miércoles, 12 de febrero de 2014

Metilmercurio: Un enemigo silencioso



La incineración de pilas, baterías de teléfonos, desechos hospitalarios, entre otros productos que contienen mercurio, producen una alta contaminación atmosférica que, al caer al suelo en forma de lluvia, es transformada por las bacterias en metilmercurio, componente muy tóxico tanto para los seres humanos como el ambiente.

Ante esta realidad, especialistas del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (Ivic) trabajan en el desarrollo de un biosensor de sales de mercurio confiable con sensibilidad de 0.1 uM para usar en campo, con el fin de detectar la presencia de este metal.

La investigadora del Laboratorio de Suelos II del Centro de Ecología, María Hinojosa, quién lidera el proyecto de creación del biosensor, detalló que la explotación petrolera y minera producen epicentros de contaminación en algunas zonas de los estados Zulia, Falcón, Carabobo, Bolívar, Amazonas y Delta Amacuro. “Este dispositivo permitirá detectar los niveles de metilmercurio en dichas zonas” precisó.

Informó que, hasta ahora, los métodos empleados para determinar mercurio resultan muy costosos y poco prácticos a la hora de hacer mediciones en campo y señaló como ejemplo el  uso de la espectrofotometría de absorción atómica y biosensores en los que se emplea oro o métodos colorimétricos.

El metilmercurio es un compuesto que se absorbe casi en su totalidad por vía pulmonar y gastrointestinal, mientras que es moderada su absorción por vía dérmica. Se estima que tiene una semivida (es decir, el tiempo que tarda una sustancia en perder la mitad de su actividad) en torno a 40-50 días en el cuerpo humano. Se acumula en ciertos órganos internos como el hígado y los riñones, aunque su almacenamiento más severo ocurre en el sistema nervioso. Por esto último es un neurotóxico.

En el proyecto también participan los especialistas Fréderique Barras, Francois Denizot, Marc Chippaux y Jean Raphaël Fantino, del Laboratoire de Chimie Bactérienne adscrito al Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia; así como Saúl Flores y Noemí Chacón, del Laboratorio de Suelos del Centro de Ecología del Ivic.

Hinojosa señaló que existen dos fuentes de mercurio. Las naturales, que yacen en el mineral conocido como “cinabrio” ubicado en abundancia en las minas de Almadén (España) y Santa Bárbara (Perú); y las artificiales, las cuales derivan de la industria petrolera, petroquímica, minería, entre otras.



Convención de Minamata  
La investigadora del Ivic, María Hinojosa, hizo referencia que en octubre de 2013 Venezuela, entre otros 139 países del mundo, firmaron en Kumamoto (sur de Japón) el primer acuerdo internacional para reducir el uso y comercio de mercurio y así prevenir futuros daños a la salud y el ambiente. Recordó que en la década de 1950 se detectó un síndrome neurológico en Minamat causado por la contaminación del agua, tras el vertido de mercurio por parte de una planta petroquímica, el cual generó que miles de personas quedaran gravemente enfermas o con discapacidades permanentes.




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