Mientras estudiaba Ingeniería en la Universidad Nueva Esparta, a Jesús Peñaloza, se le ocurrieron varios proyectos y uno de ellos es cómo ayudar a un motorizado cuando sufre un accidente.
Hace aproximadamente nueve meses, Peñaloza diseñó un casco inteligente que pudiera acortar los tiempos de espera al momento de atender una emergencia vial ¿Cómo? activando una señal que enviara mensajes de texto ya pre-establecidos en el celular y la ubicación de la moto vía GPS.
El casco cuenta con un collarín que se “despliega” cuando ocurre el accidente, protegiendo de esta manera el cuello del conductor.
Proyecto era una tesis de grado
Para la creación de este invento, Jesús, se basó en varios factores, que meses más tarde defendería como tesis de grado: el tiempo que espera un motorizado antes de recibir atención médica es de aproximadamente 42 minutos, según la investigación realizada durante la construcción del prototipo ; el tráfico
que impide a los paramédicos llegar hasta el lugar del incidente y el
hecho de que los conductores no se comunican con las autoridades por
miedo a que los culpen de causar el accidente.
A eso se le suma que la mayoría de los cascos que se utilizan en Venezuela de esos abombados
que se abrochan debajo de la mandíbula, “hoy son tan comunes en las
calles y autopistas ofrecen poca o ninguna protección al motorizado
porque se parten con facilidad, son cascos que se utilizan para evitar las multas pero no ofrecen ninguna protección”, explica el estudiante.
Prototipo
Jesús Peñaloza estuvo seis meses construyendo el prototipo. Para cumplir con su objetivo, no solo tuvo que poner en práctica todo lo que veía en clases, sino que además se instruyó en materias desconocidas para él, como el desarrollo de aplicaciones para Android, manejo de sistemas Arduino de microcontroladores, comunicación vía GSM y Bluetooth y hasta lesiones comunes que sufre un motorizado cuando se accidenta.
Pasaba las noches programando para irse al día siguiente a la Universidad Simón Bolívar, donde tenía el suficiente espacio para realizar las pruebas de frenado. Todo lo hacía bajo la supervisión de su tutor Mauricio Marín.
Resultado:
El resultado fue un casco voluminoso y de apariencia aparatosa que no solo cubre el cráneo sino también la mandíbula. Cuando se produce un impacto, un acelerómetro
capta el cambio brusco de velocidad y envía una señal Bluetooth a un
módulo GSM conectado a la motocicleta. Un sensor de presión interna
verifica que el motorizado tiene puesto el casco.
El módulo de la motocicleta será el encargado de enviar dos mensajes de texto a teléfonos de contacto de emergencia. El primero será información pregrabada en el celular a través de la aplicación Android donde se detallan los datos personales del motorizado, como tipo de sangre, seguro médico y condiciones de salud (si sufre alergias o si toma cierto tipo de medicamentos). El segundo mensaje ofrece la ubicación exacta de la motocicleta vía GPS.
El collarín se activa a través de una bombona
similar a la utilizada para llenar los cauchos de las bicicletas.
Peñaloza aclara que es un collarín ortopédico improvisado que requiere
rediseño.
El prototipo cuenta además con paneles solares en su parte superior. Cuando hay suficiente luz solar, estos captan la energía para alimentar el sistema y ahorrar batería.
Materiales:
El casco fue una donación de una tienda de motocicletas, mientras que el motor que activa el sistema fue sacado de un carrito a control remoto. Otros materiales, como los paneles solares, fueron importados.
Claro que es un prototipo y no el producto final.
Para ver el proyecto culminado, Peñaloza necesita más horas de trabajo
para hacer que el casco sea más liviano y el módulo que se instala en la
motocicleta más pequeño, entre otras cosas. Haber defendido su tesis
(en la que obtuvo 20 puntos y mención honorífica) y convertirse gracias a ello en ingeniero fue apenas el primer paso.