¿Cuán a menudo usted chequea su teléfono cuando está ocupado en otras cosas?
Estuve pensando en eso mientras pasaba una temporada en una casa de
campo en Escocia, en la que no había acceso a internet ni señal
telefónica.
Conté el número de veces que mi mano se dirigía al bolsillo en el que
normalmente permanece mi teléfono inteligente. Al menos una vez por
hora.
Los investigadores de la relación entre humanos y computadoras llaman
a estos pequeños controles de los aparatos personales
“microinteracciones”, que incluyen las rápidas revisiones del email,
redes sociales, apps, y que a menudo no duran más de unos segundos.
Y si es desconcertante que chequear el teléfono se haya vuelto un
vicio, hay una ironía particular en mi caso: durante los últimos meses
he estado participando en un proyecto para diseñar un “código de
conducta” para el uso de celulares en Sunshine Coast, Australia.
El código tiene siete partes y su objetivo es impedir que quienes
lograron sacar el tiempo para tomarse unas vacaciones, lo pierdan
atendiendo su teléfono. Sin embargo, la propuesta puede ayudarnos a
todos: unas reglas de etiqueta para nuestra era en la que la noción de
lo que es aceptable socialmente no ha incorporado herramientas que son
omnipresentes en nuestras vidas.
He aquí, entonces, siete reglas para un uso más inteligente de los
teléfonos, diseñado para evitar que la tecnología nos robe experiencias.
1. Converse ahora, mande textos después
Si apartó tiempo para el descanso… descanse.
O tuitee después. O mande un email. La lista continúa. La idea es
simple: por cortesía de las pantallas mágicas que cargamos en nuestros
bolsillos o carteras, podemos hacer casi cualquier cosa en línea, en
cualquier momento, a cualquier hora.
Así que lo hacemos, sin poner límites que protejan nuestro tiempo de
esparcimiento y placer: cenas o sueño, vacaciones o momentos
íntimos. Nos atiborramos de las delicias y de obligaciones digitales,
pero se nos olvida saborear lo que está enfrente de nosotros, lo que
lleva a…
2. Tómese un día libre de teléfono
Hay un aspecto molesto en este desafío: ¿no deberíamos simplemente aprender a controlarnos?
Cada dispositivo tiene un botón para apagarlo. Sin embargo, somos peculiarmente renuentes a utilizarlo.
Esa tendencia tiene hasta su propia sigla: FOMO (traducido a español
sería MAPA, pues viene de “miedo a perderse algo”) y es la versión
moderna de un temor que tradicionalmente ha acompañado al humano social,
el miedo a ser excluido.
¿Cómo podemos resistirnos a las continuas dosis de dopamina que nos
dan esos “me gusta” en las redes sociales o el ver que alguien retuiteó
algo nuestro?
Disfrute de lo que lo rodea… no se pierda la vida por hablar por teléfono.
Nuestras mentes tienen una capacidad limitada para la toma de
decisiones de alta calidad y la guardan celosamente. Como dice el autor
Charles Duhigg en su libro “El poder del hábito”, de 2012, “la mayor
parte de las decisiones que tomamos todos los días pueden parecer
producto de una toma de decisiones bien pensada, pero no lo son”.
Una vez decidimos mantener nuestro móvil teléfono encendido y metido
cómodamente en el bolsillo, caemos en lo automático. Los hábitos son las
acciones que se nos ha metido debajo de la piel y llegan a ser parte de
nosotros.
Por lo tanto, rompa la rutina y haga que sus hábitos vuelvan a ser
más visibles. Quizás la mejor manera es dejar el teléfono en la mesa de
noche todo el día, o póngalo en “modo avión” y disfrute de unas horas
felices desconectado. O, quizás requiera de un método más extremo, como
el que emplea el autor Evgeny Morozov, quien bloquea rutinariamente sus
dispositivos digitales metiéndolos dentro de una caja fuerte con un
temporizador.
3. Evite ser un “buscatodo”
En otras palabras, renuncie a los mapas, buscadores y los sitios web
de recomendaciones de tanto y tanto, y entréguese a la casualidad, a lo
inesperado.
Si tiene que utilizar su teléfono para explorar su entorno, utilice
una de las varias aplicaciones que animan a hacer descubrimientos
fortuitos. Conecte su destino a la aplicación “Serendipitor”, por
ejemplo, que le dará instrucciones para que vaya vagando en vez de
corriendo por el lugar, o incluso sugerencias como “siga al auto de
adelante”.
Imagínese el número de conversaciones y encuentros nunca habrían
sucedido si cada pregunta hubiera sido contestada por una persona
mirando a una pantalla privada. Perderse un poco y descontrolarse -tanto
literal como metafóricamente- es la manera perfecta de encontrar nuevas
preguntas que ni siquiera sabía que quería preguntar.
4. ¡Ni los codos ni los teléfonos sobre la mesa!
Hablemos del “phubbing”: desairar a otras personas haciendo caso
omiso de ellas, por prestarle toda la atención a su teléfono móvil.
La palabra ha capturado la atención del mundo gracias al deseo
creciente de contrarrestar las consecuencias sociales de la
indiscriminada inmersión tecnológica.
En ninguna parte la descortesía del phubbing es más marcada
que en la mesa, donde probablemente nació la idea de los buenos modales.
Si hay una diferencia entre el comer y simplemente ingerir calorías es
el placer y gratitud de compartirlo con otros.
Estudios recientes indican que el sólo dejar el teléfono a la vista
durante una cena genera fuertes sentimientos negativos en quienes le
rodean. Así que es quizás más beneficioso de lo que piensa dejar a la
tecnología de lado.
5. Mire antes de disparar
A veces vale la pena vivir la experiencia antes de documentarla.
El filósofo Aristóteles decía que somos lo que hacemos
repetidamente. Entre otras cosas entonces, somos gente que toma muchas
fotos con sus teléfonos. Eso está bien, como confirmarían mis padres que
no se cansan de ver fotos de su nieto. Sin embargo, tenemos que
reconocer que vivir la vida a través de un lente puede arruinar
precisamente lo que queremos capturar.
Mis más recientes experiencias en conciertos, por ejemplo, consisten
casi exclusivamente de ver a la banda refractada en las pequeñas
pantallas de los teléfonos inteligentes que cientos de personas
sostenían en alto. Hasta a los músicos les frustra esa costumbre: en
abril, la banda Yeah Yeah Yeahs puso un letrero pidiéndole a los
aficionados que guardaran sus teléfonos durante su actuación.
Como la cineasta Sofia Coppola dijo a principios de este año, se
llega a sentir como si “vivir no contara a menos de que quede
documentando”.
6. Pruebe antes de cargar
A veces, las tecnologías digitales nos tratan como algo menos que
humanos: como apenas unos globos oculares mirando la pantalla y unos
dedos tecleando botones. Pero seguimos siendo seres de carne y hueso.
Existimos en lugares y momentos determinados, y sólo podemos
aprovecharlos si le damos plena expresión a toda la gama de nuestros
sentidos.
Antes de compartir una imagen en Instagram, asegúrese de hacer una
pausa, degustar, respirar el aire profundamente, fijar el presente tan
plenamente como se lo permita su presencia física, y sólo entonces,
cargue la representación en dos dimensiones que más le guste de esa
experiencia.
Como el filósofo y científico informático Jaron Lanier señaló, las
medidas sensoriales como el sabor y el aroma son ignoradas por casi
todas las tecnologías digitales. Así es como funcionan las herramientas.
El peligro es que, si no tenemos cuidado, se produzca un olvido
fundamental que nos lleve a valorar sólo lo que nuestras pantallas
pueden medir.
7. Deje dormir al teléfono
A menudo, el celular está fuera de lugar.
Con la cabeza sobre la almohada, es tentador para mirar el teléfono
por última vez. Sin embargo, prepararse para que su sueño sea
interrumpido. ¿Por qué? Las pantallas de los dispositivos electrónicos
emiten luz azul, que su cerebro asocia con la luz del día. La exposición
hace estragos con el reloj de su cuerpo, mientras que la estimulación
–”sólo un vínculo, tuit, email o texto más”- hace lo mismo con su ya
sobrecargada capacidad de atención.
Olvídese además de las delicias de la ensoñación y de la cola de libertad que acompaña el dejar vagar su mente.
Y eso sin hablar de las opciones más íntimas de su tiempo en el
dormitorio. Para el autor DH Lawrence, una de las peores tendencias de
la modernidad fue poner “el sexo en la cabeza en lugar de abajo, donde
pertenece”, algo que seguramente es doblemente válido hoy en día.
Por último…
Un código de conducta no puede resolver todos los problemas. Pero
puede ayudarnos a romper con los hábitos de medio reconocidos y a
recordar que los momentos bien vividos son muy diferentes a
sencillamente llenar los días.
Como dice el autor británico Tim Harford, “los teléfonos inteligentes
son adictivos, así que piense primero qué adicciones quiere tener”.
Siguenos a traves de nuestro twitter @elparroquiano
Si deseas comunicarte con nosotros ya sea para denunciar, aportar o publicitar con nosotros, escribenos aca: eparroquiano5@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario