empresas mixtas, cuya aprobación requiere intervención del parlamento venezolano. Básicamente la sentencia decía que, mientras durase el desacato del Parlamento, la Sala Constitucional se encargaría de aprobar las empresas mixtas, requiriendo al Ejecutivo toda la documentación necesaria para su análisis y aprobación.

Hasta allí todo bien. Nada nuevo, que no se hubiera aprobado previamente en otras sentencias emitidas por el TSJ a solicitud del Poder Ejecutivo. Total, el gobierno requería seguir trabajando en medio de esta dura guerra económica que vivimos, pero tenía impedimentos por la negativa de la Asamblea Nacional a trabajar.

Pero en esa sentencia, de pronto aparece un parrafito muy extraño, diciendo:

4.4.- Se advierte que mientras persista la situación de desacato y de invalidez de las actuaciones de la Asamblea Nacional, esta Sala Constitucional garantizará que las competencias parlamentarias sean ejercidas directamente por esta Sala o por el órgano que ella disponga, para velar por el Estado de Derecho.

En otras palabras, la Sala Constitucional del TSJ asumirá las competencias de la Asamblea Nacional.

Aunque en lo personal estoy de acuerdo con ese parrafito, hoy sabemos que era innecesario. El asunto principal tocado por la sentencia (la autorización para crear empresas mixtas) no requería ese parrafito. Ya se han emitido otras sentencias en las que la Sala Constitucional ha resuelto problemas similares, indicando que el TSJ asumiría una función particular de la Asamblea Nacional mientras haya desacato. Nadie había hecho mayor escándalo al respecto. El problema es que este parrafito diciendo que el TSJ asumirá todas las competencias parlamentarias, creaba un ruido inmenso, innecesario. Era muy fácil que la derecha lo usara para creer a cualquier incauto, que Venezuela había abolido la Asamblea Nacional.

En términos beisbolísticos, era un pitcheo muy fácil de atajar, que la oposición no peló y bateó con todas sus fuerzas. Le gritaron al mundo:

"¡¡¡AL FIN!!! ¡¡¡NO HAY DUDA!!! ¡¡¡HAY DICTADURA EN VENEZUELA!!!"

En la mañana, el diputado Julio Borges, presidente autoproclamado del Parlamento venezolano, dio una rueda de prensa en la que afirmaba que había un autogolpe o golpe de Estado. Rompía la sentencia ante las cámaras, pedía pronunciamientos de las Fuerzas Armadas y de las comunidad internacional.


Medios gigantescos como CNN en Español, El País de España, Clarín de Argentina o El Nuevo Herald de Miami, o hasta la propia combinación Google-Wikipedia, clamaban que en Venezuela había un autogolpe.

Almagro estaba feliz. Extasiado. Casi simultáneamente a la rueda de prensa de Borges, emitía un comunicado a través de la página oficial de la OEA, denunciando un "auto golpe" en nuestro país. "Aquello que hemos advertido lamentablemente se ha concretado", señalaba el texto. "La Carta Democrática Interamericana debió haber sido accionada con rigurosidad para no lamentar otro golpe de Estado", dijo después, dándose la razón a sí mismo y regañando a todos los países que no le habían dado apoyo. Hasta se dio el tupé de citar frases del prócer Artigas en su comunicado.

Todos nos imagínabamos a Almagro con los ojos desorbitados, una sonrisa macabra y una camisa de fuerza, como el propio Bob Patiño cuando se lo llevan preso, gritando: "¡Se los dije! ¡Se los dije! ¡Yo se los decía! ¡Maduro es un dictador! ¡Siempre lo supe! ¡Pero ustedes no me hacían caso!".


Pronto, al menos quince países comenzaron a emitir comunicados expresando su "preocupación" por lo ocurrido. Algunos, como Perú, hasta retiraron a su embajador. La Unión Europea, Mercosur, la Cidh y seis países de Unasur emitieron comunicados contra Venezuela. Quienes estábamos pendientes de las noticias sentíamos que el mundo se nos ponía en nuestra contra.

Almagro lo sabía, y aprovecho esto para pedir un nuevo Consejo Permanente contra Venezuela. Para él, era obvio que ahora sí tendría los votos, y lograría lo que siempre pidió: invocar la Carta Democrática contra nuestro país.

Pocos quisieron escuchar las razones de la decisión. Ni siquiera leyeron en la sentencia la frase "...mientras persista la situación de desacato", que señalaba su carácter temporal. Mucho menos preguntaron por qué la Asamblea Nacional está en desacato, ni les importaba saber que era la propia Asamblea la que podía salir del desacato haciendo unos trámites que tardarían, a lo sumo, un par de días.

Nosotros publicamos un artículo en Alba Ciudad, llamado "¿Hay un golpe de Estado en Venezuela?", que tuvo más de 120 mil visitas en tres días y en el que intentábamos explicar a una audiencia internacional todo lo que había pasado en la Asamblea Nacional de Venezuela desde diciembre de 2015. Pero, ante la orquesta de gigantescos medios internacionales que convencían a millones de personas en todo el mundo de que en Venezuela había un autogolpe, debo reconocer que no tuvimos mayor efecto.

¿Por qué nadie nos escuchaba? Isaías Rodríguez, profesor en derecho constitucional, explicó que en la mayoría de los países europeos, donde los sistemas son parlamentarios y no se entiende mucho sobre nuestras leyes, el que se alegue que la Asamblea Nacional fue abolida o anulada es considerado algo gravísimo, terrible, una hecatombe. De hecho, él tampoco estaba de acuerdo con la suspensión de la inmunidad parlamentaria.

Ese mismo jueves, el Presidente Maduro apareció en dos actos televisados; en uno, condecoraba al embajador saliente de Arabia Saudi en Venezuela. En otro, daba la despedida al presidente de la CAF en el país. En ninguno de los dos actos se refirió a la nueva sentencia 156. El día anterior, en otro acto público, Maduro sí se había referido a la sentencia 155, y dijo que, si bien la consideraba "histórica", iba a solicitar a la Procuraduría analizarla para entender bien su alcance y atribuciones.

El viernes en la mañana, luego de que la Fiscal Ortega Díaz señalara públicamente que tenía objeciones con ambas sentencias, se formó un gran escándalo dentro del chavismo. Muchos la señalaban en Twitter como traidora, vendida, escuálida, catira oxigenada. Apelativos similares surgieron contra la abogada revolucionaria Eva Golinger, cuando también manifestó en Twitter que la separación de poderes debía mantenerse. El mundo entero, pendiente de nosotros, veía cómo nos despedazábamos en las redes sociales.

Es terrible ver ese comportamiento de nuestra "tropa", cada vez que un revolucionario manifiesta un desacuerdo con algo. Rápidamente todo el país había olvidado que, sólo 7 días antes, Ortega Díaz había encabezado la presentación del Informe de la Comisión por la Justicia y la Verdad, en cuyas 800 páginas se muestra la historia de cientos de revolucionarios torturados o asesinados en la Cuarta República y se señala con nombre y apellido a los funcionarios policiales que realizaron torturas y asesinatos durante este oscuro período. Algo donde ella está arriesgando su vida, porque todos sabemos que, si este gobierno cae y se monta uno de derecha, todos esos asesinos querrán cobrar venganza.

Aún no hemos aprendido que, entre revolucionarios, puede haber desacuerdos, y que esto no significa el fin del mundo. La verdad es que los desacuerdos siempre existirán, porque somos humanos y eso está en nuestra sangre. El chavismo, además, es extremadamente diverso y amplio, nos guste o no. De hecho, ojalá hubieran mejores formas de expresar los desacuerdos, porque quienes estamos abajo muchas veces no tenemos como denunciar cosas graves que están pasando. No nos queda otra sino usar redes sociales, Twitter, Aporrea y similares, y a menudo somos acusados de ultrosos, contrarrevolucionarios, ultracríticos, infiltrados, revolachas y traidores por hacerlo.

¡A veces provoca simplemente mandarlo todo al carajo!

Pero entonces recordamos que, de esta revolución, depende el futuro de nuestros hijos y nuestro país. Y preferimos un millón de veces este proceso con sus defectos y problemas, así muchas veces no nos escuchen o nos llamen traidores, antes que permitir el ascenso de un gobierno de derecha que nos pondrá a todos juntos en la misma fosa común.

¿Por qué Maduro no pudo ser el autor de la sentencia 156?

En la tarde del viernes, el Presidente Maduro asistió a la clausura del evento Venezuela Digital 2017. Y era inevitable que se refiriera a la sentencia y las palabras de Ortega Díaz, dada la conmoción que había en el país. Allí señaló que no sabía nada de la sentencia hasta que fue publicada, e inmediatamente, muchos opositores comenzaron a acusarlo de mentiroso.

Yo, en cambio, creo que decía la verdad.


En primer lugar Maduro, como Presidente de la República y responsable de la política exterior del país, fue el líder de las acciones de defensa de Venezuela en el Consejo Permanente de la OEA. Sólo él y su equipo saben de los enormes esfuerzos que hicieron para evitar la activación de la Carta Democrática. A nivel diplomático, debió ser un trabajo descomunal, teniendo en cuenta el imponente enemigo que tenían: los Estados Unidos y sus aliados, entre ellos países tan fuertes e influyentes como Brasil, Argentina, México o Colombia, entre muchos otros.

Maduro, además de ser compañero y alumno de Hugo Chávez, fue Canciller por seis años y medio. Fue diputado por seis años. Fue presidente de la Asamblea Nacional. Él aprendió de Chávez a ser un estratega. Él, como excanciller, sabe muy bien el efecto que un parrafito como el de la sentencia 156 podía tener en la comunidad internacional. En el supuesto de que Maduro hubiera mandado a hacer esa sentencia, estoy seguro de que él no hubiera estado de acuerdo en colocar en ella el párrafito 4.4 dándole al TSJ las atribuciones de la Asamblea. Y mucho menos publicar ese parrafito en un momento tan delicado como este.

Por otro lado, no nos estamos jugando sólo nuestra revolución. Ecuador estaba cerrando la campaña electoral de sus elecciones presidenciales, con un final muy cerrado entre el banquero Guillermo Lasso y el candidato de la Revolución Ciudadana, Lenín Moreno.

Y la prensa de ese país no desperdició la noticia de la supuesta "dictadura" en Venezuela, para crear tremendos titulares el viernes asustando a los votantes, dando a entender que lo mismo que pasaba en Venezuela ocurriría en Ecuador si ganaba Lenín Moreno, el candidato del Movimiento Alianza País (partido de Rafael Correa):


Finalmente el domingo Lenín Moreno venció, pero por apenas 200 mil votos y con amenazas de protestas violentas por parte de su contrincante, lo que nos da una idea de lo peligroso que puede ser una noticia como esta para países aliados.

Lo que intento decir, es que es absurdo creer que Maduro haya orquestado todo lo que pasó la semana pasada. Que haya redactado una sentencia con un párrafo que, innecesariamente, ponía en peligro nuestra victoria en la OEA y echaba a la basura todos nuestros esfuerzos para evitar la activación de la Carta Democrática.

Ese parrafito podría haber causado el ascenso al poder del banquero y empresario Guillermo Lasso en Ecuador: una victoria para la derecha que hubiera sido muy desmoralizante y peligrosa para todas las revoluciones del hemisferio. Hubiera sido un golpe muy duro para el pueblo ecuatoriano, que perdería importantes avances sociales. Un voto menos en la OEA, en Unasur y en Celac. Una peligrosa pérdida en el ALBA. Un riesgo grave para Julián Assange y el proyecto Wikileaks. Y todos los pueblos latinoamericanos nos señalarían a nosotros como los culpables.

Es mucho más absurdo pensar que Maduro, en esa supuesta mesa de reuniones secreta del chavismo, haya "ordenado" a la Fiscal aparecer ante los medios para inventar un escándalo. Y que ella hubiera aceptado esa orden.

Yo tiendo a creer que el TSJ emitió esa sentencia por voluntad propia y sin coordinación alguna con otros poderes públicos. Recordemos, además, que el Tribunal Supremo tiene una Justa Directiva nombrada hace pocas semanas. No hace falta ser jurista para darse cuenta que su nuevo Presidente, Maikel Moreno, y la nueva Sala Plena parecen tener un estilo muy distinto al que tenían Gladys Gutiérrez y sus otros predecesores.

También tiendo a creer que la Fiscal General, por convicción propia, basándose en sus conocimientos legales, vio que esas sentencias tenían errores graves en su opinión, y tal vez no tenía canales para hacer la denuncia (ya el 24 de marzo había expresado públicamente su frustración de que el Presidente Maduro no hubiera acudido al acto del Comité por la Justicia y la Paz). Y, en esas circunstancias, prefirió hacer lo que hizo para intentar hacer llegar el mensaje.

El retiro de los dos o tres párrafos en esas sentencias pareciera haber calmado las aguas a nivel internacional. Las amenazas de "guarimbas" o protestas violentas en nuestro país también parecen haberse apaciguado, luego de que el viernes y sábado ocurrieran protestas relativamente menores, pero que los medios internacionales amplificaron, poniéndolas por encima de hechos mucho más graves, como la quema del congreso de Paraguay, que dejó un muerto y numerosos heridos.

Habría que sentarse a pensar qué hubiera pasado si Ortega Díaz no hubiera hecho lo que hizo... ¿cómo lidiar con la activación de la Carta Democrática y sus sanciones políticas, económicas y comerciales? ¿Cómo lidiar con guarimbas y protestas violentas en las calles? ¿Y con decenas de países y organizaciones multilaterales dándonos las espaldas, retirando sus embajadores, rompiendo relaciones, prohibiendo el comercio con nosotros?

Eso sí: Todos hubiéramos preferido que Ortega Díaz se hubiese comunicado directamente con el Presidente de la República y con el Presidente del TSJ por algún canal directo y apropiado. Desconozco si ese canal existía; espero que ahora sí exista. Espero no sea un grupo de Whatsapp, porque los tendrían muy monitoreados en el Imperio.

Espero que vayan apareciendo nuevos canales, para que las personas más indefensas y vulnerables también puedan hacer llegar sus preocupaciones.


Y espero que nosotros podamos madurar más: una diferencia no es el fin del proceso. No es algo que cause que todos debamos chocar las cabezas contra el muro hasta reventárnoslas.

El que alguien exprese un desacuerdo público no significa necesariamente que sea un traidor. Todo lo contrario, tal vez lo está haciendo por lealtad y por querer que este proceso salga adelante.

Todos cometemos errores. Sólo que hay algunos errores que no tienen mayor relevancia y hay otros que, como en el efecto mariposa propuesto por Edward Lorenz, pueden causar un tornado en el otro lado del mundo como consecuencia del simple aleteo del más pequeño insecto. O de un minúsculo parrafito.

¡Lo importante es corregir esos errores y seguir adelante!

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