En muchas ocasiones nos preguntamos si los hombres, al igual que las
mujeres, sienten el mismo anhelo por convertirse en padres. Incluso, en
estos tiempos aún nos causa sorpresa o ternura ver a un hombre amoroso
con su hijo, cuando la realidad es que debería ser siempre de esta
manera.
La diferencia entre los hombres y las mujeres en
cuanto el deseo a ser padres es muy diferente por varias cuestiones a
tomar en cuenta. La primera situación que se debe considerar, dejando a
un lado los afectos, es el vínculo innato y biológico que tienen las
madres con sus hijos, muy distinto a la situación de los hombres. Las
mujeres tienen 9 meses para asimilar y empezar a conocer a su bebé,
esto no pasa con los hombres. Los hombres empiezan a vivir la paternidad
a partir de que el niño nace, hablando en el sentido afectivo. Antes de
esto es muy probable que los padres se preocupen mucho más por
cuestiones económicas y de salud (de la madre y del hijo) que por vivir
y sentir la paternidad.
Por lo anterior, el afecto y el cariño que los padres
expresan a sus hijos tiene que ver con un rol adquirido, con la
masculinidad, y no con una cuestión innata. El hombre aprende desde niño
que ser padre significa mucho más allá de la cuestión afectiva, que
implica varias responsabilidades el hecho de ser padre y jefe de familia
(cuestiones económicas, de protección y toma decisiones). Y todas las
actitudes que demuestran con sus hijos van más vinculadas a un rol
masculino aprendido, generalmente de su mismo padre.
En las generaciones anteriores se suponía que el
deseo de formar una familia y de ser padres era más una cuestión de la
pareja. Es decir, se pensaba que, basándonos en la idea que desde niñas
las mujeres tienen el anhelo de convertirse en madres, el deseo de
tener hijos era de las mujeres. Deseo que el hombre aceptaba como si
fuera el paso siguiente en su vida, como si se tratara de una
expectativa social que hubiera que cumplir. Esta idea nace en los juegos
comunes de las niñas que están impregnados de deseos maternales, como
por ejemplo, el cuidado de un muñeco llenándolo de mimos, muy diferentes
a los juegos de los niños donde es raro encontrar actitudes paternales,
pues sus juegos van más hacia la competencia, las carreras con autos,
etcétera.
Por la razón anterior, se alegaba que las mujeres
tenían este deseo de ser madres desde niñas y los hombres lo iban
adquiriendo en la adultez, en parte por la presión social y/o la de su
pareja. Aunado a esto, un factor influyente sobre la decisión de ser
padre es el “deber ser”: la paternidad es una etapa vital por la que hay
que pasar como forma de cumplir o no una exigencia social, como si
tener hijos, y construir una familia, fuera una fase derivada de la
unión de una pareja.
En la actualidad este argumento sigue vigente, sin
embargo, cada vez se demuestra más que hay hombres que aceptan que su
realización no tiene nada que ver con ser o no padre. Y que la
paternidad hoy en día es una decisión planeada, y sobre todo guiada por
el deseo de convertirse en padre.
Las implicaciones emocionales que tienen para el
hombre convertirse en padre son muy diferentes y más complejas que los
de la mujer ante la maternidad. Para el hombre el convertirse en padre
significa un cambio radical en su estilo de vida. Los hombres relacionan
la paternidad con un estilo de vida más serio: “sentar cabeza”, hacerse
responsables de una familia, entre otros cambios. Implica un paso
generacional, dejar de ser joven para entrar a la vida adulta. Existe
para ellos un antes y un después de ser padres, sobre todo al aceptar
las responsabilidades y las limitaciones de tiempo que esto conlleva.
Generalmente, los hombres perciben el rol paterno más
en función de ser el sustento o el proveedor de la familia, como
consecuencia, puede costarles más trabajo demostrar los afectos y, sobre
todo, convivir con los hijos. Así, podrían considerar que el tiempo que
pasan con sus hijos es mucho en comparación del que pasan sus parejas
con los niños. Esto se debe a que el hombre tiende a sobrevalora su
tiempo debido a sus actividades laborales, por lo tanto, cada hora que
se les dedica a los hijos les parece demasiado.
No
obstante, los padres comentan que las actividades que más disfrutan al
lado de sus hijos son actividades espontáneas, como jugar con ellos y
darse un baño, tomar una siesta, etcétera, ya que estas actividades los
vinculan afectivamente, no hay que poner reglas ni condiciones y esto lo
traducen en tiempo de calidad. Frecuentemente se escucha decir a los
padres: “no me gusta regañar a mi hijo, pues paso poco tiempo con él y
quiero que sea tiempo de calidad”. Diferente a la cuestión maternal, en
donde generalmente sus actividades van más ligadas a las reglas y a la
estructura, ya que son quienes se encargan de supervisar cuestiones
escolares, de higiene y el buen funcionamiento del niño día a día.
En definitiva, puede decirse que hoy en día el rol
del padre inquisidor y autoritario de generaciones anteriores se ve cada
vez menos. Los padres buscan cada vez más involucrarse y vincularse con
sus hijos desde el embarazo. Al igual que pasar más tiempo con sus
hijos por las tardes ayudándoles con labores escolares y apoyando a la
madre con la educación de los hijos.
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