lunes, 19 de septiembre de 2022

El hombre que llora en la noche por la calle Independencia

 

El maullido de un gato negro rompe el silencio en la calle Independencia, la desolación en horas de la noche es tremenda. Gerardo amaba sin control a Amelia, ella lo correspondía pero él soñaba hasta con casarse. “Conmigo no te puedes casar, yo soy una mujer casada”.

No le importaba robarse el amor de aquella mujer de cabellos castaños, dientes perlados, ojos verdes y unas pícaras pecas. Era una de las damas más hermosas de aquella Valencia. Mientras Gerardo la amaba en silencio. Era la ciudad de antaño, aquella de guantes blancos y trajes de armador.

En una de las tantas esquinas que hay en la calle Anzoátegui entre Cedeño y Lara se daban aquellos encuentros amorosos. Los cuales empezaban con flamígeros besos, Gerardo se desbocaba en amor para ella. “Te amo, a pesar de lo prohibido que puede ser este amor”.

No importaba que aquellas rosas que él le regalaba se convirtieran en pétalos. Era una señal que se habían amado aquella noche ya que los pétalos se esparcían a lo largo de la calle Anzoátegui.

“Esto algún día tiene que terminar”, le decía Amelia en tono nervioso a Gerardo. Pero mientras más intentos hacían para desprenderse de aquella locura de amor… más se amaban. Más eran las caricias y besos que había en aquel amor clandestino.

Calle Independencia y el hombre que llora en la noche

“Tú estás jugando con fuego muchacho, no te das cuenta que es una mujer casada”, le decía Román a Gerardo. “Cuidao con lo que estás haciendo… en esta ciudad todo hablan de los amoríos que ustedes tienen. 16 años te lleva esa mujer y es la esposa de un hombre adinerado, de paso peligroso”.

“Usté sabe qué… Román, el amor no tiene edad y esa mujer es para mí”… aquellos amores en las noches de luna llena eran incontrolables. Aquel centro valenciano parecía ser testigo de encuentros. Mientras Gerardo se devolvía a casa en horas de la madrugada.

En aquellas casas de antaño, hablaban de aquel amor, mientras las amigas de Amelia querían conocer al tal Gerardo. Cuando venía el cambio de luna ya era la señal para amarse en la noche de manera clandestina; profunda y apasionada.

“Muchacho loco ya estas tomando café otra vez”… le decía Mamá Pancha a Gerardo. “Déjate de estar jugando con fuego, mira que aunque el doctor esté fuera del país esa es su esposa”. Mientras Gerardo saboreaba el café con gusto.

“Uno sabe, pero mejor no decir nada”; decía Petra a la gente que le comentaba de aquellos amores incontrolables de Amelia y Gerardo“Usté sabe que los amores que son robados y clandestinos no tienen finales felices”… decía Petra.

“Te montas en el caballo”

Gerardo iba una noche caminando cuando un hombre sale en una de las cuadras de la calle Independencia. El hombre de sombrero lo obligó a montarse en el caballo. El sudaba copiosamente y su corazón latía… “mira muchachito, esto es mandao por el doctor, pa’ que sigas con mujeres casadas”.

Las mujeres rezaban el Rosario, en aquella madrugada donde sospechaban que algo malo podía pasarle al muchacho. Mientras los relámpagos anunciaban una lluvia con vientos aquella noche de septiembre en la capital carabobeña.

El caballo arrancó y de Gerardo no se supo más nada aquella noche en esa calle. Nadie tuvo el atrevimiento de hablar de lo sucedido y menos donde estaba el muchacho. Se habla de un hombre que llora en las noches de luna llena en esa calle valenciana el cual cuentan que es el.

En los pasos de un caballo, raudo en sentido contrario en esa calle del centro, buscando desesperadamente el Río Cabriales iba el animal con Gerardo encima. Un grito frío y seco se escuchó y dicen que era la voz de Gerardo. Amelia murió años después en París, luego que el marido se la llevara.



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1 comentario:

  1. Jajaja... hoy día lo matan igualito pero lo dejan tirado en la acera y dicen que fue intento de robo, ajuste de cuentas o sicariato. Lo demás... es puro cuento.

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