En 1960 la nutricionista estadounidense Adelle Davis popularizó el
refrán que ha regido nuestros menús durante medio siglo: “Desayuna como
un rey, come como un príncipe y cena como un mendigo”.
Aunque Davis fue enormemente criticada por sus compañeros, dada la
ausencia de evidencia científica en muchas de sus afirmaciones, en
concreto su famoso mantra nutricional continúa vigente y muchos de los
nutricionistas que han explorado en la actualidad cuáles son los mejores
momentos para comer han llegado a sus mismas conclusiones.
El tema, no obstante, no está exento de controversia. Hay dietistas
que insisten en que lo mejor para adelgazar es retrasar el desayuno,
otros aseguran que lo mejor es repartir las comidas en cinco raciones
similares a lo largo del día, y también existen quienes apuestan por
hacer una primera comida copiosa y fuerte en grasas. Hay opiniones para
todos los gustos, pero estas son las teorías más solidas sobre la mejor
manera en que debemos organizar nuestras comidas.
Desayuno, una hora después de levantarse.
El entrenador británico Venice A. Fulton dice, entre otras cosas, que
una de las mejores herramientas para adelgazar es retrasar el desayuno.
En su opinión, tal como explicó en una entrevista con El Confidencial,
la primera comida del día es antinatural: “Estamos diseñados de tal
manera que consumimos la grasa corporal como combustible entre comidas.
Si lo primero que haces por la mañana es desayunar, estás modificando tu
instinto natural que te empujaría a consumir tu propia grasa corporal
como desayuno”.
En opinión de Fulton, la clave no reside en eliminar el desayuno,
sino en retrasarlo: “Todo el mundo tiene que ‘deshacer el ayuno’
comiendo, pero la clave está en moverse por la mañana, retrasando la
primera comida”.
Según explicó la portavoz de la academia estadounidense de
nutricionistas y dietistas Constance Brown-Riggs en la revista
LiveScience, lo ideal es desayunar una hora después de levantarnos, pero
nunca eliminar el desayuno. Un informe de la Universidad de Harvard
publicado en la revista Circulation, que estudió a 26.902 varones,
señaló que los hombres que se saltan el desayuno tienen un 27% más
posibilidades de tener un infarto o morir de una enfermedad cardiaca que
aquellos que comen todas las mañanas. Brown-Riggs asegura, además, que
las personas que se saltan el desayuno tienen un tercio más de
posibilidades de ser obesas.
Respecto a qué y cuánto debemos desayunar hay muchas opiniones
distintas, pero numerosos nutricionistas apuntan a que el típico
desayuno, a base principalmente de cereales, no es tan bueno como
pensamos. Según un estudio publicado el año pasado en el International
Journal of Obesity, lo ideal es que empecemos el día con un desayuno
rico en grasas. Los artífices del estudio, de la Universidad de Alabama,
aseguran que una alimentación matinal rica en grasas contribuye a
mantener un perfil metabólico normal. Por el contrario, las personas que
inician el día consumiendo alimentos ricos en carbohidratos tienden a
retener más las grasas cuando ingieren otro tipo de alimentos, además de
tener unas posibilidades más altas de sufrir síndrome metabólico.
Almuerzo, variado, reposado y abundante
Los nutricionistas creen que la costumbre mediterránea de celebrar la
principal comida del día al medio día, como parte de un largo periodo
de descanso, podría explicar por qué los europeos tienen una tasa de
obesidad menor que los estadounidenses, cuya principal comida del día es
la cena. Es mejor para el cuerpo almorzar más y cenar menos, porque las
calorías consumidas durante el día se distribuyen de manera uniforme y
la saciedad se reduce.
La costumbre, por desgracia, está cambiando a marchas forzadas, dado
la evolución de las jornadas laborales. No sólo almorzamos cada vez
menos y cenamos más, también está cambiando la hora en que realizamos la
principal comida del día. Según un estudio realizado el pasado enero
por investigadores de las universidades de Murcia, Harvard y Tufts, la
hora en la que almorzamos es decisiva. “Nuestros resultados indican que
aquellos individuos que retrasan hasta tarde la comida principal del día
–después de las 15:00 horas– muestran una pérdida de peso
significativamente menor que los que comen más temprano”, explicó Marta
Garaulet, catedrática de Fisiología de la Universidad de Murcia y autora
principal del estudio.
Por supuesto, si estás buscando adelgazar, aunque el almuerzo sea más
abundante que la cena, tiene que ser también ligero. Lo ideal, en este
caso, es diseñar comidas copiosas pero ricas en vegetales, que sean
grandes en volumen, pero no en calorías.
Cena, temprana y frugal
Los nutricionistas coinciden siempre en este punto: la última comida
del día tiene que ser la más ligera y debe tomarse al menos tres horas
antes de ir a la cama.
La cena perfecta debe aportar entre el 15 y el 25 por ciento de las
calorías diarias, un porcentaje que solemos sobrepasar. Si estamos
tratando de adelgazar, la cena es clave. Por la noche apenas consumimos
energía, por lo que tardaremos más en quemar las calorías que hayamos
ingerido. Pero también es el periodo del día en el que pasamos más
tiempo sin llevarnos nada a la boca. Mientras dormimos, si hemos cenado
poco, el cuerpo tirará de reservas.
Numerosos estudios han relacionado las cenas tardías con la obesidad,
y no sólo porque al comer más tarde gastemos menos calorías, sino
porque ingerimos más. Una investigación realizada por científicos de la
Universidad del Noroeste en Chicago, publicado en la revista Appetite,
llegó a la conclusión de que “comer por la noche o antes de dormir puede
predisponer a la gente a ganar peso a través de un mayor número de
calorías”. La explicación es la siguiente: aquellos que se acuestan más
tarde y comen durante ese período de tiempo tienden, al mismo tiempo, a
ingerir alimentos más cargados de grasas y carbohidratos.
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