Carrie DeKlyen, era una madre de 37 años de edad que vivía en Michigan. Con 5 hijos tenía gliobastoma, un cáncer cerebral muy agresivo. Pero eso no es lo peor… Ella estaba embarazada de ocho semanas y debía decidir si seguir con las quimioterapias o dar a luz a su bebé.
Tenían dos opciones. Podrían tratar de prolongar la vida de Carrie a través de la quimioterapia, pero eso significaba poner fin a su embarazo. O podrían mantener al bebé, pero Carrie no viviría lo suficiente como para ver a la niña.
Fue una elección difícil pero obvia para los DeKlyens, que tienen fuertes creencias religiosas. La pareja fue a casa, sabiendo muy bien que a Carrie solo le quedaban unos meses de vida. Nick dijo que su esposa necesitaba vivir 34 semanas más.
“Eso es lo que quería. Amamos al Señor, somos pro-vida, creemos que Dios nos dio este bebé”, comentó Nick.
Los médicos dijeron a DeKlyens que todo lo que podían hacer era seguir sacando el líquido acumulado en el cerebro para aliviar el dolor.
A mediados de julio, Carrie fue trasladada al hospital de la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Gritaba de dolor y tenía muchas convulsiones. Fue la última vez que estuvo consciente.
“Dijeron que sufrió un derrame cerebral masivo y que el fluido acumulado en el cráneo era imposible de extraer”, contó su esposo.
Por aquel entonces, Carrie estaba embarazada de 19 semanas. Nick explicó que los médicos le dijeron que harían todo lo que estaba en sus manos para mantener al niño. Pero Carrie probablemente no despertaría de nuevo y, si lo hiciera, no reconocería a su familia. Había sufrido daños cerebrales significativos por el accidente cerebrovascular. Durante las próximas semanas, un tubo de alimentación y una máquina respiratoria mantendrían viva a la madre y a su hijo.
Dos semanas más tarde hubo otro golpe. El cerebro de Carrie estaba tan hinchado que los médicos tuvieron que remover su cráneo.
En ese momento Carrie estaba embarazada de 22 semanas y el crecimiento de su bebé había disminuido: pesaba solo 378 gramos. Para sobrevivir, el bebé tenía que pesar, por lo menos, 500 gramos, un poco más de una libra.
Pasaron otras dos semanas y, por fin, llegó una buena noticia: el bebé pesaba 625 gramos. La mala noticia era que el bebé no se movía.
A Nick le dieron dos opciones. Podía no hacer nada y esperar a que el bebé empezara a moverse y continuar creciendo. Pero no hacer nada significaba que su hijo podría morir en cuestión de horas. O, por lo contrario, podría autorizar una cesárea y sacar al bebé. Nick eligió la última opción.
Su hija, Life Lynn DeKlyen, nació a las 5.30pm de un miércoles. Pesaba 566 gramos. Nick dijo que su esposa y él ya habían pensado en el nombre del bebé antes de que Carrie se enfermara.
“Fue un poco agridulce porque mi esposa no estaba despierta y sabía que iba a morir. Después de eso, fui al cirujano y le dije que mi esposa ya había sufrido bastante en esos últimos cinco meses”, recuerda.
Carrie aguantó unas pocas horas más después de que los doctores le desconectaran de la máquina.
“Me senté junto a ella durante todo el tiempo. Le agarré de la mano, la besé y le dije que se había portado muy bien. Le dije: “te amo, te veré en el cielo””, explicó.
En la mañana del viernes, su mujer abrió los ojos y los cerró de nuevo. Apretó fuertemente las manos, luego más lentamente y dejó de respirar. Carrie murió a las 4:30 de la madrugada.
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