Un hombre muy bien vestido entra a la oficina de un banco en la ciudad
de Nueva York, se dirige al área de asesores de negocios y cuando lo
atienden dice que quiere un préstamo. El empleado del banco le pide más
detalles.
El hombre le explica que tiene poco tiempo en la ciudad y que
necesita ir a Dubái durante dos semanas por negocios, por lo que
necesitaría cinco mil dólares y que los devolvería al regresar.
El empleado le dice que con gusto se los pueden prestar, pero que necesita un aval para poder otorgarle el préstamo.
El hombre de negocios coloca encima del escritorio las llaves de un
flamante Ferrari blanco que está estacionado justo en la puerta del
banco. Sacan una copia de los papeles del mismo, realizan una inspección
técnica y aceptan el Ferrari como garantía del préstamo.
Así, el empresario sale con su dinero, un empleado del banco toma las
llaves del automóvil y lo guarda en el estacionamiento. Todos en el
banco se ríen a expensas del hombre de negocios que dejó un Ferrari de
250.000 dólares como aval de un préstamo de 5.000.
Dos semanas más tarde, el caballero vuelve al banco, paga los 5.000
dólares y los intereses que ascienden a $15,41. El empleado del banco le
devuelve las llaves del carro, firman los respectivos papeles y no
puede evitar hacerle una pregunta:
- Señor, estamos contentos de haber cerrado esta operación con usted,
pero aquí en el banco estamos todos un poco desconcertados, luego que
se fue nos percatamos que usted tiene una cuenta con nosotros y vimos
que es millonario, ¿Para qué nos pidió un préstamo con la cantidad de
dinero que tiene?.
El hombre de negocios le mira con picardía y le responde: “Le dije
que tengo poco tiempo en la ciudad ¿sabe usted de algún sitio en el que
me cobren 15,41 dólares por estacionar un Ferrari durante dos semanas
con la garantía de que cuando lo vaya a retirar esté intacto?”.
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