Ella se sentía sembrada en el alma de las venezolanas y de los
venezolanos como una de las máximas exponentes del canto folclórico
criollo. De niña bebía sangre caliente de novillo. En El Yagual
jineteaba, coleaba y se le metió el joropo en sus entrañas.
La voz y el canto de Adilia Castillo se apagaron para siempre el
pasado 7 de marzo. La noticia del fallecimiento de una de las grandes
exponentes del canto criollo llegó de forma inesperada y dolorosa, en
circunstancias en que la mayoría de los venezolanos conmemoraba el
primer año del deceso del presidente Hugo Rafael Chávez Frías, mientras
que por otro lado una minoría llenaba de violencia las calles del este
de Caracas y de algunas ciudades del interior. Su entierro se produjo en
forma discreta, sin mucha difusión; quizá la “guarimba” haya impedido
que el pueblo que la siguió durante más de 50 años de vida artística le
expresara sus sentimientos de admiración y cariño.
Adilia Castillo había nacido el 26 de agosto de 1933, en El Yagual,
una pintoresca aldea a la orilla del río Arauca, estado Apure,
perteneciente al municipio Achaguas. El Yagual es igualmente cuna de
Eneas Perdomo, otro de los excelsos copleros del canto llanero.
De Adilia Castillo se ha dicho que ocupa un lugar de privilegio
dentro de la música llanera junto a Magdalena Sánchez, a quien
mencionaba como una de sus ídolos de sus años mozos.
Esta mujer, a quien José Romero Bello, otro reconocido músico
apureño, bautizó como “La novia del llano”, fue una artista integral
como cantante, actriz, compositora y locutora.
En una entrevista se definió como “carnívora” y siempre confesó su
admiración por el personaje de Doña Bárbara, de la novela de Rómulo
Gallegos del mismo nombre; ella fue la primera fémina en representar a
la doña en la televisión. De hecho en lo que se afirma que es la tumba
de Pancha Vásquez, ubicada en el hato La Trinidad de Arauca, Adilia
Castillo colocó una placa como recuerdo de que una vez la encarnó en la
televisión. Pancha Vásquez, según las versiones que circulan en el Alto
Apure, y en ciertas alusiones literarias, sirvió de referencias a Rómulo
Gallegos para caracterizar al personaje de su famosa novela.
La artista ocupaba un puesto preferencial entre los cantantes
llaneros a quienes el comandante Hugo Rafael Chávez Frías confesó su
admiración. Junto a ella, figuraron Eneas Perdomo, Cristóbal Jiménez,
Luis Lozada “El Cubiro”, Reina Lucero, Cristina Maica. En innumerables
oportunidades y actos públicos se le vio junto al Presidente con su
inconfundible estampa: su sombrero, su vestimenta llanera y su garrote
tocuyano bordado en la empuñadura con los colores de la bandera
nacional.
En el apartamento en Caracas donde residía, cerca del mercado de
Quinta Crespo, mantenía colgada en el balcón una bandera nacional como
una muestra de su apego patrio. Además, el pabellón facilitaba su
ubicación.
Como compositora se le atribuyen más de 80 composiciones. Entres su
éxitos más sonados figuran “Golpe Tocuyano”; “Española”, de Eladio
Tarife; “Valencia” y “Desilusión”, de Juan Vicente Torrealba; “Palma
sola” de José Romero Bello; “Seis numerao”, de José Cupertino Ríos;
“Ansiedad” y “Cuando no sé de ti”, de J. E.Sarabia ;”Pipiriguá”, de
Pedro Sárraga.
Además de su privilegiada voz, Adilia descollaba por su gracia,
porte, y talento que desbordaba sobre el escenario. Su figura y carisma
copó el escenario criollo desde la década de los años 50 del siglo
pasado.
Su interpretación del golpe tocuyano (Adiós porque ya me voy, quizá
no vuelva mañana), en una de las películas mexicana que filmó, figura
entre las irrepetibles del escenario musical criollo.
En “Palma sola”, la pieza de José Romero Bello, menciona una de esas frases de antología entre dos amores que se buscan:
“Como quieres que te quiera, si tu boca no me nombra”.
En vida recibió múltiples premios y reconocimientos. Durante estos
años de Revolución Bolivariana se le hizo un homenaje en el teatro
Municipal y en la Casa del Artista por su más de medio siglo de
trayectoria artística y como una de las grandes de la música criolla de
todos los tiempos.
BEBER SANGRE CALIENTE
En el libro “Apure en cuerpo y alma”, editado por la gobernación del
estado Apure en el año 2010 durante la gestión de Jesús Aguilarte
Gámez, confesó que le pedía a Dios que le concediera tiempo y salud para
escribir sus memorias y contarle a los jóvenes las tempestades que hay
que enfrentar para llegar a ser lo que se sueña.
En esa entrevista recuerda que su madre, cuando sacrificaban una res
en el fundo de su propiedad, en El Yagual, agarraba un vaso, lo llenaba
de sangre todavía caliente del animal y le ordenaba “bébaselo”. Y como
parte del “ejercicio” para templar el carácter de la niña, la ponía a
correr por la sabana, junto con las otras muchachas que se criaban en la
casa.
Doña Isabel Castillo, su madre, una princesa yarura nacida en
Cunaviche, era una mujer voluntariosa y de fuerte personalidad, según
conto Adilia. Poseía botiquín, bodega, elaboraba pan, jabón amarillo,
curtía cueros, compraba y mataba ganado, era dueña de gallos de pelea, y
de cuatro bongos de seis bogas, en los cuales llevaba hacia San
Fernando queso de mano, queso de cincho, graso, cueros, manteca de
cochino.
En ese ambiente campestre de El Yagual fue moldeando esa personalidad
y ese estilo singular que le permitieron descollar entre los artistas
de su generación.
En el salón de estar de su apartamento, un cuadro colgado en la pared
muestra a una Adilia Castillo joven y bella, de mirada desafiante,
portando sombrero, y llevando liquiliqui blanquísimo. Sus manos agarran
una especie de bastón de mando. Otro cuadro contiene a una muchacha de
cabellera suelta corriendo libremente por la sabana con un cuatro en la
mano.
De su madre, fallecida en 1988, recuerda que la marcó. Incluso, se parecían físicamente.
“Yo fui hija única hasta la edad de 10 u 11 años. Mi mamá era también
mi padre. Ella marcó mi vida a tal punto que llegué a interpretar Doña
Bárbara y no tuve más que inspirarme en ella. Mi mamá era una mujer que
me decía agarra esa piedra de amolar , o la chícura, la pala, muévela de
allí a aquí. Yo chiquitica agarraba esa piedra y la traía. Ya mamá, ah,
ja, vuélvala a poner de aquí para allá. Ese era el ejercicio. Ella me
enseñó a enlazar, me arreglaba la soga, y ordenaba, enlace el botalón.
Decía vamos a cortar leña, y nos íbamos con tres burros. Y cuando
mataban un maute nos daba un vaso de sangre caliente, por eso es que yo
te puedo decir que, gracias a Dios y a la Virgen, soy una mujer que no
se lo que es un dolor de cabeza hoy día”, afirmó en la entrevista.
En el pueblo, doña Isabel montaba las grandes fiestas en honor a San
Pedro y San Pablo. Venían artistas de Periquera (hoy Guasdualito), de
San Rafael de Atamaica, de Achaguas. Llegaban contrapunteadores de todas
partes. Terminaba un arpista y empezaba otro. Los bailes duraban hasta
15 días. Había abundante carne asada. Adilia era una niña de seis o
siete años que veía aquel desfile de cantantes, no sólo en los días de
San Pedro y San Pablo, sino en el de San Juan, en las fiestas de San
José, el patrono de el Yagual, o en velorios de cruz, de santos.
La única radio que se escuchaba en El Yagual se reproducía
colectivamente a todo volumen a través de un altoparlante. Allí
escuchaba a Rafael Guinand y a Magdalena Sánchez en el Galerón Premiado.
Un día Adilia Castillo le dijo a su madre:
“Mamá, algún día yo seré como esa señora (Magdalena Sánchez)”.
TORERA
Por aquellos años, un sí cambió el rumbo de la vida y el destino de
los Castillo: su mamá se enamoró de un militar barquisimetano de la
Guardia Nacional. La madre vendió sus propiedades, buscaron a la niña
Adilia que estudiaba en San Fernando de Apure, y partieron rumbo a
Barquisimeto.
En la capital larense asistía a un programa infantil que todos los
domingos transmitía Radio Barquisimeto. Lo conducía “Poncherita” Ramírez
. Ahí se inició como cantante, y después, ella una niña, en 1947-1948,
llegó a tener su propio espacio, incluso con clientes patrocinantes:
Cola Astor, Galletera Avila, La Casa de las Maderas, Chimó Juan Bimba,
areperas. Allí conoció a artistas profesionales de destacada trayectoria
como Pilar Torrealba, cantante de boleros, Bertica Medina a quien
decían la “cieguita de oro”, a Carmen Mercedes Oviedo, los hermanos
Gómez, Carmen Luisa Avila, la alondra carabobeña.
Un día la familia se vino para Caracas y Adilia, que era una estrella
en Barquisimeto, sintió que se le acababa el mundo. Chilló y zapateó.
Para entonces, Rafael Caldera, se lanza por primera vez como candidato a
la presidencia.
En Caracas era una desconocida, así que comenzó a rondar los
programas radiales. Recuerda que uno de sus ídolos era Benito Quiroz,
quien cantaba en las mañanas en un espacio, y cree que de esa admiración
viene ese grito suyo de aaaay, en la canción Rosalinda. Después trabajó
junto a Quiroz. En ese mismo programa estaba César del Avila. Ahí
comenzó en la capital, pero tuvo muchos contratiempos para obtener el
carnet del sindicato de artistas.
En cierta ocasión fue a ver una corrida de toros, y se le alborotó la
infancia en El Yagual, entre bestias y reses; así que se propuso ser
torera. Entrenaba Maracay con Pedro Pineda, maestro de la dinastía
Girón. Como novillera actuó en Caracas, Maracay, La Victoria, y otros
pueblos.
La pasión taurina la había apartado de la música hasta que un día
entrenando en el Nuevo Circo, como a las seis de la tarde, escuchó un
sonido en las torres. Se fue por las gradas, empujo el portón y vio una
persona tocando el piano. Preguntó que era aquello y le responden que es
un night club pronto a fundarse. Refiere que ella es artista y que
canta. El maestro Guamán, así se llamaba el del piano, le dice “canta
para ver si es verdad”. Cantó una canción con tumbaito español que
satisfizo a Guamán. Le dicen: muchacha tu sí cantas bonito, estás
contratada, ven a trabajar. “Me prestaron ropa. Ahí empecé en la vida
artística. Después, me contrataron para cantar en el hotel Tamanaco. Me
ofrecen dos conjuntos: el de Vicente Flores y sus llaneros que
acompañaban a Magdalena Sánchez, y el de José Romero Bello con arpa,
cuatro, maracas, y bajo. Yo le dije yo me quedo con ése. Ahí empezó
Adilia Castillo”.
José Romero Bello la bautizó como La Novia del llano, distinción que la ha acompañó toda su vida.
Con Comercial Serfati, grabó su primer disco, un 78 rpm, con dos
composiciones de José Romero Bello: Flor de Apure y Puerto Páez. Le
pagaron 100 bolívares. Señala que tiene ciento y pico de composiciones y
alrededor de 68 LPs grabados.
Con una carpeta llena de recortes de prensa, de fotografías, de
papeles amarillentos, muestra los momentos estelares de su larga carrera
artística, entre ellos su paso por el cine mexicano.
Las fotografías corroboran esa imagen de diva y de hembra hermosa que
sacudió unos cuantos corazones masculinos en las décadas de los 50,60, y
70 del siglo pasado.
Sentada en el mueble, con el sombrero puesto, juega graciosamente con
el garrote escobillao, un palo delgado de madera asociado a Lara y al
golpe tocuyano. Muestra una fotografía de llanerita trajeada con falda
ancha y multicolor, sombrero negro, cola de caballo, alpargatas de
suela, y una maraca incrustada en cada una de las alpargatas.
“Hice nueve películas en México, cuatro producciones en Cuba, y una
en Nueva York. En México actuó junto a Javier Solis, Clavillazo, Miguel
Aceves Mejías, Tony Aguilar, Tere Velásquez, Lorena Velásquez, Mary
Cruz Olivier, Fernando Casanova. Viví 7 años en México. De allá salía
para hacer mis giras a Nueva York. Cuando fui a debutar en Nueva York,
estaba nerviosa, pero al sentir el aplauso del público, dije ya esto es
mio. Canté Ansiedad, que era lo que estaba pegado. A Nueva York fui como
cinco veces. Yo el golpe tocuyano lo he llevado por todo el mundo”,
afirmó.
EN EL CORAZÓN DEL PUEBLO
“Cada día es un debut en mi vida; es como si estuviera empezando . Yo
seguiré usando en mis presentaciones mi traje tipo Doña Bárbara, con
liquiliqui, traje ancho, así me digan la burriquita. Yo digo que admiré
mucho a Pérez Jiménez por esa Semana de la Patria en que todo el mundo
se ponía un liquiliqui con orgullo y una falda llanera, y la música
venezolana tomó un auge cuando aparecieron grandes artistas como Angel
Custodio Loyola, Juan Vicente Torrealba, Mario Suárez, Rafael Montaño,
Pilar Torrealba, Héctor Cabrera, Magdalena Sánchez, las hermanas Chacín,
Lila Morillo. Luego cayó el gobierno y la música venezolana se vino al
suelo”.
“Yo me siento sembrada en el corazón de la gente que me saluda con
cariño, y le dice a sus hijos y nietos, mira esa es Adilia Castillo.
Para mi es algo muy grande que el pueblo me haya nombrado Gloria
Nacional de Venezuela. En El Yagual van a construir un bulevar que va a
llevar mi nombre. En San Fernando de Apure, en la plaza de la Mujer,
tengo una estatua, y en Elorza una calle lleva mi nombre. Ojalá. Dios me
permita llevar árboles frutales y poner bancos en esa calle que es muy
bonita”.
(Testimonio del libro “Apure en cuerpo y alma”).
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