Esta agresividad, aparentemente contradictoria, cumple una función que no es otra que conseguir moderar la intensidad de aquella emoción que nos sobrepasa.
Solemos poner en práctica estas conductas más veces de las que pensamos, por ejemplo, con personas a las que tenemos mucho cariño, siendo un clásico de abuelas y abuelos aquello de apretar mofletes y dar besos metralleta a esas mejillas regordetas de los peque de la casa y, a veces, de los no tan peques. Ver otros estímulos, como un lindo cachorrito, también activa una respuesta agresiva “encantadora” como puede ser achucharlo irremediablemente al despertarnos una ternura especial.
Pero sin duda alguna, el mayor despliegue de estas muestras de amor explosivo se realizan en la intimidad de la pareja o con aquellos compañeros de juegos eróticos que te ponen a mil sexualmente. Quizá, lo pasemos por alto en el durante, pero después nos encontraremos el arañazo en la espalda, la mano marcada en su nalga o el tremendo chupetón en el cuello.
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