En una calurosa tarde
de verano en Madrid, hombres y mujeres de piel tostada desfilan sin
parar por un centro de bronceado: incluso en España, uno de los países
más soleados de Europa, los rayos UV pueden volverse una adicción.
Madrid tiene una media de 2.749 horas de
sol al año, el doble que Londres. Pero eso no impide a Macarena García,
una estudiante de 24 años, someterse a la cabina de bronceado.
“A mi familia no le gusta mucho que tome
rayos (…) dicen que no es natural, que es insano, pero ellos viven en
la playa y yo aquí, trabajando, también quiero tener color”, afirma
cuando sale del salón Solmanía, en el centro de Madrid.
Parar?
“Lo haría si no tuviera más remedio, pero no me gustaría”, admite entre
risas José Manuel Rodríguez, un apuesto bailarín de 36 años que se
somete a hasta tres sesiones semanales para “no perder el color”
obtenido durante las vacaciones.
José Carlos Moreno, de la Academia Española de Dermatología y Venereología no duda en hablar de adicción.
Es gente “que está obsesionada con tener
su piel bronceada y por mucho que se broncee no está satisfecha, como
las chicas o los chicos que tienen anorexia y siempre se ven gordos”,
explica.
Su perfil: principalmente mujeres y
menores de 40 años, que se exponen a los rayos más de dos veces por
semana, hasta el punto de adquirir un color excesivamente naranja o
chocolateado.
El bronceado, una droga
Las cabinas de bronceado surgieron en
los años 1980 en Estados Unidos. Y los investigadores norteamericanos
fueron los primeros en abordar esta adicción, bautizada ‘tanorexia’, en
los 2000.
Deseo de broncearse al despertar,
necesidad de ‘dosis’ crecientes, ansiedad al parar, culpabilidad,
ultrasensibilidad a los comentarios de los demás: estos síntomas son
similares a los de la adicción a la heroína, señala Joel Hillhouse,
investigador en la Universidad de East Tennessee.
Totalmente dependientes, algunas
personas “siguen utilizando las cabinas pese a tener un cáncer de piel,
roban dinero a sus allegados o se compran camas de rayos UV para
broncear cuando se despiertan en mitad de la noche”, explica.
“Una de las razones que les lleva a
broncear es no ya cómo se ven, sino cómo se sienten”, asegura Steve
Feldman, dermatólogo de la Universidad Wake Forest de Carolina del Sur.
¿Es una droga? “Completamente”, responde.
Los rayos UV, procedentes del sol o de
una lámpara, estimulan la producción de melanina, el pigmento que
colorea la piel, y este fenómeno libera endorfinas, hormonas similares a
la morfina que producen una sensación de bienestar e inhiben el dolor.
A esto se agrega la presión social: las
top-models de piel color caramelo, los futbolistas ricos, guapos y
bronceados como el astro del Real Madrid Cristiano Ronaldo, son figuras
que los jóvenes quieren imitar.
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