El viernes 21 de febrero, Adriano Trevisan, falleció en un hospital cerca de Padua, en el norte de Italia. Fue el primer muerto por coronavirus en Europa. Más de 4.800 muertos después, la Italia de hace un mes pertenece al pasado.
¿Había alguien, entre los 60 millones de italianos, que hubiera creído entonces que los iban a someter a un estricto confinamiento que nadie sabe cuándo terminará? ¿Que el silencio envolvería al país, que las góndolas estarían amarradas en los muelles de Venecia y que se podría oír los pájaros en Roma y en Milán?.
El día de la muerte de Trevisan, un albañil jubilado de 78 años, que disfrutaba pescando y jugando a las cartas en el bar con sus vecinos del pueblo de Vo, en Venecia, los creadores de Versace y Frankie Morello presentaban sus colecciones de otoño en Milán; los seguidores del Lazio Roma soñaban con el título en el Calcio tras años de mediocridad, viendo a su equipo a un punto de la Juventus de Turín. En los bares y restaurantes llenos, se hablaba de la fragilidad del gobierno de Giuseppe Conte.
Los turistas se agolpaban en el Foro de César donde se había descubierto un sarcófago que podría ser el del fundador de la Ciudad Eterna, Rómulo; y el instituto de estadísticas anunciaba una buena noticia: los pedidos a la industria italiana habían registrado en diciembre un aumento del 6% interanual.
Miedo y éxodo
Es cierto que en una decena de municipios del norte, los parques cerraron y se tomaron medidas de confinamiento en Codoño, cerca de Lodi, donde llegaban los periodistas, a menudo sin mascarilla. Pero el primer ministro, Giuseppe Conte, tranquilizó a los ciudadanos: "Todo está bajo control".
Al día siguiente de la muerte de Trevisan, los diarios consagraron su portada al coronavirus: "El contagio asusta a Italia" (La Stampa), "Miedo en el norte" (La Repubblica).
Pero este miedo no cundiría realmente entre los italianos hasta el fin de semana del 7 y 8 de marzo, cuando ante el fuerte aumento de casos en el norte, sobre todo en Lombardía, se imponen medidas de confinamiento a diez millones de habitantes.
Miles de personas huyen, a menudo hacia el sur, llevándose con ellos sin saberlo una gran bomba de efecto retardado. Entre los casos positivos en Apulia, en el talón de la bota que es el mapa de Italia, muchos son familiares de los que participaron en este éxodo. Una treintena de personas han muerto en esta región.
En la noche del 9 al 10 de marzo, en una alocución oficial, Conte, con voz grave, extiende el confinamiento a todo el país. Los comercios no esenciales se cierran, las personas solo pueden desplazarse por motivos profesionales o imperiosas. Los resultados serán visibles en unas dos semanas, promete.
Apoyo masivo
Algunos dicen que son decisiones surrealistas. Al día siguiente, en Sicilia, los participantes en los funerales son amonestados verbalmente. Gianfilippo Bancheri, alcalde de Delia, una pequeña ciudad de la isla, se enfada en un vídeo en Facebook que se hace viral: "Cuando alguien me dice 'señor alcalde, usted no debería alarmar a la gente'... ¡Pero si es una pandemia! ¡No es una epidemia, sino una pandemia! ¿Y no se puede alarmar a la gente?", cuestiona.
Y los casos aumentan. Italia batió el récord este sábado con 793 fallecidos en 24 horas, lo que sitúa el balance en 4.825 decesos. Además se reportaron 6.557 nuevos casos positivos, otra marca, para elevar el total a 53.578 contagiados.
Las iglesias están cerradas, hay filas para entrar a los supermercados donde se ingresa a cuentagotas, los entierros se resumen en una bendición a escondidas en la más estricta intimidad. Ahora, la policía realiza 200.000 controles diarios y el ejército podría sumarse pronto a esta labor.
Asustados por la alocución nocturna de Conte, los italianos comprendieron. Y veían asombrados a sus vecinos europeos que seguían llenando restaurantes y terrazas al calor de la primavera adelantada. Y hacían vídeos para advertir al resto del mundo: "Nuestro presente es vuestro futuro".
Las medidas de confinamiento, inicialmente adoptadas hasta el 3 de abril, serán extendidas. La casi totalidad de los ciudadanos las apoyan, según un sondeo publicado el jueves en el diario la Repubblica.
"Me quedo en casa" es la nueva consigna de los italianos, que desde el 10 de marzo salen a los balcones o a la ventana para cantar o aplaudir al personal sanitario y que ahora los imitan en París, Madrid, Barcelona o Sarajevo.
Pero en opinión del vicepresidente de la Cruz Roja china, Sun Shuopeng, que ha venido a compartir con los italianos su experiencia en una pandemia que surgió en su país, "las medidas adoptadas no son suficientemente restrictivas". "Hay que paralizar toda la actividad económica. Y todo el mundo debe quedarse en casa", afirmó.
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