miércoles, 15 de junio de 2016

El derrumbe ético precede al estallido social, es hora de lo extraordinario

Una crisis de gobernabilidad se caracteriza por una pérdida de credibilidad en las leyes y las instituciones; la ética se resquebraja, pierde su capacidad de control y la sociedad entra en turbulencia, en estallidos que requieren un nuevo orden ético.
El afán de permanencia del gobierno y la obsesión de la oposición en sustituirlo configuran un cuadro de tensiones que pone en peligro a su democracia burguesa. Desde que las fuerzas se equipararon con el triunfo de la oposición en las parlamentarias la legalidad comenzó a agrietarse, la tensión entre el ejecutivo y el legislativo se viene resolviendo con las intervenciones del poder judicial. El costo se paga en credibilidad de todo el sistema, de sus leyes. Queda evidente la inclinación del poder judicial, que fabrica con rapidez sentencias a la medida de las necesidades del ejecutivo (no discutamos si son o no legales), lo que salta a la vista es que son a petición; a una necesidad surge rauda una sentencia.
La asamblea pierde majestad al aprobar resoluciones también en el mismo corte, sabotea al ejecutivo, pretende quitarle facultades, asume funciones que no le corresponden.
Ya ese cuadro sería suficiente para darse cuenta de que se está vulnerando la credibilidad en el sistema, que se presenta desnudo, queda evidente, las leyes y las instituciones son válidas en cuanto protegen unos intereses, en este caso de los capitalistas que capturaron la revolución, o de los capitalistas atrincherados en la asamblea.
Si lo anterior no fuese suficiente, el revocatorio ha traído la transparencia que faltaba: se recurre al judicial para monitorear al poder electoral, se pide que el judicial debe pronunciarse sobre las firmas falsificadas y tomar decisiones sobre las atribuciones del poder electoral.
Es evidente que se abusa del TSJ para resolver los problemas políticos, se le pide desde declarar traiciones a la patria, amarrar a la asamblea, aprobar decretos del ejecutivo, hasta intervenir al poder electoral. La asamblea actúa cada vez más como un poder paralelo, de esta manera el país está sumergido en una guerra política que surfea en la dificilísima situación económica.
Los amigos de la democracia burguesa, desesperados, llaman a un diálogo que está negado por los intereses de los bandos, nadie cede, nadie afloja, los dos bajan al abismo mordiéndose los calcañares.
El milagro sería que la pérdida de credibilidad en las leyes y las instituciones, que ya se presenta con brotes aislados, no estalle en algo de mayor envergadura. En este augurio no debe haber mayores dudas, la pregunta clave es quién llenará el vacío que se presenta, cómo se restituirá el control social.
Lamentablemente, los que están disputando la dirección de la sociedad son fracciones capitalistas, y han dado muestras de falta de visión de Estado, de estrategia profunda, se comportan como dirigentes estudiantiles o sindicaleros de tercera, cuya política se reduce a la táctica, a la zancadilla, al efectismo, miopes en la discusión de un contrato o en la elección de un centro de estudiantes. Es así, estamos presenciando las escaramuzas dirigidas por sargentos y cabos, restos de lo que fueron poderosos ejércitos dirigidos por Generales de alta monta.
No obstante, nunca hay que olvidar que es en las batallas cuando los pueblos y los dirigentes aprenden con más velocidad, y no olvidemos que las crisis son revolucionarias, ponen a prueba a los revolucionarios, su temple, su alma. Nada impide que un día aparezca en escena, como un relámpago, la opción Socialista, Chavista, y un nuevo ¡por ahora! ilumine el cielo de la Patria verdadera.




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