06 Feb. Poderenlared.com.- A
propósito del aniversario 84 del nacimiento del revolucionario venezolano
Fabricio Ojeda, presentamos la carta que el periodista leyó en el antiguo
Congreso de la República, en la que este expuso las causas de su renuncia al
cargo de diputado para adoptar así otro método de lucha: la lucha armada.
Fabricio Ojeda, junto con
Argimiro Gabaldón, Jorge Rodríguez (padre) y Noel Rodríguez, fue uno más de los
incontables asesinados y desaparecidos en los inicios de la “democracia”
puntofijista. Ojeda se desempeñó como reportero de El Nacional durante los años
del pérezjimenismo; fue militante y fundador del partido Unión Repúblicana
Democrática (URD), líder de la Junta Patriótica, organización que desempeñó un
papel central en el ámbito civil durante el derrocamiento de Pérez Jiménez;
ingresa como diputado por URD en 1958 y en el 59 se solidariza con la
Revolución cubana. Ante la represión que ya caracterizaba el naciente régimen “democrático”,
en 1962 Ojeda renuncia al Congreso para marchar a Los Andes, donde funda un
frente de la organización guerrillera FALN.
Con la lectura de esta
carta, recordaremos por qué Fabricio Ojeda renunció a ocupar un lugar en el
parlamento para ir a la lucha armada, y podremos ver con claridad cuál era la
situación real por la que atravesaba el pueblo venezolano durante los primeros
años de la naciente “modernidad política” de Venezuela. Una farsa con todas sus
letras.
*******
Caracas, 30 de junio de
1962.
Señores
Presidente, Vicepresidente y
demás
miembros de la Cámara de
Diputados
Palacio Legislativo
Caracas.
Distinguidos colegas:
En el primer aniversario de
la suspensión de las garantías Constitucionales, un grupo de estudiantes de la
Universidad Central y yo, hicimos una promesa de extraordinaria significación.
Estábamos en el Cementerio General del Sur, frente a la tumba de Alberto Rudas
Mezzone – uno de los tantos jóvenes caídos en la lucha por la libertad -, allí
levantamos las manos y las voces y juramos: que el sacrificio de nuestros
mártires no sería en vano. Juramos continuar sus pasos y cumplir su obra, para
que la sangre derramada retoñase en nueva vida para el pueblo.
Y desde entonces comenzamos
a prepararnos para el cumplimiento irrenunciable. Con este objetivo, redimir al
pueblo haciendo honor al sacrificio de sus mártires, hemos trabajado sin
descanso, hemos luchado sin cesar. Ahora a mí, solo me queda, como decía un
insigne pensador latinoamericano, “cambiar la comodidad por la miasma fétida
del campamento, y los goces suavísimos de la familia por los azares de la
guerra, y el calor del hogar por el frío del bosque y el cieno del pantano, y
la vida muelle y segura por la vida nómada y perseguida y hambrienta y llagada
y enferma y desnuda”.
Es por ello, colegas
Diputados, que vengo ante ustedes a expresar la decisión de dejar el Parlamento
– este recinto que pisé por voluntad del glorioso pueblo caraqueño, hoy
oprimido y humillado -, para subir a las montañas e incorporarme a los
compañeros que ya han iniciado el combate y con ellos continuar la lucha
revolucionaria para la liberación de Venezuela, para el bienestar futuro del
pueblo, para la redención de los humildes.
Estoy consciente de lo que
esta decisión implica, de los riesgos, peligros y sacrificios que ella
conlleva; pero no otro puede ser el camino de un revolucionario verdadero.
Venezuela – lo sabemos y los sentimos todos -, necesita un cambio a fondo para
recobrar su perfil de nación soberana, recuperar los medios de riqueza hoy en
manos del capital extranjero y convertirlos en instrumento de progreso
colectivo. Necesitamos un cambio a fondo para liberar al trabajador de la
miseria, la ignorancia y la explotación; para poner la enseñanza, la técnica y
la ciencia al alcance del pueblo: para que el obrero tenga trabajo permanente y
sus hijos amparo y protección. Venezuela, en fin, necesita un cambio profundo
para que los derechos democráticos del pueblo no sean letra muerta en el texto
de las leyes; para que la libertad exista y la justicia impere; para que el
derecho a la educación, al trabajo, a la salud y al bienestar sean verdaderos
derechos para las mayorías populares y no privilegios de escasas minorías. Pero
nada de esto podrá lograrse en un país sub-desarrollado y dependiente, como el
nuestro, sino a través de la acción revolucionaria que concluya con la
conquista del Poder Político por parte del pueblo. De otra manera, tanto los
instrumentos de poder, como los medios de riqueza, continuarán en manos de los
monopolios internacionales y de las castas oligárquicas del país, con la
consiguiente explotación de los trabajadores, la proliferación del hambre y la miseria
y el abandono permanente del pueblo. Esta situación precisa una transformación
estructural que cambie el sistema formalista de la democracia por la efectiva
realización de la misma: es decir, que arrase con todo lo podrido, con todo lo
injusto, con todo lo indigno de nuestra sociedad y en su lugar erija una nueva
vida de justicia y libertades.
A estas alturas de la
historia, cuando un vendaval de renovación sacude al mundo, los venezolanos no
podemos permanecer aferrados a una vida política, sin perspectivas de futuro y
que mantiene al país sumergido en el subdesarrollo económico, en el atraso
crónico y al pueblo, doblegado bajo el peso constante de la miseria y la
ignorancia y el hambre. Venezuela es un país privilegiado por la naturaleza.
Las entrañas de su tierra están pobladas de riqueza y sobre la superficie
crecen montañas de dinero. Pero estas riquezas y este dinero sólo van a parar a
los bolsillos de los grandes tiburones de la política nacional e internacional,
mientras que el pueblo, dueño de ellas, se debate entre la angustia de no
poseer nada y el dolor de su precaria situación económica. Este país, donde se
produce tres millones de barriles de petróleo diariamente y mas de veinte
millones de toneladas de hierro cada año, donde las empresas extranjeras que lo
explotan acusan utilidades que sobrepasan los mil quinientos millones de
bolívares anuales, vive un drama terrible con centenares de miles de obreros
sin trabajo, con centenares de miles de campesinos sin tierra, con centenares
de miles de niños abandonados y sin escuelas, con centenares de miles de
analfabetos, con legiones de indigentes que escarban en los desperdicios en
busca de alimentos y centenares de miles de hombres y mujeres sin techo que se
arrastran hacinados en ranchos insalubres, sin la menor protección social,
sanitaria o económica. Este país que es el mas rico de toda la América Latina,
muestra ante los ojos angustiados de su gente, un panorama de males y penurias
que se ahonda en la existencia misma de grandes contradicciones: mientras unos
lo tienen todo, comodidades, lujos, placeres y bonanza; otros nada poseen, ni
nada les espera, a no ser la muerte en la mas completa pobreza. Mientras unos
tienen en bancos y cajas fuertes millones de bolívares, otros carecen de recursos
mas elementales de la vida humana. Mientras unos pueden mandar a sus hijos a
los mejores colegios, otros tienen que resignarse a ver a los suyos crecer en
la ignorancia. Mientras unos viven como parásitos, sin trabajar ni producir,
otros no encuentran donde colocar su fuerza de trabajo. Mientras unos ven a sus
mujeres dar a luz en clínicas lujosas, otros, los más, tienen que conformarse
con verlas parir como animales en sus ranchos inmundos.
Este es el drama, la
horrible tragedia de nuestro país y nuestro pueblo. Buscarle remedio es
responsabilidad de los venezolanos progresistas, encontrarle solución es deber
irrenunciable. Pero no debemos detenernos en aplicar los consabidos “paños
calientes” que sólo postergan la enfermedad, sino que hemos de ir a su misma
raíz para extirpar, como el buen cirujano, los orígenes del mal. Ya el pueblo
venezolano está cansado de promesas que no pueden cumplirse y esta ya
decepcionado de una democracia que no llega, pero que a nombre de la cual se le
maltrata, se le persigue y se le engaña.
Ningún movimiento político
ha negado hasta ahora estas realidades; pero lo que es realidad y convicción
para algunos, es demagogia y politiquería para otros. Esto se ha venido
demostrando, al menos, en nuestra accidentada historia, en nuestro proceso
republicano. Una cosa ha sido la prédica política fuera del poder y otra, muy
distinta, acción de gobernantes. Y a cada paso, salta a la vista cómo el
pueblo, las mayorías hambrientas, miserables y desamparadas, no han sido más
que infeliz escalera cuyos peldaños trepan ambiciosos y carreristas. Todo hasta
ahora ha sido engaño, mentira, farsa vergonzosa que compromete
responsabilidades y escarnece principios. La democracia no ha sido otra cosa
que medio para ese engaño, para esa mentira, para esa farsa vergonzosa. A
través de la prédica insinceras de sus postulados y noblezas se ha oprimido, se
ha vejado, se ha explotado al pueblo. La democracia que defienden quienes
oprimen y roban en su nombre, ha servido solo como escudo para la ignominia, la
podredumbre, la corrupción y la desvergüenza de quienes sirven intereses
extraños y de quienes entienden la democracia como instrumentos de apetitos
subalternos. Consecuencia de esto es el papel que en nuestro país están jugando
instituciones democráticas como el Parlamento, son esencia misma de la
soberanía popular.
Yo sé que muchos de ustedes,
colegas Diputados, creen de buena fe que lo que está ocurriendo hoy en nuestro
Parlamento – el poder mas importante de la democracia representativa – es
producto de la poca experiencia democrática que tenemos los venezolanos o
simplemente resultados de contradicciones circunstanciales que pueden ser
superadas con un cambio sencillo en el tren gubernamental. Y que aquí podría
resolverse el ingente problema nacional: conquistar la independencia del país y
crear bases perdurables para el bienestar colectivo, a través de la lucha
cívica, o lo que es lo mismo, en el tránsito pacífico de las propias
instituciones. A mi juicio, quienes así piensan, o están equivocados honestamente,
o lo que es más grave: ocultan su propia cobardía. O temen que la Revolución
los arrase o jueguen a la demagogia para satisfacer ambiciones egoístas. O no
han logrado comprender la naturaleza y carácter de las fuerzas reaccionarias
que tradicionalmente han impuesto la opresión, el escarnio y la humillación al
pueblo venezolano, o quieren disfrazar sus verdaderas intenciones.
Este pueblo que ofrece
sangre y vida por la libertad, creyó igual que muchos de ustedes en una
solución pacífica del problema venezolano. Yo mismo y conmigo quienes
intervinieron en el gran movimiento de la Junta Patriótica, creímos de buena
fe, sinceramente, que con el derrocamiento del tirano y el retorno a la Patria
de todos sus hijos perseguidos, podría lograrse un entendimiento general
unitario, venezonalista, que trabajara por el engrandecimiento de la país, por
la dignidad de los venezolanos, por la independencia misma de la Nación. Esta
ilusión de jóvenes ingenuos, de políticos sin malicia, todos buena fe y buena
voluntad, se derrumbo bajo el peso del egoísmo y las ambiciones de otro. El 23
de enero, lo confieso a manera de autocrítica creadora, nada ocurrió en
Venezuela, a no ser el simple cambio de unos hombres por otros al frente de los
destinos públicos. Nada se hizo para erradicar los privilegios ni las
injusticias. Quienes ocuparon el Poder, con excepciones honrosas, claro está,
nada hicieron para liberarnos de las coyundas imperialistas, de la dominación
feudal, de la opresión oligárquica. Por el contrario, sirvieron como
instrumento a aquellos intereses que gravitan en forma negativa sobre el cuerpo
desfalleciente de la Patria. Pero, al menos, crearon un clima de libertad, de
respeto, de convivencia entre los venezolanos, ausente hoy de la vida nacional.
Todo lo demás es producto de cuestiones más profundas que penetra en la razón
misma de un sistema político creado por el engaño y la mentira. Y es que era de
ingenuo o de iluso pensar que con el sólo derrocamiento del tirano y el retorno
a la vida institucional, con poderes elegidos, se había logrado la solución de
nuestros problemas. Nosotros creímos, de muy buena fe, lo repito, que las
diferencias transitorias podrían ponerse a un lado para sentarse todos a
trabajar por la Patria, para que cesaran los viejos odios, las rencillas
parroquianas y cada uno pensara mas en el progreso del país que en sus
intereses personales. Nosotros creímos que el patriotismo estaba por encima de
banderías y de grupos. Pero lo primero que algunos hicieron de regreso al país,
fue atentar contra la Junta Patriótica, contra sus miembros fundadores, que en
la resistencia habían sabido trazar una línea política justa que culminó con la
victoria popular. Mas, ahora estamos convencidos que todo lo ocurrido, que el
nuevo fracaso, no fue sino el resultado de las grandes contradicciones
económicas y sociales que se agitan en nuestra sociedad, que pugnan dentro de
un sistema político como el nuestro. No podía esperarse otra cosa sino se había
hecho otra cosa que cambiar los hombres del gobierno. El 23 de enero hubo solo
esto: un cambio de nombres. La oligarquía explotadora, los servidores del
imperialismo buscaron acomodo inmediato en el nuevo gobierno. El poder político
había quedado en manos de los mismos intereses y los instrumentos de ese poder
seguían bajo la responsabilidad de las mismas clases. Así hemos seguido, pero
esto no podrá continuar por mucho tiempo. Ya el pueblo de Venezuela como todos
los pueblos oprimidos del mundo, se ha dado cuenta de las causas que originan
sus males. Y todos estos pueblos se han planteado la histórica tarea de la
liberación económica y política, para emprender el desarrollo independiente que
ha de cristalizar en progreso, en bienestar, en felicidad para los humildes. Un
ejemplo de la victoria popular hay ya resplandeciendo en América Latina: La
Revolución Cubana. Este hecho ha contribuido enormemente a esclarecer el
panorama futuro de nuestros pueblos, a despertar a las masas dormidas, a
abrirle los ojos a los engañados y a galvanizar la conciencia revolucionaria y
antiimperialista que se agiganta en la fibra más honda de nuestro patriotismo,
de nuestro sentimiento nacionalista.
No obstante las realidades
objetivas, las experiencias propias y extrañas, el pueblo venezolano, amante
siempre de la paz ha querido resolver sus problemas a través del camino cívico.
Y a pensar de todos los contratiempos, se hizo grandes ilusiones al cambiar la
correlación de fuerzas en el seno del Congreso Nacional. Nuestro pueblo creyó
que el control de la oposición sobre la Cámara de Diputados y sobre el Poder
Legislativo, abría de veras nuevas perspectivas para erradicar la violencia y
pacificar el país. Pero ya esas ilusiones han sufrido fuertes golpes y
definitivamente se han venido abajo, frente a la indefensión del Parlamento
ante un Ejecutivo prepotente y arbitrario. Dos meses hace que esta Cámara de
Diputados, en medio del tácito regocijo popular, aprobó radiodifundir algunas
de sus sesiones y todavía esta resolución no ha podido ser cumplida. Hace
igualmente dos meses que el Congreso Nacional, en uso de sus atribuciones y
facultades constitucionales, decretó la restitución de las garantías que por
mas de un año estuvieron suspendidas; pero a pesar del Decreto del Poder
Legislativo, se continúan allanando hogares, apresando ciudadanos sin delitos.
Y al amparo de un decreto pérezjimenista que el pueblo derogo el 23 de Enero se
prohíbe a la Unión Nacional de Mujeres un acto en el Palacio de los Deportes de
Caracas para hablar sobre la devaluación del bolívar y su incidencia en el ya alto
costo de la vida; al amparo de ese mismo decreto, el gobierno de Betancourt
prohíbe a los trabajadores, a las clases obrera revolucionaria celebrar el 1°
de Mayo, Día Internacional del Trabajo. Y por si ello fuera poco, los agentes
de la represión oficial, sus bandas armadas, arremetieron contra obreros
indefensos que desafiando el terror salieron a la calle para conmemorar su día
con su dignidad. Algunos muertos y numerosos heridos – sangre del pueblo –
fueron el balance del 1° de Mayo en todo el país. Pero estos no son hechos
aislados de la arbitrariedad transitoria, sino norma y razón de ser de un
gobierno al margen de la ley, que no respeta la Constitución, ni respeta el
Congreso, ni respeta nada. En El Tigre, en Punto Fijo, en Valencia, en toda la extensa
latitud venezolana se dispara contra trabajadores indefensos que expresa su
libre voluntad dentro del movimiento sindical. Y frente a los Liceos,
estudiantes de todas las edades bautizan con su sangre promisoria el regreso “a
la normalidad constitucionalidad”. Y es que el Ejecutivo no respeta las
decisiones del Congreso, sino sus aspectos meramente formales.
¿Pero no es el Poder
Legislativo el más importante, el poder fundamental de la constitucionalidad?
¿No es el Parlamento elegido por el pueblo, la esencia misma de la soberanía
popular? Todo ello es cierto, más dentro de un sistema político como el que
vivimos los venezolanos, el Poder Legislativo opera normalmente cuando su
mayoría sirve a los mismos intereses del Poder Ejecutivo y responde a la misma
composición de éste. Cuando se opera en fenómeno contrario, es decir, que la
oposición controla el Parlamento, entonces frente a él se levanta la muralla de
la amenaza, del irrespeto y el atropello. Se atropella al Parlamento y a su
misma dignidad, cuando se burla el convenio de caballeros celebrado entre el
Presidente de la República y la Directiva de la Cámara de Diputados para
resolver el angustioso problema de la huelga de hambre de los presos políticos.
Se atropella al Parlamento cuando el ministro de Relaciones Interiores, niega
los canales de la Radio Difusora Nacional – utilizada por el Ejecutivo cuando
le viene en gana – para transmitir las sesiones de la Cámara de Diputados. Y
pendiente está la amenaza de engavetar el Proyecto de reglamentación de las
garantías que apruebe la oposición en Diputados, si aquél no responde a los
arranques fascistas, a las características tiránicas, a la esencia despótica de
la Vieja Guardia y Copei. ¿Entonces cómo contar con el Parlamento para la
Revolución que nuestro pueblo tiene planteada? ¿Es que podrá la Cámara de
Diputados o el Congreso garantizar el cumplimiento de leyes progresistas y
patrióticas, sino ha podido radiotransmitir una sola de sus sesiones y no ha
podido impedir los atropellos, vejaciones y persecuciones, a pesar de haber
restituido las libertades públicas? ¿Podrá garantizar este Congreso la
aprobación y aplicación de una Ley contra los monopolios que saquean nuestras
riquezas? ¿Podrá este Congreso ejecutar y hacer ejecutar una reforma amplia en el
sistema económico y social de la República? Ya se ha evidenciado, señores
Diputados, que ello es imposible mientras no haya un cambio a fondo en el
sistema político venezolano. Un análisis detenido de esta situación, de la
impotencia en que estamos para hallar una solución pacífica al problema
nacional; un estudio de cómo el gobierno ha tomado el atajo de la ilegalidad,
irrespetando la Constitución y atropellando las instituciones democráticas, de
cómo la democracia en nuestro país es solo una farsa, una mentira, para
encubrir la opresión, el crimen y la arbitrariedad; de ver cómo la libertad no
existe para el pueblo, ni la justicia impera para el pueblo; el ver cómo los
periodistas son encarcelados a pasar de la vigencia de la libertad de
expresión; una consideración general de este panorama de corrupción, de este
ambiente de persecución, de esta vida de angustia; un examen de la situación
que nos deja el Parlamento burlado, la soberanía mediatizada, el pueblo
humillado, la dignidad perdida y las riquezas hipotecadas, me han llevado a la
conclusión, como a muchos otros venezolanos, que aquí se necesita un cambio
radical una transformación verdadera que convierta nuestro país en Nación
libre, próspera y digna.
Consecuencia de esta firme
convicción, resultado de ese análisis, es la decisión que he tomado de combatir
con las armas en la mano, como lo hace el pueblo cuando quiere conquistar la
libertad, y buscar en la acción revolucionaria la solución de nuestros grandes
problemas, y lograr para el pueblo una vida nueva, distinta a la precaria
existencia que ha llevado durante siglo y medio de República injusta. Esta
decisión me honra y compromete, a la par que me satisface. Igual camino han
tomado en épocas y países distintos los más notables hombres de la humanidad.
Igual decisión tuvieron que tomar nuestros Libertadores frente a una Patria
colonizada, frente a un pueblo esclavizado. Ellos, los forjadores de nuestra
nacionalidad, nos trazaron el camino y nosotros hemos de continuarlo con
iguales, sacrificios, con los mismos riesgos y la misma fe, para despedazar las
nuevas cadenas del dominio extranjero y garantizar la plena independencia
nacional.
Esta es nuestra decisión,
este nuestro camino. Vamos a las armas con fe, con alegría, como quien va al
reencuentro de la Patria preferida. Sabemos que con nosotros está el pueblo, el
mismo que en todas las épocas memorables ha dicho presente ante todo lo noble,
ante todo lo bueno, ante todo lo justo.
Nuestra decisión de
incorporarnos a los estudiantes, obreros y campesinos que hacen la guerra de
guerrillas en Falcón, Portuguesa, Mérida, Zulia, Yaracuy, obligados por la
brutal represión del gobierno que amenaza con la muerte, la tortura y la cárcel
a quienes se oponen a sus designios, obedece a la firme convicción de que la
política de las camarillas que ejercen hoy el Poder no muestran ningún ánimo
para dar soluciones a la crisis política venezolana a través del dialogo y la
senda electoral. Toda la maquinaria oficialista ha sido desde ya colocada al
servicio de los grupos exclusivos que forman la intimidad del actual Presidente
y sin espíritu de servicio a la Patria y al Pueblo, tales grupos han privado a
los venezolanos de sus mas elementales derechos y desde ahora preparan el
fraude que les permite perpetuarse en el Poder, a usanza de todos los gobiernos
despóticos que el país ha padecido.
Esperar que esta burla
sangrienta se consagre sin mengua de la propia dignidad, no sólo es cobardía,
es alentar falsas ilusiones cuyas consecuencia serían fatales para nuestro
desarrollo democrático. Ya el grupo que gobierna ha demostrado hasta la
saciedad que sólo conoce el método de la violencia, el camino de la ilegalidad.
Frente a su soberbia, no cabe otra actitud para aceptar al reto y disponerse a
combatirlo con sus mismos métodos, para que los venezolanos puedan, libres del
Gobierno de Betancourt, libres de sus odios e intrigas, de su corrupción e
incapacidad, de su politiquería y pequeñez moral, de su sectarismo y maldad,
darnos un gobierno verdaderamente nacional, respetuoso de la ley democrática,
fiel servidor del pueblo y leal a la independencia y soberanía nacionales.
Hacemos armas contra la
violencia, la represión, las torturas, el peculado. Tomamos las armas contra
las depravaciones y la traición. No lo hacemos por romántica concepción de la
lucha ni sometidos a otra decisión que a la nuestra, sólo comprometida con
Venezuela. No hacemos la guerra contra las Fuerzas Armadas, en su conjunto, en
cuyo senos nos consta por experiencia personal y por la acción conjunta que
libramos en Enero del 58, se han formado Oficiales cuya única ambición es
también la nuestra: ser útiles a la Patria y servir a su grandeza y soberanía.
Y porque la inmensa mayoría de los clases y soldados pertenecen a las clases
humildes, a las familias sin pan, ni tierra, ni libertad. Y si algunas de sus
jerarquías han sido colocadas como ciego e incondicional instrumento
personalista del grupo de Rómulo Betancourt, ello no puede ocultarnos que más
temprano que tarde civiles y militares nos encontraremos juntos en un mismo
propósito fraternal y patriótico. Evidencia de esta afirmación es la reciente
“Sublevación de Carúpano” y “la heroica acción de Puerto Cabello”, donde
Oficiales de limpia trayectoria como Jesús Molina Villegas, Pedro Medina Silva
y Manuel Ponte Rodríguez supieron dar un paso al frente de la historia, antes
de vivir en la ignominia. Allí se demostró como en el seno de las Fuerzas
Armadas hay hombres que sienten la Patria en su exacta dimensión y que
inspirados en las lecciones de Bolívar, siguen su ejemplo de valor, de nobleza
y patriotismo y como este Gobierno llega hasta el bombardeo de ciudades
abiertas, al genocidio, para tratar de conservar una situación ya insostenible.
El comino trillado por ellos habremos de continuarlo para que al salir de la
prisión gloriosa, los Oficiales, clases, soldados y civiles de la heroica
acción de Carúpano y Puerto Cabello, puedan vivir dentro de una Patria nueva,
como la que hemos soñado todos y por la cual ellos combatieron. No hacemos las
armas contra el Ejército, la hacemos contra quienes sirven a los monopolios
extranjeros causantes de nuestra pobreza; hacemos la guerra, contra los
asesinos de estudiantes, de obreros, de campesinos; hacemos la guerra contra
los que roban y comercian a nombre de una democracia falsa; hacemos la guerra
contra los que siembran el hambre, la angustia y el dolor en la familia
venezolana; hacemos la guerra contra una vida de corrupción, de odios y de
intrigas; en fin, hacemos la guerra para que la aurora de la libertad y la
justicia resplandezca en el horizonte de la Patria.
El gobierno ha querido que
esta lucha sea así. Ni nosotros ni nadie puede esperar que ella pueda decidirse
a corto plazo. Hemos emprendido una acción dirigida a barrer con la
injusticias, la traición y la corrupción en nuestra sociedad, una acción que
sólo puede triunfar si se forja poderosa en un movimiento nacional de amplitud
popular, civil y militar a todo lo largo y ancho del país, del cual somos
apenas un pequeño engranaje. La lucha será prolongada, llena de riesgo y
sacrificios. Pero la victoria no podrá rehusarse a quienes se dan a esa lucha
haciendo descansar sus ideales en el pueblo y su sacrificio en una causa
nacional y democrática; a quienes sólo tienen como ambición, servir a la Patria
escarnecida. Y si algo faltara para justificar mi actitud, ahí está el asalto
fascista a los diarios “La Tarde” y “Clarín”, voceros insobornables del pueblo,
en la destrucción de cuyas máquinas está el gobierno retratado de frente. Pero
además me alienta las palabras pronunciadas en esta Cámara por el Diputado de
Acción Democrática, doctor Elpidio La Riva Mata, en las cuales traduce el
clamor de nuestro pueblo, al expresar valientemente:
“El gobierno no quiere
guerrillas, pero tampoco quiere prensa libre, mitins, manifestaciones ni
ejercicio cabal de las libertades públicas; por eso sus bandas armadas realizan
salvajes actos como el efectuado el sábado en las oficinas y talleres de
“Clarín” y “La Tarde”. El actual gobierno esta incapacitado para regir
democráticamente los destinos del país. En este sentido, la perspectiva
electoral es bastante oscura. ¿Pueden los sectores de oposición contemplar con
optimismo hechos como este que liquidan las vías pacíficas de la contienda
política?”
Para agregar después:
“Todo el cuerpo de la
Constitución y todas las manifestaciones de la constitucionalidad están
acribillados por los hechos de este Gobierno…”.
Y me alienta, igualmente, el
pensamiento del Senador José Octavio Jiménez, cuando dice:
“Tengo varios hijos y
prefiero verlos morir en el combate guerrillero, antes que caer asesinados en
las calles por las bandas armadas de este Gobierno…”.
Y me enorgullecen los
planteamientos del compañero José Vicente Rangel, que a nombre de mi partido
“Unión Republicana Democrática”, expreso la voz y sentimiento de toda su
militancia y que yo interpreto como un mandato inexorable.
Pero aun hay algo más que
por si solo bastaría para evidenciar lo justo del camino tomado. Ello es, la
amenaza que pende sobre nuestra Cámara so-pretexto de erradicar el
“extremismo”. Este golpe mortal para la democracia, está ya casi consumado y es
posible que sea practicado en pocos días. Las maniobras que se adelantan para
llevarlo a cabo, no importan, lo real es que su independencia y su dignidad
será acribillada por la soberbia ejecutivista. Ya sea encarcelando a Diputados
para cambiar la correlación de fuerza en ella existente; ya sea dejando al
Poder Legislativo sin su representación legal como la Comisión Delegada; ya sea
por el boicot constante y cada vez más agresivo; lo cierto es que el Ejecutivo,
en otro de sus arranques despóticos, ahogará y estrangulará a la Cámara de
Diputados, ahora cubierta de dignidad.
La defensa del Parlamento independiente
corresponde a todos y la defensa de la Constitución es un deber irrenunciable.
Por ello cuando hacemos armas contra este gobierno, las hacemos por la
restitución constitucionalidad democrática, por la Cámara de Diputados
escarnecida y atropellada, por la independencia de los poderes públicos, por la
democracia y la justicia.
Convoque, pues, señor
Presidente, al suplente respectivo porque yo he salido a cumplir el juramento
que hice ante ustedes de defender la Constitución y leyes del país. Si muero,
no importa, otros vendrán detrás que recogerán nuestro fusil y nuestra bandera
para continuar con dignidad, lo que es ideal y deber de todo nuestro pueblo.
Abajo las cadenas!! Muera la
opresión!!
Por la Patria y por el
Pueblo!!
Viva la Revolución!!!
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