Cristina Fernández de Kirchner no será una vicepresidenta decorativa y lo dejó claro el martes 10-D tras asumir su nuevo rol.
Tanto por sus gestos como por las pasiones que enciende entre seguidores y adversarios, la mujer más influyente de la política argentina en la última década no pasó desapercibida durante la ceremonia de juramento del presidente Alberto Fernández, un exsubordinado suyo.
De forma voluntaria fue protagonista de una de las escenas que reflejaron el recambio de poder: el saludo frío que le dispensó al presidente saliente, el conservador Mauricio Macri, frente a legisladores, funcionarios, diplomáticos e invitados especiales en el Congreso.
Fernández de Kirchner, quien gobernó el país entre 2007 y 2015 con políticas populistas ensalzadas por muchos y vilipendiadas por otros tantos, tomó la mano de Macri cuando éste se la estrechó, pero evitó mirarlo a los ojos y no reprimió un gesto de disgusto en su rostro. La Vicepresidenta no guardó las apariencias ante quien acusó de perseguirla y montar las causas judiciales en su contra por supuesta corrupción en su gobierno.
Luego, cuando Macri le colocó a su sucesor la banda presidencial y le entregó el bastón de mando, Fernández de Kirchner se volvió y sonrió al público casi con sorna.
Varias horas después de la ceremonia, el saludo distante era uno de los temas más comentados en las redes sociales.
En contraste, el nuevo Presidente se fundió en un sentido abrazo con Macri en el Congreso, tal vez un adelanto de que su estilo de Gobierno evitará la confrontación que caracterizó a la exmandataria.
La vicepresidenta, de 66 años, tampoco aceptó el bolígrafo que usaron Macri y su sucesor para firmar el libro donde dejaron asentado el cambio de gobierno. Ella le pidió a un secretario que le alcanzara su propio bolígrafo dorado.
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