Mi casa, mi carro, mis hijos, mi mujer, mi marido. Esas expresiones
propias de la sociedad occidental cifradas en el tener muestran cómo el
modelo de pareja es permeado por el concepto de posesividad.
Eso significa que nuestra forma de pensamiento tiene implícita la
posesión y eso se refleja en una forma de concebir el amor y el ser
pareja: en la sociedad capitalista, cuya esencia es el tener, cada
persona se cree dueña de su pareja. Lo grave es que la cultura, la
sociedad, lo validan como natural, normal. Así como se poseen objetos,
se puede poseer personas.
Esa es la raíz más profunda que podría explicar los celos
patológicos, según Mónica Lozada Páez, sicóloga egresada de la
Universidad del Valle y docente de la Universidad Javeriana Cali.
Si a esta línea de pensamiento, dice ella, le agregamos que somos
seres humanos, pero que como especie animal aún conservamos rezagos
instintivos de marcar territorialidad, o el machismo que se da silvestre
en nuestra geografía, se genera un contexto fértil para los celos.
Si la persona no ha pasado por procesos formativos y educativos que
le permitan cuestionar esas formas posesivas de relacionarse y tener la
claridad de que no se posee a las personas – es un principio de respeto
para la sana convivencia– esos celos pueden tomar un cariz obsesivo.
Y si además careció de elementos que le den un soporte de seguridad
emocional, como el afecto –base para que un ser humano forme su
autoestima– tendría otro ingrediente para ese caldo de cultivo que
desata celos enfermizos o patológicos.
“Un niño que recibe amor aprende a sentirse bien y a que el amor no
está en juego”, dice la doctora Lozano. De lo contrario, en su vida
adulta sentirá esa amenaza. Y por lo general, nos educamos y crecemos
con el temor a perder el amor.
“Los seres humanos apenas estamos en proceso de aprender a dirimir
nuestros conflictos mediante el diálogo y no por el impulso”, dice
Lozada refiriéndose a ese otro ingrediente que puede desencadenar celos
compulsivos y terminar en actitudes agresivas y hasta trágicas:
atentados contra la vida o la dignidad de la mujer, como ataques con
ácido que han venido en alza.
Así es como un enamorado, desde sus profundos miedos e inseguridades,
pasa a agresor. Porque el celoso no tiene un perfil definido, solo va
bajando peldaños hasta llegar a lo más bajo de la condición humana,
según la metáfora del médico terapeuta argentino Jorge Bucay, en su
libro ‘El Camino a la Autodependencia’.
Hasta allá descendieron quienes han lanzado ácido o sustancias
químicas corrosivas al rostro de su expareja sentimental, al sentirse
rechazados o abandonados por ellas. “El agresor normalmente tiene
vínculos afectivos con la víctima y siente alivio al saber que ella no
podrá relacionarse con una persona del género opuesto”, dice Ximena
Cuéllar, sicóloga de la Universidad Javeriana de Cali.
¿Qué oculta la mente de nueve victimarios que hicieron de Cali la
segunda ciudad del país, después de Bogotá, con más ataques con ácido
recientemente: cinco casos en 2012 y cuatro en 2013?
Comprender lo patológico es complejo, dice la doctora Lozada. El
celoso enfermizo es una persona profundamente temerosa, miedosa,
intensamente sola e incapaz de hacerse cargo de sí mismo y de su propia
felicidad, y cimenta su seguridad fuera de sí mismo, en el otro.
La especialista explica que cuando una persona tiene una herida
física, todas sus actuaciones y movimientos giran en torno a no tropezar
o lastimar el área afectada. Igual, quien tiene una herida emocional
comienza a mirar la vida desde ese foco: su mundo está en función de ese
miedo a perder ese amor, a que no se lo arrebaten, a imaginar quién lo
está amenazando y así comienza a ver situaciones donde no las hay
(cuadros delirantes) y a asumir una actitud perseguidora y controladora
hacia el otro para evitar esa supuesta pérdida.
Entonces, el celoso enfermizo busca controlar las acciones,
pensamientos, opiniones, movimientos y todo de su pareja: le revisa el
celular, le esculca la cartera, controla cómo se viste, cómo saluda, las
expresiones de afecto con amigos o familiares, le mide el tiempo de
salida y de llegada, absolutamente todo, porque está cuidando que esa
pérdida no suceda.
Como siente una ansiedad y una angustia muy fuertes, refuerza sus
controles, los estrecha más y comienza a bajar peldaños. “Es como ir
descendiendo a lo más terrible de nosotros como ser humano”, dice Bucay.
(Ver recuadro).
Desde el enfoque personal, Margarita Villa, sicóloga de Profamilia,
dice que la misma relación brinda los elementos para detectar un celoso
obsesivo. Si siente una necesidad de estar siempre a su lado o le aleja
de sus amigos y de su familia, le está dando pequeñas señales, sutiles
detalles que configuran su patología.
El problema es que el otro está enamorado y lo ve como natural e,
incluso, tiende a justificarlo: “Me llama todo el día, es que me quiere
mucho”, dicen el Romeo o la Julieta de turno. No tiene la sangre fría
para conocer más a ese novio o novia ideal, sin ver los problemas
afectivos, que seguro le han dejado con una baja autoestima.
Es ese tipo de persona que se escapa del trabajo para ir a seguir a
su novia y ver con quién está. O ella se vuela también de su trabajo
para verlo porque así lo desea él. O la mujer que se pone furiosa porque
él llamó a una amiga delante suyo.
Un caso socialmente permitido es el de quienes se muestran como son
delante de sus amigos: alegres, sociables, espontáneos. Pero cuando
están con sus parejas se transforman en otras personas, parece que
mutaran a seres pasivos, callados, tímidos, porque ellas son tan
controladoras que constriñen su personalidad.
La relación con un celoso patológico conlleva a violencia interna y
muchas parejas se quedan ancladas en ella, se toman y se dejan porque
ninguno de los dos es capaz de tomar la decisión de salir de esta.
“El duelo duele, por eso se llama duelo, causa dolor como una herida
física, al principio es muy doloroso pero a medida que pasan los días va
sanando. Al principio hay que darse el permiso de llorar, hacer
pataleta y todo, pero al final se supera. Hay que darse esa oportunidad
de sanar o nunca va a tener esa capacidad de romper y va a reincidir”,
dice Villa.
Pasos del celoso hasta ser agresor
Para poder detener a la persona amada, busca hacerse necesario. Es
una manera de jugar al seductor perfecto: te atiendo, te doy regalos, te
llamo, te doy todo, a ver si así logra retenerla.
Si el anterior método no da resultado, entonces busca que le tengan
lástima: posa de víctima con expresiones como ‘mira todo lo que hago por
ti y cómo me pagas’, ‘no puedo vivir sin ti’, etc.
Si aún así no logra retener a su pareja, entonces trata de hacer que
esta lo odie: comienza a hacer todo lo que le fastidie a su pareja, lo
que le molesta, no le contesta el celular, le daña sus cosas, en fin,
para que le tenga rabia.
Y si con los tres pasos anteriores no logra su objetivo, entonces
baja el último escalón de la degradación humana e intenta retener al
otro haciendo que le tema, infringiéndole miedo. Entonces vienen las
amenazas, las agresiones y el hacer daño a la pareja.
En su desesperación, termina matando o matándose. O lanzándole ácido a
su expareja porque no logró retenerla bajo su ley de que “si no es para
mí, no es para nadie”, porque hay una sensación de poder, irreal por
supuesto, de ser el dueño de la vida de ese otro ser humano.
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