Cuando llegue a mi casa esa noche, mientras que mi esposa me servía la
cena, tomé su mano y le dije, “tengo algo que decirte”. Ella se sentó y
comió callada. La observe y vi el dolor en sus ojos. De pronto no sabía
cómo abrir mi boca. Pero era mi deber expresarle lo que pensaba: “Quiero
el divorcio”, le expresé. Ella no parecía estar disgustada por mis
palabras y me pregunto suavemente “¿Por qué?, esas no son cosas de un
hombre como tú”.
Esa noche no hablamos, ella lloraba. Yo sabía que merecía saber lo
que sucedía con nuestro matrimonio, pero se me hizo imposible
responderle.
La verdad es que mi corazón ya no le pertenecía a ella, yo tenía otra
y su nombre era Andreína. Por mi esposa sólo sentía lástima. Con mucha
sensación de culpa escribí un acuerdo de divorcio en el que ella se
quedaba con la casa, el carro y la mitad del negocio familiar. Ella
agarró el papel, lo miró y seguidamente lo rompió en mil pedazos.
Hacía 10 años que estábamos juntos, pero aunque parezca lo contrario,
éramos como extraños. Sentía lástima por ella, por todo su tiempo y
energía perdidos, pero me era imposible cambiar, amaba a Andreína. De
repente me miró, sus ojos se aguaron, se abalanzó en mi dirección,
comenzó a golpear mi pecho con sus puños cerrados mientras gritaba y
lloraba de desesperación, sentí que era un acto de desahogo. Mi corazón
ni se inmutó, ahora sí estaba seguro que debíamos divorciarnos.
Al día siguiente cuando llegué a casa la encontré sentada a la mesa
del comedor escribiendo algo en un papel, no cené y me fui directo a la
cama, estaba muy cansado ya que venía de haber estado con mi amante.
Durante la madrugada me desperté para ir a tomar un poco de agua, ella
continuaba en el mismo sitio aun escribiendo, no me importó y volví a
dormir como si nada.
A la mañana siguiente cuando desperté me la encontré esperándome en
la sala con sus condiciones para el divorcio. No quería nada de mí, pero
me pedía un mes de plazo antes de que procediera con la demanda.
También exigía que durante ese tiempo tendríamos que convivir como si
nada y llevarnos con total normalidad.
Su razón era muy simple, nuestro hijo tenía exámenes de lapso durante
todo ese mes y no quería molestarlo con nuestro matrimonio destruido.
Yo accedí, pero ella tenía otra petición, que recordara cuando la cargué
a nuestro cuarto el día que nos casamos, así que durante ese mes yo
tendría que llevarla cargada de la habitación hasta la puerta de la casa
todos los días.
Pensé que se había vuelto loca, pero para que la fiesta se diera en
paz, acepté. Le conté a Andreína lo que mi esposa había pedido, comenzó a
reírse a carcajadas y dijo que esa petición era una ridiculez, que no
le importaban los trucos que mi esposa usara, tendría que afrontar el
divorcio.
Mi esposa y yo no habíamos tenido contacto físico desde que le pedí
el divorcio, así que el primer día cuando la cargué hasta la puerta de
la casa ambos nos sentimos un poco mal. Nuestro hijo se emocionó mucho,
tanto que caminaba detrás de nosotros aplaudiendo y diciendo “papá está
cargando a mi mami en sus brazos”. Escuchar sus palabras me causó mucho
dolor. Caminé esos 10 metros con mi esposa en brazos, ella cerró los
ojos y me dijo en voz muy baja: “No le digas aún a nuestro hijo lo del
divorcio”. Asentí con la cabeza un poco disgustado, la bajé en la puerta
y se fue a esperar el bus para ir a su trabajo.
Me fui sólo en el carro al trabajo. El segundo día, ambos estábamos
más relajados, ella apoyó su cabeza contra mi pecho y pude sentir la
fragancia de su blusa. Me percaté que hacía tiempo que no la miraba
detalladamente. Me di cuenta que ya no era tan joven como antaño, que
tenía algunas arrugas y otras canas. Era notable el daño que le había
causado nuestro matrimonio. Por un momento pensé y me pregunté “¿Qué fue
lo que le hice?”.
Al cuarto día cuando la cargué sentí que el deseo estaba volviendo.
Esta era la mujer que me había dado 10 años de su vida. En los días
quinto y sexto, seguía creciendo nuestra intimidad. No le comenté nada a
Andreína de eso. Cada día era más fácil cargar a mi esposa y el mes se
iba terminando a toda velocidad. Pensé que me había acostumbrado a
cargarla y por eso era menos notable cargar el peso de su cuerpo.
Una mañana, ella estaba buscando qué ponerse, ¡Se había probado
muchos vestidos pero no le servían! Quejándose dijo, “mis vestidos se
pusieron grandísimos”. Y ahí fue que caí en cuenta que estaba muy
delgada y que esa era la razón por la que me era tan fácil llevarla en
brazos. De pronto entendí que le había causado mucho dolor y amargura.
Sin darme cuenta le toqué el cabello. Nuestro hijo entró a la habitación
y dijo: “Papá, es hora de llevar a mi mamá cargada hasta la puerta”.
Para mi hijo ver a su padre llevar cargada a su madre día tras día
hasta la puerta se había vuelto una parte esencial de su vida. Mi esposa
lo abrazó, lo besó mientras yo volteaba mi cara por temor de que
cambiara mi forma de pensar sobre el divorcio. A estas alturas cargarla
en mis brazos hasta la puerta se sentía igual que el día de nuestra
boda. Ella acariciaba mi cabello de forma suave y natural, yo la
abrazaba muy fuerte, igual que la noche de bodas. ¡La abracé y no me
moví!, pero la sentí tan livianita, delgada y frágil que me dio
tristeza.
Al llegar el último día igual la abracé y sentí deseos de besarla. Le
dije que no me había dado cuenta que ya no teníamos intimidad. Mi hijo
estaba en la escuela. Me fui manejando hasta la oficina.
Salí del carro sin cerrar la puerta, subí la escalera, Andreína me
abrió y le dije: “Discúlpame, lo siento, no quiero divorciarme de mi
esposa”. Ella me miró, me preguntó si tenía fiebre, estaba enfermo o
drogado y le dije: “Mi esposa y yo nos amamos, era que habíamos entrado
en rutina y estábamos aburridos, no valoramos los detalles de nuestra
vida. Pero desde que empecé a cargarla desde el cuarto hasta la puerta
comprendí que debo cargarla por el resto de nuestras vidas, ¡hasta la
muerte!”. Andreína comenzó a llorar, me dio una cachetada muy fuerte,
salió corriendo y tiró la puerta mientras me gritaba insultos.
Bajé las escaleras, me monté en el carro, manejé hasta una
floristería y le compré un enorme ramo de rosas a mi esposa. La joven
que me atendió me preguntó: “¿Qué desea poner en la tarjeta?”, le dije
que colocara: “¡Te cargaré todas las mañanas hasta que la muerte nos
separe!”. Llegué a casa con las flores en las manos, una sonrisa en los
labios, corrí, abrí la puerta del cuarto y cuando entré, ¡encontré a mi
esposa muerta!
Mi esposa tenía mucho tiempo batallando contra el cáncer y yo andaba
tan ocupado con Andreína que no me di cuenta. Ella sabía que se estaba
muriendo y por eso me pidió un mes para el divorcio, para que nuestro
hijo no quedara con un mal recuerdo de esos días y eso le afectara por
el resto de su vida. Por lo menos le quedaría a nuestro hijo, ante sus
ojos, un padre que era un esposo que amaba a su esposa.
Estos son los pequeños detalles que importan en una relación, no el
carro, la casa, el dinero en el banco. Las cosas materiales crean un
ambiente que aparenta llevarte a la felicidad, pero en realidad, ¡no es
así!
Busca mantener tu matrimonio feliz, comparte esta historia con tus
amigos, en Twitter, en Facebook, es posible que ayudes a salvar un
matrimonio. Todas las historias de fracasos son iguales, se dan por
vencidos justo antes de lograr el éxito, además ¡No sabemos lo que
tenemos hasta que lo perdemos!
Siguenos a traves de nuestro twitter @elparroquiano
Si deseas comunicarte con nosotros ya sea para denunciar, aportar o publicitar con nosotros, escribenos aca: eparroquiano5@gmail.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario