20 jóvenes de noble cuna llegaron a lo que comenzaba a ser Santo
Domingo, a principios del siglo XVI. Eran segundones en plena vigencia
del mayorazgo de agnación rigurosa, en que solo el hijo mayor varón lo
heredaba todo. Los y las demás solo alcanzaban apellidos y ademanes de
alta clase. Vivían del hermano mayor o les quedaban, dice Andrés Eloy,
«la Iglesia, el mar, la muerte».
Vinieron con la idea de lo que
entonces se llamaba «hacerse la América», es decir, ganarse por
violencia algún repartimiento con una encomienda de indios suficientes
para ganar fortuna explotándolos, como hacen aún nuestros latifundistas
medievales en pleno siglo XXI . O, mejor, encontrar placeres de oro o El
Dorado mismo.
No pudieron. Deambularon fanfarroneando de su
alta estirpe porque no tenían más. Fueron vendiendo joyas, luego ropajes
y cuando ya no tuvieron sino apellidos, se rindieron a morir de hambre,
porque hidalgo no trabaja, me consta, lo considera actividad villana.
Hidalgo hace la guerra, la cacería, intrigas palaciegas, pero no toma un
pico y una pala, que consideran diligencia de gente… bueno, «pico y
pala».
Duele imaginar aquel final, famélicos y andrajosos por
la intemperie, inmolándose por sus valores ancestrales, fanáticos de su
sangre patricia. Enfermaron, fueron cayendo por los caminos sin que
nadie los socorriese porque nunca hubo hora y punto en la historia en
que hubiese más egoísmo que en la conquista neoliberal de Nuestra
América. El cristianismo que impusieron a arcabuzazos no alcanzaba para
la caridad. Pocos se indignaron por la «destrucción de las Indias», como
fray Bartolomé de las Casas .
De resto aquello era el horror de la traición, la trata de esclavos, el
saqueo y la explotación sin misericordia cristiana, lo que revela hasta
hoy que las doctrinas ético-salvadoras no son suficientes para hacer el
bien, que se pueden quedar solo en proclama farisea para acceder al
poder. Pero divago. Lo importante de este triste episodio es cómo
aquellos jóvenes precursores de Don Quijote prefirieron morir de
inanición antes que ejecutar faenas impropias de su hidalguía.
¿No está ocurriendo así a la oposición venezolana, inepta para ver que
los tiempos cambiaron, empecinada en valores medievales que, justamente,
ya no valen nada?
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