Desde su primer juego en Grandes Ligas hasta este fin de semana, Miguel Cabrera estuvo repartiendo leña y por eso es considerado uno de los mejores bateadores derechos de todos los tiempos. Natural de Maracay, siempre con el ánimo de un niño jugando pelotica de goma, ha logrado sortear varios abismos. Propios y extraños vaticinan que su destino será el Salón de la Fama.
En enero de 2000, a Miguel Cabrera, de 16 años, le dieron la oportunidad de participar en un juego de recaudación de fondos para los damnificados de la tragedia de Vargas. Lo colocaron al lado de David Concepción y Omar Vizquel y aquel niñote, que por entonces era shortstop, cometió la irreverencia beisbolística de tomar un batazo y pasarle la bola, acrobáticamente, por detrás de la espalda a uno de aquellos monstruos. Lo hizo sin miedo, con desparpajo y fue un presagio de lo que vendría después, cuenta el dueño de la anécdota, el periodista Humberto Acosta.
Al primero a quien Acosta oyó hablar de Cabrera fue a Josman Robles, un expelotero dedicado a labores técnicas. Anota ese nombre, aconsejó Robles, y Acosta lo hizo, pero eventualmente se olvidó, hasta que estalló la noticia: a un chamo de Maracay le habían dado casi dos millones de dólares solo por firmar contrato.
Cabrera no tardó nada en confirmar las profecías. En 2003, con 20 años, debutó en las Grandes Ligas… ¡y de qué manera! En su primer juego, desapareció un envío de Al Levine para dejar en el terreno a los Rays de Tampa Bay. Así comenzó una fulgurante carrera con los Marlins de Florida (ahora de Miami), que ese año se coronaron, venciendo a unos Yanquis de Nueva York plagados de figuras. En esa postemporada, el novato demolió el pitcheo de todos los equipos rivales y hasta se dio el lujo de jonronear al mítico Roger Clemens, luego de que este intentó intimidarlo con un lanzamiento pegado al cuerpo. El maracayero no se amedrentó con tal malandreo, propio de una superestrella en su apogeo.
No contento con la Serie Mundial, vino a Venezuela y fue pieza clave en otro título de su equipo local, los Tigres de Aragua.
Luego de su pase a los otros Tigres, los de Detroit, ya en fase de jugador de élite, Cabrera no ha parado de alcanzar logros: triplecoronado y más valioso en 2012; primer bateador en conectar 30 jonrones y empujar más de 90 carreras antes de la pausa del Juego de las Estrellas; nueve campañas consecutivas con más de 100 impulsadas antes de cumplir los 30 años… En fin, marcas que parecen rebuscamientos estadísticos de los gringos, pero que no son conchas de ajo.
Tras 21 temporadas en la Gran Carpa, cerró su carrera con 2.797 juegos; 10.360 veces al bate; 3.174 hits, incluyendo 627 dobles y 511 jonrones; para un promedio de por vida de 307 puntos; 1.881 carreras impulsadas y 1.151 anotadas, para un total de 5.368 bases alcanzadas.
Si los anteriores números no resultaran suficientes, anótese estos otros: fue cuatro veces campeón bate; dos veces jugador más valioso; obtuvo siete bates de plata; fue convocado 12 veces a juegos de estrellas y participó en una Serie Mundial.
Como muchos grandes atletas, Cabrera ha estado varias veces al borde de algún abismo. Tuvo problemas con su manera de beber y debió someterse a tratamiento. También fue detenido por una denuncia de violencia doméstica. Sin embargo, ha logrado superar esos episodios y, además, no se ha visto envuelto en otros escándalos que sacuden a las Grandes Ligas, como el de las sustancias prohibidas. Todo indica que su talento es 100% natural.
La carrera de Cabrera pudo ser todavía mejor, de no haber sido por las lesiones que le aquejaron en varias ocasiones en la cadera y las rodillas.
El periodista Efraín Ruiz Pantin, quien vive en Dallas, dice que «los seguidores del beisbol de esta generación somos unos afortunados. Hemos visto a uno de los mejores bateadores derechos de todos los tiempos en su pico», expresa.
En su temporada de despedida, Cabrera fue homenajeado en cada uno de los 30 estadios de Grandes Ligas. El más emotivo de todos esos tributos tuvo lugar ayer en Detroit, en un Comerica Park lleno hasta las banderas, donde sonaron el himno nacional venezolano, el Alma Llanera y las voces de Simón Díaz y Oscar D’León.
En esa última jornada no logró aumentar sus números, pues se ponchó un par de veces, falló con un fly al cuadro y recibió una base por bolas. El sábado, en el penúltimo partido, en cambio, dio un doble y un sencillo y hasta sorprendió con un pisa y corre de segunda a tercera, que le permitió luego anotar la última carrera de su performance.
En el juego final, luego de sus cuatro turnos, el mánager A.J.Hinch lo puso a jugar a la defensiva y quisieron los dioses del beisbol que el primer bateador del inning conectara la pelota por sus predios. Tomó la bola con destreza e hizo el out sin asistencia.
Así comenzó la cuenta regresiva de cinco años para que ingrese al Salón de la Fama.
[La mayor parte de este texto fue escrito en 2013 para la revista Épale Ccs. Ya en ese tiempo, hace diez años, muchos expertos vaticinaban que Cabrera iría a parar al llamado Templo de los Inmortales, en Cooperstown. Para esta nota sólo se actualizaron sus registros definitivos y las incidencias del último partido].
Fuente: LaIguana.TV
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