La curiosidad es una de las características del ser humano. Desde tiempos remotos, la humanidad ha intentado dar una explicación a aquello que le rodea. Al fluir del agua, a la alta montaña o al lento crecimiento de los árboles. También a lo que flota por encima de nuestras cabezas. Y es que el firmamento siempre ha causado fascinación a hombres y mujeres de todo el mundo y época.
Las grandes civilizaciones de la Antigüedad fueron las primeras en observar y estudiar los astros. Buscaban respuestas a cuestiones cómo la salida del sol o a la configuración de las constelaciones. Tras las soluciones, estudiosos como Ptolomeo, Copérnico, Kepler o Galileo, cuyos éxitos y fracasos fueron la base de la astronomía moderna. Con el paso del tiempo, las preguntas cambian, los avances llegan, pero el atractivo por descifrar el arco celeste no decae. Parece parte de nuestra genética. Aunque, hay casos en los que el interés por el cielo roza las estrellas.
Desde niño, Stéphane Guisard apuntaba con la mirada hacia el firmamento. A los 11 años construyó su primer telescopio. Lo hizo con unas lentes de plástico y un tubo de PVC. Con este vigilaba los astros desde su natal Saint-Avold, situada en la Lorena francesa. Cuando cumplió los 15, fabricó uno mayor.
«Pulí los espejos y lo hice de madera. Recuerdo encargarme de la óptica, la mecánica… Gracias a este, saque mi primera foto del cielo a los 16 años. A partir de ahí, nunca más dejé la astronomía», comenta a Guisard a Sputnik Mundo.
Con el paso de los años, aquel niño se graduó en ingeniera óptica en Francia. Estudió la fibra óptica, los láseres o las lentes. Se convirtió en un experto en telescopios. Esto le condujo al European Southern Observatory (ESO), dedicada al diseño, construcción y operación de potentes instalaciones de observación astronómica instaladas en tierra. En 1994, viajó a Chile y empezó a trabajar en el observatorio de la entidad en el Desierto de Atacama.
«Era el encargado de cuidar la parte óptica de los telescopios. Me dedicaba a su mantención y alineación para conseguir una mayor calidad de imagen»
En 2015, tras 21 años, abandonó Chile para mudarse a Múnich, donde se encuentra la sede de ESO. Allí se prepara el llamado Extremely Large Telescope (ELT), el que, según la organización europea, será el «mayor ojo que mire al cielo». En su diseño trabaja Guisard.
«Este será el telescopio más potente del mundo. No por su diámetro, sino por el tamaño de su espejo central. Este tendrá un diámetro de 39 metros. Podrá recoger más luz y así ver mucho más lejos», explica.
Está previsto que ELT sea instalado entre 2025 y 2026 en el desierto chileno. Sus cielos claros no tienen nada que ver con los de Múnich, afectados por la contaminación lumínica. Una bóveda celesta que el ingeniero recuerda con cariño. «Los cielos son muy oscuros, perfectos para los astrónomos, sobre todo para sacar fotos nítidas».
Y es que, más allá de ingeniero óptico, Guisard es también astrofotógrafo.
Sacar su cámara y voltearla hacia el universo es una de sus grandes aficiones. Nada tienen que ver las imágenes que consigue con su objetivo con las de su trabajo. Las del observatorio se basan en la espectroscopia, utilizada para captar la radiación de los cuerpos celestes. Ayuda a conocer la composición química o el movimiento de los astros y es sumamente útil para la investigación científica. «Los espectros suelen acompañar a los artículos científicos. Eso sí, no son muy poéticas, pero es cómo se hace la ciencia. Los astrónomos no buscan fotos bonitas», añade el ingeniero francés.
Por su parte, la astrofotografía sí que dispara al cielo en búsqueda de belleza. Quiere mostrar los cuadros que puede llegar a formar el universo. Y Guisard, a pesar de trabajar con espectros, se «queda con lo bello».
Por su objetivo han pasado la Vía Láctea, Orión, la Gran Nube de Magallanes, la Galaxia del Sombrero o la Nebulosa del Águila, entre otras. La luz y los colores inundan sus fotografías. Una obra tras la que hay horas y horas de dedicación. Tanto para la toma como para la posterior recomposición. «Las fotos del cielo profundo, es decir de cuerpos lejanos, necesitan mucho tiempo de exposición. El mínimo son 30 segundos, pero puedes estar varias horas. Hay imágenes que necesitan 10 horas y se hacen durante varias noches».
Sin embargo, para Guisard se pierde la magia de la astrofotografía. Las nuevas tecnologías son de ayuda, pero acaban con el encanto de las noches al lado del telescopio. La aventura de pasar horas bajo el manto estelar.
Durante sus años en Sudamérica, el fotógrafo ascendió en varias ocasiones a los Andes, tanto en la Patagonia como en Ecuador. Sufrió las heladoras temperaturas nocturnas de la cordillera y la falta de oxígeno al plantar el trípode a 4.000 o 5.000 metros sobre el nivel del mar. Para llegar a determinados lugares, se armaba de paciencia y cargaba hasta cinco cámaras sobre su espalda. En total, 30 kilos de material para retratar el cielo.
Horas en las que daba rienda suelta a su creatividad técnica. Pionero de la cámara, el francés fue de los primeros astrofotógrafos en utilizar la técnica del timelapse, mediante la cual podía observar el movimiento de las estrellas. En 2006 ya lo hacía y sus obras han ilustrado reportajes y películas.
Pero, si hay una fotografía de la que está orgulloso es de un mosaico del centro de la Vía Láctea. Necesito 200 horas de exposición y 50 imágenes para componerla. En total, seis meses para tomarla y otros seis más para procesarla y ensamblarla. Tiene mil millones de píxeles, una cifra imponente para un trabajo realizado hace 12 años.
El universo no es el único acompañante de Guisard. Hace 10 años, el astrofotógrafo decidió empezar a combinar la tierra con el cielo. Comenzó a realizar fotografías de paisajes y monumentos con las estrellas.
Un propósito con el que ha recorrido Sudamérica y América Central. El francés ha colocado su cámara frente a las vastas extensiones del Desierto de Atacama, pero también en la isla de Pascua o en el corazón de las ciudades mayas de Tikal y Chichén Itzá. «Muchos monumentos están relacionados con la astronomía, así que es una combinación perfecta», asevera.
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