En una calle del barrio San Martín, en el oeste de Caracas, un Lada de 1982 se encuentra estacionado hace dos años.
No tiene motor ni parachoques ni timón. Y los vidrios están tan sucios que no se puede ver adentro.
Su propietario, Gregorio Silva, niega haberlo abandonado,
a pesar de tenerlo parqueado a tres cuadras de distancia de su casa, en
un lugar donde, dice, "nadie se da cuenta que está ahí".
"Hace dos años me dejó de funcionar la bomba de agua y he vendido algunas de sus partes a medida que lo he necesitado", le dice a BBC Mundo.
"Pero vender el carro completo me daría mucho pesar, porque es un carro que le compré a mi papá hace 20 años", explica.
Y como el Lada de Gregorio Silva hay cientos carros por toda Caracas, algunos con propietario y otros simplemente abandonados.
A algunos hasta les empiezan a crecer plantas por las puertas.
¿Por qué?
Christian
Pereira es secretario general del Sindicato Chrysler de Venezuela y
presidente de la Federación Unitaria de Trabajadores de la Industria
Automotriz, Autopartes y Conexos.
Según él, dos fenómenos coincidieron para que en la actualidad haya tantos carros estacionados por ahí, cual perro callejero.
Por un lado, los venezolanos siempre han tenido una relación muy íntima con sus vehículos, dice.
"En parte porque la gasolina siempre ha sido muy barata, para los venezolanos no solamente de plata, sino todos, era normal tener uno, dos o tres carros", explica.
Y eso, dice, hizo que la gente "le metiera mucho sentimiento a los carros".
Por
eso hoy se ven decenas de gremios que le hacen tributo al Volkswagen
Escarabajo, al Chevrolet Malibú y al mismo Lada 1600. Los admiran, los
mejoran, los muestran.
"Hay gente que atesora vehículos
viejos, o para guardarlos y venderlos como carros de colección, o porque
han venido de un familiar y no quieren desprenderse de él", dice Pereira.
El negocio de la chatarra
Como Silva, muchos de estos carros que parecen abandonados están a la venta, por partes.
Algunos incluso tienen un mensaje con un teléfono para los interesados.
Tanto las aseguradoras como las siderúrgicas compran el acero, el hierro y el aluminio que se desprende de los carros para fundirlos y convertirlos en materiales de construcción.
No muy lejos de San Martín, por ejemplo, hay una de estas siderúrgicas.
Y, al frente, se ven decenas de recolectores que recorren la ciudad en camiones en busca chatarra para venderla al kilo.
Además, junto a la gasolina y los alimentos, uno de los artículos que más se contrabandea de Venezuela a Colombia es la chatarra.
En
Colombia el mercado de la chatarra mueve hasta US2.000 millones al año,
según Asopartes, una asociación del gremio en ese país.
Y, de acuerdo a la Policía Fiscal y Aduanera colombiana, el 80% de esa chatarra viene de Venezuela.
Hace
unas semanas, las autoridades colombianas capturaron a James Arias,
conocido como el 'Zar de la chatarra', un zootecnista de 42 años que
acumuló una fortuna de US$80 millones sobre todo gracias al contrabando
de chatarra desde Venezuela.
En 2013, el gobernador del fronterizo
estado venezolano del Táchira, José Vielma Mora, prohibió la
comercialización de chatarra, cuyo control quedó en manos de las
autoridades locales.
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