Amazona
barbadensis es el Ave Regional del estado Nueva Esparta desde
el año 1990, pero esta noble designación no ha impedido que se convirtiera en
una de las especies de vertebrados voladores más amenazadas de Venezuela.
En el
Libro Rojo de la Fauna Venezolana está clasificada como En Peligro y su
distribución se encuentra restringida a los estados Lara (Saroche, Carora),
Falcón (Dabajuro, Casigua, Paraguaná), Anzoátegui (alrededores de Píritu y
Barcelona) y Sucre (península de Araya), además de las islas caribeñas La Blanquilla,
Margarita y Bonaire.
¿Qué
la hace tan vulnerable? Aunque su caza fue prohibida de manera indefinida en
1970, la captura y comercialización de los pichones para su uso como mascota
constituye su mayor amenaza. Además, el bosque seco -su hábitat natural tanto
de alimentación como de reproducción- está siendo alterado por la extracción a
cielo abierto de arena en la Península de Macanao, estado Nueva Esparta.
El
trabajo de conservación de la asociación civil Provita ha permitido incrementar
la población en vida silvestre, pasando de 650 cabeciamarillas a casi 1.700
durante tres décadas. Sin embargo, no ha sido suficiente para garantizar su
supervivencia, debido a las continuas prácticas que amenazan a la especie.
Para
explorar las dimensiones sociales del tema, se estableció una alianza entre
Provita y el Laboratorio de Ecología Política del Centro de Estudios de la
Ciencia del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC).
“Nuestra
propuesta fue realizar un estudio etnográfico para comprender el problema de la
tenencia de la cotorra en cautiverio desde el punto de vista de los actores”,
explicó María Victoria Canino, jefa del Centro de Estudios de la Ciencia y del
Laboratorio de Ecología Política del IVIC.
Si se
parte del principio epistemológico de que todo sujeto humano es un sujeto de
conocimiento, entonces “toda persona, independientemente de su condición, tiene
conocimientos, percepciones y opiniones válidas que se forman a través del
sentido común, pero que expresan el dominio social que una población maneja
sobre un determinado problema”, informó Canino.
Más
que una mascota
Los
resultados fueron presentados recientemente en el seminario Cotorra
margariteña: una especie, múltiples significados. Análisis de la relación entre
las comunidades de la Península de Macanao con la Amazona barbadensis, por
parte de María Victoria Canino, Marx Gómez, Marhylda Rivero, Nayralda Lobo,
Helena Nogales y Oriana Blanco, adscritos al Laboratorio de Ecología Política
del IVIC.
El
objetivo se centró en la comprensión del significado simbólico que tiene la
cotorra margariteña para los habitantes de la Isla de Margarita. Para sorpresa
del equipo de investigación, esta emblemática ave no posee un único
significado, sino múltiples.
De
acuerdo con el sociólogo Marx Gómez, para los jóvenes de entre 14 y 19 años de
edad que participaron en el estudio, la cotorra es un pariente, una mercancía
fácil de obtener en comparación con la actividad pesquera y un obsequio.
“En
cambio, para las muchachas del mismo rango etario, las cotorras son
principalmente un pariente no humano, como una hermana o amiga”, dijo Gómez.
Dicho contraste de pareceres es indicio de la distribución de roles por género
que subyace en esas comunidades.
Por
otro lado, el decreto de la cotorra cabeciamarilla como Ave Regional de Nueva
Esparta ha tenido una importante influencia en la construcción de otros
significados.
La
decisión del Ejecutivo regional “es motivo de orgullo e idiosincrasia y ha
servido como estrategia de conservación del bosque seco y otras especies, pero
la hace más atractiva para su tenencia en cautiverio”, aseguró Marhylda Rivero,
subjefa del Centro de Estudios de la Ciencia del IVIC.
La
cotorra margariteña es símbolo de alegría, pero al mismo tiempo es un objeto
con el que se puede obtener lucro.
“Cuando
tenemos una visión de naturaleza externalizada y no existen lazos afectivos,
nos encontramos con otros significados diversos sin que representen tensiones
morales ni éticas para las personas”, precisó Rivero.
En
dichos casos, son vistas como mercancía de intercambio comercial -por lo que se
roban los pichones- y como potencial amenaza para la obtención de alimentos de
consumo humano. Al ser valoradas como plaga para los conucos, las agreden,
espantan e incluso les causan la muerte.
“A
pesar de que la comunidad sabe que, en términos generales, la cotorra es una
especie amenazada, identifica sus causas y reconoce la necesidad de
conservarlas, no necesariamente cree que se vaya a extinguir”, aclaró Rivero.
Por
todo lo antes expuesto, el Laboratorio de Ecología Política del IVIC hizo
énfasis en la necesidad de articular esfuerzos para sensibilizar a las personas
sobre las implicaciones que tendría la desaparición de la especie, y trabajar
de la mano para la elaboración y ejecución de las estrategias de conservación.
Cabe
destacar que las iniciativas conservacionistas de Provita y de su presidente y
cofundador, Jon Paul Rodríguez (investigador del Centro de Ecología del IVIC),
fueron reconocidos recientemente con el Gold Award del Whitley Fund for Nature,
entregado por la princesa Ana del Reino Unido en la Royal Geographical Society.
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