La incineración de pilas, baterías de
teléfonos, desechos hospitalarios, entre otros productos que contienen
mercurio, producen una alta contaminación atmosférica que, al caer al suelo en
forma de lluvia, es transformada por las bacterias en metilmercurio, componente
muy tóxico tanto para los seres humanos como el ambiente.
Ante esta realidad, especialistas del
Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (Ivic) trabajan en el
desarrollo de un biosensor de sales de mercurio confiable con sensibilidad de
0.1 uM para usar en campo, con el fin de detectar la presencia de este metal.
La investigadora del Laboratorio de
Suelos II del Centro de Ecología, María Hinojosa, quién lidera el proyecto de
creación del biosensor, detalló que la explotación petrolera y minera producen
epicentros de contaminación en algunas zonas de los estados Zulia, Falcón,
Carabobo, Bolívar, Amazonas y Delta Amacuro. “Este dispositivo permitirá
detectar los niveles de metilmercurio en dichas zonas” precisó.
Informó que, hasta ahora, los métodos
empleados para determinar mercurio resultan muy costosos y poco prácticos a la
hora de hacer mediciones en campo y señaló como ejemplo el uso de la espectrofotometría de absorción
atómica y biosensores en los que se emplea oro o métodos colorimétricos.
El
metilmercurio es un compuesto que se absorbe casi en su totalidad por
vía pulmonar y gastrointestinal, mientras que es moderada su absorción por vía
dérmica. Se estima que tiene una semivida (es decir, el tiempo que tarda una
sustancia en perder la mitad de su actividad) en torno a 40-50 días en el
cuerpo humano. Se acumula en ciertos órganos internos como el hígado y los
riñones, aunque su almacenamiento más severo ocurre en el sistema nervioso. Por
esto último es un neurotóxico.
En el proyecto también participan los especialistas Fréderique Barras,
Francois Denizot, Marc Chippaux y Jean Raphaël Fantino, del Laboratoire de
Chimie Bactérienne adscrito al Centre National de la Recherche Scientifique
(CNRS) de Francia; así como Saúl Flores y Noemí Chacón, del Laboratorio de Suelos del
Centro de Ecología del Ivic.
Hinojosa señaló que existen dos
fuentes de mercurio. Las naturales, que yacen en el mineral conocido como
“cinabrio” ubicado en abundancia en las minas de Almadén (España) y Santa
Bárbara (Perú); y las artificiales, las cuales derivan de la industria
petrolera, petroquímica, minería, entre otras.
Convención de Minamata
La investigadora del Ivic,
María Hinojosa, hizo referencia que en octubre de 2013 Venezuela, entre otros
139 países del mundo, firmaron
en Kumamoto (sur
de Japón) el primer
acuerdo internacional para reducir el uso y comercio de mercurio y así
prevenir futuros daños a
la salud y el
ambiente. Recordó que en la década de 1950 se detectó un síndrome neurológico
en Minamat causado por la contaminación del agua, tras el vertido de mercurio
por parte de una planta petroquímica, el cual generó que miles de
personas quedaran gravemente
enfermas o con discapacidades
permanentes.
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