"Había comprado dos potes de pega loca y donde sangraba me la ponía con un algodón", contó Omar Guerrero.
Cuando Omar Guerrero atiende el teléfono, jadea. Parece que hubiese subido corriendo hasta el piso 10. Pero la realidad es que desde hace dos años está postrado en su cama. Es poco lo que se puede mover.
Antes de inyectarse biopolímeros
en los pectorales era entrenador de un gimnasio. Se dejó tentar por la
promesa de un pecho "explotado". Y se cumplió en 2009, porque la
intervención a la que se sometió fue el equivalente al impacto de una
granada.
"Estuve tres años fino. Me sentía
bien. Pero de repente, una noche, me desperté asfixiado. A partir de
allí tuve episodios frecuentes. Me desmayaba cuando iba manejando, me
caía, me robaban (cuando estaba inconsciente). De tanto golpearme, me
saqué el hombro izquierdo hasta que me dañé el ligamento. Me ponía azul y
morado. Se me subía la tensión a 180 o 200. Tengo dos años muerto en
vida, porque no puedo hacer nada. Sé que tuve la culpa por mi vanidad,
pero todos merecemos una oportunidad", afirma el joven de 36 años desde
San Cristóbal, estado Táchira.
Infierno en vida
Recuerda
el procedimiento con dolor. Antes de la intervención, alguien que hace
las veces de visitador médico le ofreció varias marcas. Al final se
transaron por una que supuestamente venía de Italia. Cuenta que se lo
puso un enfermero que trabajaba en Corposalud, y que lo citó en su casa
en San Cristóbal. Le aseguró que le iba a poner células expansivas (un
eufemismo para biopolímeros).
"Me sentó en su
cama, frente a un espejo, y me pidió que no me moviera. Primero me
limpió la parte que me iba a inyectar, lo hizo con una aguja normal.
Después que penetró el músculo, le puso una manguera y por ahí introdujo
el líquido, que era frío y quemaba cuando entraba. Sentías cómo bajaba,
parecía suero. Y poco a poco me inflaron los pectorales. Fueron dos
horas y media por cada uno. Había comprado dos potes de pega loca y donde sangraba me la ponía con un algodón.
La única recomendación postoperatoria fue que me pusiera hielo toda la
noche. Lo tuve inflamado por una semana, pero luego todo volvió a la
normalidad". Por lo menos eso creyó él.
Una
vez que las crisis se hicieron más frecuentes, acudía al hospital cerca
de su casa. Pero no se atrevía a confesarle a los doctores que se había
inyectado biopolímeros, pues había escuchado que los estigmatizaban.
Hasta que un día no pudo más y le contó la historia a una médica que lo
atendía y no daba con la causa de sus ahogos. "Me empezaron a decir que
la vanidad tiene su precio, que me lo tenía merecido, que fuera a la
misma persona que me los puso. Lloraba mucho y no sabía qué hacer. Sentí
que tuve la culpa, pero al fin de cuentas soy un ser humano. No salgo,
no como, duermo apenas dos horas por la noche, perdí a mi mujer, perdí
mi trabajo, se me olvidan las cosas por los desmayos. Cada día que pasa
le doy a gracias a Dios porque me dio otro día de vida y en la noche
rezo. No sé si estar muerto es igual como un día mío, pero esto es un
infierno".
Mafias campantes
Está
consciente de que forzó la liga. "Lo mío fue exigir más de lo que Dios
me dio (...). Todos hacemos esto por vanidad. Pero es mejor ser feo con
salud que bonito y muerto". Desde su situación envía un mensaje de SOS.
Pide que se aborde el problema desde el inicio.
Celebra
que se encarcele a los responsables de estos tratamientos, aunque
asegura que la mayoría no recibe la pena que él considera justa. Dos o
tres meses o años no son suficientes, opina. Exige que se investiguen y
erradiquen las mafias que permiten el ingreso de biopolímeros en
Venezuela. Su importación está prohibida desde el 5 de diciembre de
2012, de acuerdo con la Resolución 152 del Ministerio de Salud, publicada en la Gaceta Oficial N° 40.065.
"La
vanidad es la causa fundamental que nos lleva a la muerte. El mensaje
que enviaría es que se quieran y valoren como estén, porque si no, lo
que se van a ganar es una muerte lenta e inminente".
También
hace un llamado a la comunidad médica. Que se sensibilicen por la
situación de hombres y mujeres que viven con este calvario. Que les
ofrezcan un tratamiento especial en hospitales y centros de salud. Pero
lo cierto es que aún el tratamiento del problema está en fase
experimental.
Daniel Slobodianik (@cirujano),
uno de los cirujanos plásticos que practica la extracción de
biopolímeros, confiesa que los procedimientos en Venezuela comenzaron
hace poco y ninguno garantiza el 100% de cura.
Y mujeres también
El cirujano plástico César Oliveros tiene más de 20 años estudiando casos de biopolímeros. Ha desarrollado trabajos de investigación en La Universidad del Zulia
(LUZ) y alerta que cada vez es más frecuente la llegada de mujeres que
se inyectan la sustancia en las mamas. En vez de las prótesis, recurren a
esto que no es otra cosa que silicona o plástico.
"La
diferencia entre una inyección en los glúteos y en la mama o pectoral,
es que con este procedimiento se corre el riesgo de que la aguja perfore
la pleura del pulmón, con la posibilidad de que el paciente muera a las
pocas horas", explica el especialista.
Los
casos que le ha tocado tratar presentan filtración en el músculo
pectoral, un cuadro restrictivo pulmonar y problemas para respirar, ya
que los músculos intercostales también se afectan. "Es un cuadro grave",
sentencia.
Oliveros, quien además se ha
especializado en la cirugía de extracción de estas sustancias, remarca
que quienes se inyectaron biopolímeros son enfermos inmunológicos.
Sufren el síndrome de Asia, que se define como una respuesta
inmunológica exagerada y un cuadro inflamatorio que produce dolores
musculares y en las articulaciones, fiebre, cansancio, problemas renales
o hepáticos, entre otros.
Sobre la extracción
de pectorales o mamas, advierte que se trata de un procedimiento muy
complejo, en el que es necesario llevar adelante una mastectomía total.
En su consulta ha atendido a casi mil pacientes con sustancias de
relleno, pero no sólo en las mamas, pectorales o nalgas. También ha
tenido pacientes que se inyectan en piernas, pantorrillas y muslos. Del
total de los casos estudiados, sólo ha visto a tres hombres en glúteos y
a Omar Guerrero en pectorales. Del resto, todas fueron mujeres.
El
cirujano admite que el procedimiento que realiza tiene un porcentaje de
éxito de 85%, porque el 15% restante debe pasar por varias
intervenciones más. "Ninguna ha fallecido por la operación, pero cada
paciente es distinta.
Por ejemplo, depende de
cuántas veces inyectaron a la mujer, el producto utilizado, o si se
intervino varias veces y en cada una de estas intervenciones se usó un
biopolímero distinto al anterior. Todo esto influye en la reacción
postoperatoria", señala el médico que hace intervenciones gratis cada 15
días en Maracaibo y trabaja con la Fundación No a los Biopolímeros.
Sin
embargo, la Sociedad de Cirujanos Plásticos advierte que la extracción
es una práctica muy experimental. Se calcula que el máximo porcentaje de
biopolímero que se puede eliminar del cuerpo humano es de 70%. No más.
Omar
no pierde las esperanzas, aunque se cansa. "Yo ya ni siquiera puedo
pelear, pero las autoridades deben hacer un seguimiento. Sólo pido que
nos ayuden, que alguien se apiade de nosotros y que acaben con esas
mafias, porque no es justo que nos desahucien por vanidad. Nos están
dejando morir".
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