Unas cuatro horas antes de que Pablo Neruda muriese de “cáncer de
próstata”, el domingo 23 de septiembre de 1973, el hombre que lo cuidaba
no pudo cumplir su penúltima misión, interrumpida por los militares:
comprarle “un medicamento que, supuestamente, aliviaría el dolor del
poeta”. Cuarenta y dos años después, Manuel Araya considera que debe
cumplir una última misión con Neruda: “Ayudar a probar su asesinato”.
Está convencido de que el poeta no murió por las causas oficiales. Él es
el único testigo directo de los últimos días del Nobel de Literatura
que sobrevive de aquellos momentos inaugurales del túnel de la dictadura
de Augusto Pinochet, iniciado el 11 de septiembre de 1973.
El
diario El País reseñó que Manuel Araya tenía 27 años aquel domingo,
víspera de un viaje de Neruda a México. Unos días que recuerda ahora por
teléfono, desde Chile, a sus 69 años. Hacia las seis y media de la
tarde, salió corriendo de la Clínica Santa María, de Santiago de Chile,
cogió el Fiat 125 blanco y se fue a comprar el medicamento. Cuatro
militares con metralletas lo detuvieron. Araya les explicó quien era:
“Soy el secretario, el chófer y la persona que cuida de don Pablo
Neruda, el Nobel de Literatura, y voy a comprarle un medicamento
urgentemente”. Por toda respuesta lo hicieron bajar del auto, recibió
insultos, golpes, un disparo en una pierna… Después se lo llevaron a una
comisaría donde fue interrogado y torturado, para luego dejarlo en el
Estadio Nacional, donde la dictadura enviaba a los opositores para ser
maltratados o hacerles desaparecer.
Allí pasó la noche. Al día
siguiente, el arzobispo Raúl Silva Henríquez lo reconoció. Tras la
sorpresa inicial le dijo: “Manuel, fíjese que anoche murió Pablito, a
las diez y media’. Araya exclamó: “¡Asesinos!”. El arzobispo pidió a los
militares que sacaran al chófer del Estadio. Algo que solo se logró 42
días después, con ropas prestadas, una barba muy larga y 33 kilos de
peso. Su calvario acababa de empezar.
Único testigo
Desde
la muerte de Pablo Neruda hasta hoy, Manuel Araya ha estado
prácticamente en la sombra, silenciado y, tal vez, se salvó una segunda
vez de la muerte, cuando, el 22 de marzo de 1976, su hermano Patricio
fue desaparecido al haber sido confundido con él, asegura. No volvieron a
saber de él. Para reafirmar su teoría recuerda que mataron a Homero
Arce, secretario personal de Pablo Neruda, en 1977. “A todos los
colaboradores de Neruda los hicieron desaparecer. Yo soy la parte
principal que queda viva”.
“Un día volví a Santiago para no seguir
exponiendo a mi familia. Vivía casi escondido en la casa de unos
amigos. No tenía carné de identidad, ni de conducir. Nadie me daba
trabajo, hasta que en 1977 empecé de taxista. La dictadura terminó en
1990. Dos años después, empecé a trabajar en Pullmanbus, en la parte
administrativa, hasta 2006, cuando me jubilé".
Su
contacto con Matilde Urritia, la tercera mujer de Neruda, que falleció
en 1985, continuó. “Ella nunca quiso hablar del asesinato. Rompí
relaciones con ella por eso. Quedamos enemistados. Yo toqué muchas
puertas en todo este tiempo. Incluso al presidente Eduardo Lagos. Nadie
me escuchó”.
Llevaba varios años llamando a puertas para contar su
versión sin que nadie le hiciera caso: “Ni los políticos, ni los medios
de comunicación chilenos; tal vez tenían miedo, no sé por qué”. Hasta
que un periodista de la revista mexicana Proceso publicó su
historia en 2011. Después, el Partido Comunista y Rodolfo Reyes, sobrino
de Neruda, presentaron una querella basada en su testimonio. En 2013,
el cadáver del escritor fue exhumado, aunque los médicos forenses no
encontraron rastro de veneno.
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