Por Carla Mandiola
Daniel Zamudio fue agredido el 3 de marzo por cuatro hombres molestos
por su condición de homosexual. Murió 25 días después, en la Posta
Central. Su madre, Jacqueline Vera, no se movió de su lado. Estuvimos
con ella la última semana en el hospital, en la velatón, en su casa en
San Bernardo. Así, de a poco, ella contó la historia de su hijo y el
calvario que siguió a la agresión.
Daniel Zamudio acaba de morir. Faltan pocos minutos para las ocho de
la tarde del martes 27. Sus padres se despiden dándole un beso en la
mejilla.
Dos horas después, dejan el cuerpo de su hijo en la misma sala donde
lo han visto estos 25 días de agonía y en cuyas paredes la madre pegó
santitos esperando un milagro que no llegó. Iván Zamudio y Jacqueline
Vera se meten a un auto que los lleva a su casa, en San Bernardo. Ella
no deja de llorar. Tres cuadras antes de llegar, ambos se sorprenden.
Las calles están iluminadas: cada una de las 20 casas de la Villa
Loncomilla tiene tres velas encendidas delante de su puerta. Cuatro
carabineros vigilan la entrada al pasaje, para que no entren curiosos ni
desconocidos. Esta es una ceremonia íntima del barrio. Iván le toma la
mano a Jacqueline y le pide que tenga fuerza por última vez.
Por la ventana del auto, ella divisa la luna, que esta noche es
apenas un pedacito menguante. "La luna que le gustaba a Daniel", dice,
en un susurro.
Cerca de 30 vecinos se acercan a abrazar a Jacqueline. Ella camina
lento por la calle decorada con guirnaldas celestes y blancas que
cuelgan de las rejas. Iván abre la puerta de su casa. Los vecinos
aplauden. Jacqueline entra, abatida.
Las cosas se han sucedido rápido hoy. En la tarde, ella e Iván
estaban cenando en una fuente de soda cerca de la Posta Central cuando
los llamó el director del hospital, Emilio Villalón. Les pidió que
fueran inmediatamente. Jacqueline supo enseguida que eran malas
noticias. "Llegamos a su pieza y el Dani estaba pésimo. Nos dijeron que
iba a morir en cualquier momento y que nos teníamos que despedir. Lo
abracé y lo besé mucho, no quería soltarlo. Los doctores estaban
asombrados, porque mi pollito no dejaba de resistir, como si no quisiera
morir, como si no quisiera dejarme sola. Antes de morir, el Dani botó
una lágrima".
Los vecinos de la Villa Loncomilla rezan: "Padre Nuestro que estás en
el cielo…". Hay un improvisado responso en la calle. Jacqueline no se
siente capaz de oírlo. Llega al sillón del living, se desploma y llora.
Su calvario de madre que ve cómo su hijo se va apagando ha durado casi
un mes, y ella ha sentido de todo. Esperanza e impotencia. Miedo y
resignación. Y no en ese orden, sino todo mezclado.
***
Daniel siempre le avisaba a su madre dónde iba a estar y a qué hora
llegaría. Por eso, ella se extrañó cuando no supo nada de él ese viernes
2 de marzo. El día anterior su hijo se había ido temprano a su trabajo
de vendedor en un mall chino de Providencia y le había dicho que le iba a
traer algo rico para comer. A las 11.30 la había llamado desde un
teléfono público para decirle que en la tarde iba a ir a la casa de una
amiga y que le avisaría si llegaba o no a cenar. Nunca más dio señales.
Ni Jacqueline, ni su marido, ni sus otros tres hijos -Diego (27), Ivania
(20) y Rodrigo (15)- supieron de él. Hasta esa llamada en la madrugada
del sábado 3.
Cuenta Jacqueline:
"Me llamó mi hija a las 3 y media de la mañana, porque me buscaba la
policía. Les dije que fueran a mi casa. Uno de ellos me dijo:
'Jacqueline, la voy a llevar a la fiscalía, porque encontraron a un niño
botado en la plaza, le pegaron y podría ser Daniel'. Cuando el
detective me cuenta lo que pasó, pensé que lo habían asaltado, que le
habían pegado, pero nunca pensé que así. Sentí una cosa en el corazón,
una angustia grande. De la fiscalía llegué a la posta. Entré con un
policía como a las 4 de la mañana. Una enfermera me dice que la doctora
quiere hablar conmigo. '¿Cómo ha estado usted?', me dice, y me abraza.
'Bien, ¿cómo está mi hijo?'. Me pide que reconozca si es él o no. Yo
entro y fue como si me lanzaran un balde de agua en la cabeza. Era
impresionante ver cómo me lo dejaron, lleno de sangre. Lo habían operado
de su pierna, de su cabeza, estaba conectado por todos lados. Tenía la
cabeza del doble de su tamaño, como se la patearon tanto. Su cara era
negra, no tenía ojos, no tenía boca, era una masa. Había tajos en su
cuerpo. Yo lloraba. Le rogué a la doctora: 'Sálvele la vida, sálvele la
vida'. Salí de la pieza, respiré profundo, me tranquilicé un poco. 'Está
en coma tu hijo, estamos haciendo lo posible para salvarle la vida', me
dijo la doctora. Me dijo que me encomendara a Dios. Yo me paré y no
sabía si estaba caminando o estaba en el aire. Parece que me desmayé.
Recuerdo que no podía leer claro, que no entendía las palabras. Tenía
oscura la vista".
Es jueves 22 de marzo y Jacqueline recuerda todo esto sentada en una
banca, afuera de la Posta Central. Dice que así fue como se enteró que
su hijo Daniel Zamudio, de 24 años, fue brutalmente golpeado por cuatro
hombres en el Parque San Borja. Ese jueves ella saca la cuenta de que ya
lleva 19 días sentada en este mismo lugar, esperando que los médicos
hablen con ella, esperando ver a su hijo una hora diaria. Ese jueves,
Daniel está en coma, pero aún está vivo.
El fin de semana en que casi asesinan a su hijo, los dos tenían
planeado ir a la playa. "Teníamos una plata guardada, íbamos a sacar una
parte para viajar. Ibamos a arrendar una cabaña en Cartagena, que es
más barato. El Dani me dijo que nos fuéramos los dos, que íbamos a ir a
la feria artesanal y me compraría un vestido hindú que me gusta. Me iba a
comprar un cinturón de cuero. Ibamos a ir y le pasó esto. Le tenía la
toalla lavada, las chalas también. Tenía todo listo. Cómo cambian las
cosas de un minuto a otro… Es doloroso, porque él tenía tantos planes
que se fueron a la mierda por unos jetones… A veces piensas que te vas a
volver loca, porque hay que dar explicaciones, pero el cuerpo no te
da".
***
Jacqueline dice que la persona más cercana en su vida era su hijo
Daniel. Que veían las teleseries juntos, cenaban, compraban ropa,
caminaban por la plaza de San Bernardo y se contaban sus problemas.
Pocas veces discutieron.
"Un día peleamos porque él me compró un pantalón que no me gustó,
porque era muy de lola. No me lo puse y nos enojamos tres días. Al
cuarto día me puso un chocolate grande en la cama y flores. Me dijo:
'Mamita, perdóname, yo sé que no te vistes tan joven, pero lo compré por
si te gustaba'. Un mes después me regaló un jeans y dos poleras".
"El Dani trabajó de cajero en una peluquería y aprendió mucho de
belleza. Me arreglaba el pelo a mí, me hacía masajes. Era todo el
Daniel. Era mi amigo, mi hijo, mi confidente. A mi hija también le
cuento cosas, pero no tan profundas como a Daniel. El Dani era maduro y
me sabía aconsejar, y en medio de todas las palabras me decía algo
bonito y me dejaba tranquila. A mí no me dejaba andar sola en la calle,
los dos nos cuidábamos. El Dani era un 7. Es como si Dios me lo hubiera
entregado un tiempo para estar con él, para disfrutarlo, para ser
feliz".
Jacqueline, sentada afuera de la Posta, detiene su relato. Se da
cuenta de que está hablando de Daniel en pasado, y dice que tiene que
hacerlo en presente, porque este jueves 22 de marzo su hijo aún está con
vida, pese al paro cardíaco que días antes empeoró todo. Cuando vuelve a
hablar, sin darse cuenta, Jacqueline lo hace otra vez en pasado.
"Lo que más echo de menos del Dani es cuando me despertaba en las
mañanas, se tiraba encima cuando yo me estaba levantando. Sacudía su
cabeza y me llenaba de gotitas, y como se echaba tantas cremas, me
dejaba toda encremada. Después tomábamos desayuno. El se demoraba una
hora en bañarse y arreglarse. Le tenía que servir un plato de frutas y
andaba para arriba y para abajo con un frasco de té rojo, para quemar
las grasas. Le gustaba cantar una canción de moda, de un gitano. Y le
gustaba Placebo, la Britney Spears y Madonna".
"Desde que él era chiquitito yo sabía, intuía, que era gay. No era
necesario que me lo dijera. Yo le compraba bolitas, probaba con él. No
le gustaba jugar con autitos y vestía a los gatos con vestidos. En el
colegio no lo molestaban, pero él se enojaba cuando lo hacían jugar a la
pelota, cuando lo hacían correr. Llegaba a la casa cansado, reclamando:
'Me carga que la profesora me haga correr, ¿acaso cree que soy
hombre?'. Toda la familia sabía que el Daniel era gay, lo único que
faltaba era que él nos dijera".
"Un día nos invitó a una once a todos y fue con su pareja, que
siempre había presentado como su amigo. Llegó el Francisco y comimos
completos y tomamos bebida. Estábamos en la casa, todos sentados,
tirando la talla, y el Dani dice: 'Me voy a casar'. 'Qué bueno, hijo',
le dije, y le di un beso. Y le pregunté si Francisco era su pololo. El
Dani tenía 20 años y me quedó mirando sorprendido. Todos nos paramos y
nos dimos un abrazo. Salimos a dar una vuelta, y ellos se fueron al
departamento de Francisco, que vivía en Las Condes. Ellos se conocieron
en una disco. Francisco era 11 años mayor. En un momento, le propuso al
Dani irse a Australia, pero él le dijo que no, porque no me quería dejar
sola. Ahí se acabó la relación, duraron casi tres años".
Jacqueline se lleva la mano al cuello y muestra su collar. Allí lleva
colgado el anillo de las ilusiones de su hijo y Francisco. "El es alto,
rubio, de ojos claros. Tiene una buena situación económica, maneja un
auto convertible. Se había comprado un departamento nuevo, porque el
anterior les quedaba chico para los dos. Le quería pagar un curso de
manejo al Dani, porque le quería regalar un auto".
Daniel, dice su madre, se codeaba con gente así.
"En el barrio en San Bernardo era querido el Dani, pero no tenía
muchas amistades, porque le gustaba más ir a Santiago. El Dani tenía
buen roce social, no le molestaban los cuicos. Se preocupaba de vestirse
bien, siempre estaba impeque. Dos veces fue a Buenos Aires, porque
necesitaba un exfoliante para la cara. Yo no conozco mucho a los amigos
del Dani, porque son de Providencia y yo vivo en San Bernardo. Esos
amigos son del mall donde trabaja. Las personas que iban a comprar
terminaban siendo sus amigos".
***
El momento más difícil del día para Jacqueline era llegar en la
mañana a la Posta. Podía ver a su hijo según el horario oficial de
visitas: desde las 12.30 a la 1, y en la tarde, de 17.30 a 18.00. Nada
más. Ella llegaba a las 11 AM y esperaba sentada afuera del hospital.
Trataba de no ir muy lejos, por si había que regresar rápido. De los 25
días en que Daniel estuvo allí, en varios no comió nada. Sólo tomaba
líquido. Sentía que la garganta se le secaba. La primera semana en la
Posta, Jacqueline se fumó dos cajetillas de cigarros diarias.
Luego del accidente de Daniel, Jacqueline dejó su trabajo de cajera
en un supermercado para estar junto a su esposo el mayor tiempo posible
en la Posta Central. Después de cuatro años separados, ella volvió a la
casa de su ex pareja, porque los médicos les pidieron que estuvieran
juntos en caso de una emergencia.
***
Jueves 22 de marzo, noche.
El Parque San Borja está lleno. Unas cien personas participan en la
velatón por Daniel Zamudio. Adelante van Jacqueline e Iván, acompañados
por los dirigentes del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual
(Movilh), su abogado y los familiares más cercanos. Jacqueline intenta
no llorar. No puede. Sus gritos se escuchaban por todo el parque.
Está oscuro, pero ella no se saca los lentes de sol. Con las manos se
tapa la cara. No quiere hablar con la prensa. Sólo repite una frase
para sí misma: "Estos desgraciados me la van a pagar".
Jacqueline y su esposo van al lugar exacto donde esa madrugada del 3
de marzo encontraron moribundo a su hijo, luego de la golpiza. Bajan una
pequeña loma con dificultad. La madre llora con rabia. Le cuesta estar
en pie. Las fuerzas sólo le alcanzan para dejar allí una vela encendida.
"Las tres veces que he ido al Parque San Borja he visto a mi hijo que
me grita y pide ayuda. Había tanta gente en la velatón, y yo pensé
'¿Cómo no estaban para ayudar al Dani cuando lo necesitó?'. Estaba solo.
Todo eso me inundó, yo estaba súper mal".
Luego de la velatón, en el auto que los lleva de regreso a su casa en
San Bernardo, Jacqueline no habla con Iván. Va con los ojos cerrados.
Logra dormir un poco, ya que hace días está con insomnio. Al llegar a su
pasaje, despierta: los vecinos han puesto velas y carteles en la reja
de su casa.
Esa noche, Jacqueline se quedaría conversando con su hija Ivania
hasta las dos de la mañana. La madre recordaría después que mientras
hablaban de Daniel, las dos sintieron que alguien les tocaba el brazo.
"Yo sentí el olor de mi pollito, esa mezcla perfecta de cremas y
perfume. El no me va a dejar nunca".
***
"He sentido mucho apoyo, no me imaginé que iba a ser tanto. Esto les
va a servir a muchas mamás que siempre se quedaron calladas, que nunca
hicieron nada porque sus hijos son gay y lesbianas, porque les da
vergüenza enfrentar no sé a quién, porque están en un país que
discrimina. Hay mamás que se esconden, que no lo dicen o no lo aceptan.
Nosotros apoyábamos al Dani como familia, y si lo miraban en la calle,
no importaba, porque tenía el apoyo de nosotros. Con mi hijo yo creo que
se van a abrir muchas puertas. Es fuerte para mí, pero tuvo que pasar
esto para que se apruebe una ley".
El viernes 23 de marzo, Jacqueline está ansiosa. Es de esos días
donde tiene ganas de cambiar con sus propias manos el destino de la
situación. Fuma sin parar. "En las mañanas siento una presión por
sacarle las máquinas que Daniel tiene. Quiero abrazarlo, moverlo, que
cumpla las cosas que me dijo. Le digo que reaccione, que no se quede ahí
dormido. Es impotencia, quiero que despierte de ese sueño profundo. Ya
lo sacaron del coma inducido, pero no pasa nada. Los médicos dicen que
va a morir o va a quedar vegetal. Pero el Dani no siente dolor, está con
los ojos cerrados. Yo le moví el brazo y cayó como si estuviera muerto.
Si le tocas la piel, es como si estuviera muerto. Tiene la piel dura.
Yo le abro los ojitos y tiene como una telita, no los tiene brillosos,
no tiene los ojos con vida. Yo estoy esperando un milagro, que él
despierte. ¡Cómo un santo entre todos los que tengo puestos no va a
hacer un milagro!".
***
La noche del sábado 24, Iván Zamudio recibe una llamada de la Posta
Central. Le dicen que se vayan urgente. El estado de su hijo Daniel ha
empeorado. Los médicos creen que se puede morir esa misma noche.
Parten con apuro. Jacqueline piensa en cómo se han empeorado las
cosas: "Hubo un momento, antes, en que el Dani no estaba tan mal en la
Posta. Me miraba con sus ojitos y me sonreía, me tomaba la mano. No me
la apretaba con tanta fuerza, pero me la tomaba. Le decía que iba a
salir luego de ahí, que no se preocupara, que siempre iba a estar a su
lado, cuidándolo. Un día me quedó mirando y le pregunté si me escuchaba.
Me cerró los ojos una vez, que era la señal para decirme que 'sí'.
Después del paro cardíaco, dejó de mirarme, cerró los ojos".
Al llegar a la Posta, la familia los espera en el segundo piso. Son
38 familiares. Jacqueline se sienta en un sillón. Toma un jugo, recibe
abrazos. Uno de los médicos le informa que el daño es inminente, que el
chico puede morir dentro de dos a 48 horas más.
Jacqueline se queda despierta toda la noche. Trata de estar todo el
tiempo en la pieza de su hijo. Regresa a su casa el domingo 25, a las 9
de la mañana. Duerme apenas dos horas. Poco después, se va nuevamente al
hospital. No sabe por qué, pero se siente optimista.
"Si el Dani se despierta y no puede hablar, yo sé que voy a estar con
él, lo voy a tirar para arriba. No me importa si él vuelve como una
guagua, porque yo le voy a enseñar a leer, a hablar, a caminar. Será
como tener otro hijo, pero yo sé que lo voy a sacar de esto".
"Yo siempre lo mimaba, lo abrazaba. Era como un gatito. Siempre a mi
lado. Pero yo no soy egoísta, si Dios me lo mandó por un tiempo, y ahora
se lo lleva, bien, se lo agradezco. Un día mi hija me abrazó y me dijo
que siempre la iba a tener a ella, y lo que fue el Dani, ella lo iba a
ser. Le dije que a todos mis hijos los amo, pero me va a faltar uno. Un
pollito, como le digo yo. El más amarillo".
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