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jueves, 8 de octubre de 2020

La mujer que mataba hombres a puñaladas por la lujuria de la sangre, solo quería «divertirse. (+Fotos)

 

Joanna Dennehy nació en 1982 y creció en las afueras de Londres, Inglaterra. La británica era una dulce niña, de un rostro angelical que tuvo aparentemente una infancia feliz. Pero algo en la adolescencia la hizo cambiar. Vivió las distorsiones provocadas por los excesos, luego llegó la vida en pareja y dos hijos, hasta que finalmente se convirtió en una de las más peligrosas asesinas seriales de Gran Bretaña.

En algún momento Joanna tomó la decisión de querer matar a nueve hombres, fue una meta que se fijó. Su objetivo comenzó a tomar forma en marzo de 2013, cuando cuchillo en mano puso en marcha su plan. Ella quería asesinar por placer, por lujuria, le excitaba sentir cómo los otros sufrían y la sangre la podía llevar al desenfreno sexual.

También quería que su vida no pasara desapercibida en el mundo, quería que sus crímenes se hicieran famosos, eso la llenaba y la hacía divertirse. Su frialdad era incalculable, en algún momento la psicópata que llevaba por dentro se apoderó de ella y su vida se tornó en violencia extrema.

Un reportaje de BBC Mundo señala que a pesar de la creencia habitual de los expertos en psiquiatría sobre la historia personal de los asesinos violentos, la infancia de Joanna Dennehy fue, según sus propios familiares, de lo más normal.

Ella creció en las afueras de Londres, en Harpenden, una pequeña ciudad de Hertfordshire. Su niñez transcurrió en una casa grande de cuatro habitaciones con un acogedor jardín. Durante la primaria se destacó en el colegio y en los deportes. Compartía una habitación con camas marineras junto a su hermana menor María, quien era tres años más pequeña. «Eran muy unidas y hasta habían creado su propio vocabulario secreto», dice la reseña.

En esa época, recuerda María Dennehy, Joanna era dócil, nada agresiva y jugaba con muñecas. En el colegio, la protegía y si alguien le decía algo feo, Joanna lo obligaba a disculparse. Cuando volvían de la escuela, solían subirse al árbol del jardín trasero de su casa y se quedaban allí cantando y charlando durante horas.

María que luego del colegio se unió al ejército y hoy es ingeniera informática, le dijo a la BBC que sus padres trabajaron muy duro para mantener un buen estilo de vida. Su padre, Kevin, era guardia de seguridad y su madre, Kathleen, trabajaba como empleada en un comercio. Para sus padres, Joanna era la hija “inteligente” y llegaron a soñar con que estudiaría abogacía. Esperaban mucho de su hija mayor.

María reconoce que Kevin y Kathleen eran un poco estrictos, aunque no demasiado, pero asegura que les dedicaban mucho tiempo. En una de las pocas entrevistas que ofreció María, dijo que no podía entender qué había pasado exactamente, pero que un momento dado, cuando Joanna cursaba el secundario, todo cambió de forma abrupta: “Había una chica que amábamos y que un día se convirtió en un monstruo”.

Drogas y alcohol en la adolescencia

Al cumplir los 17, Joanna se embarazó por primera vez. Entonces, dejó de consumir drogas y alcohol para cuidar al bebé. En 1999, nació su hija mayor: Shianne. Unos tres años más tarde, llegó su segundo hijo. Pero la abstinencia no duró y, poco tiempo después de haber tenido a los chicos, volvió a los excesos.

Fue en la adolescencia que emergió la Joanna desafiante que se escapaba del colegio y enfrentaba a sus padres. Cuando tenía 13 años se fue de casa con un joven de 18. El lapso fue breve, pero suficiente para preocuparlos. Por esos tiempos, también comenzó a robarles dinero, a tomar alcohol y a consumir drogas. Lograron que regresara, pero se fugó una vez más. La vida familiar con ella se volvió incontrolable.

Las prohibiciones de sus padres no alcanzaban para detenerla. Cuando comenzó a salir con John Treanor, ella tenía 15 y él 20. Kevin enfrentó a John y le dijo que su hija era menor de edad. No sirvió de nada. Las peleas se hicieron cotidianas y la pareja de todas maneras siguió adelante.

Incluso hubo un tiempo que hasta se armaron una carpa en el jardín de los Dennehy. María cuenta que, en esos meses, su madre se la pasaba llorando. Cuando a los 16 años Joanna se fue definitivamente con John. La familia quedó devastada.

El retorno a los excesos

En 1999, nació su hija mayor: Shianne. Unos tres años más tarde, llegó su segundo hijo. Pero la abstinencia no duró y Joanna volvió a los excesos. Abandonaba a sus hijos con John y salía por ahí. El descontrol era absoluto. Empezó a manifestarse con extrema violencia. Cuando estaba borracha o drogada golpeaba a John y lo pateaba. Llegó a beber hasta dos botellas de vodka al día. La vida era un infierno.

En el año 2009, John Treanor tocó fondo. Angustiado se marchó con sus dos hijos, que tenían 10 y 7 años, luego de que ella lo amenazara con una daga de 15 centímetros.

John se mudó a Glossop, en Derbyshire, y se dedicó a cuidarlos. No volvió a saber de ella hasta que ocurrieron los crímenes. Asegura que jamás pensó que Joanna pudiera ser capaz de hacer lo que hizo después: “Quién podría tener una premonición semejante”, se defendió cuando los medios lo acosaron con preguntas.

En 2012, Joanna enfrentó cargos por agresión y estuvo presa. Ese mismo año, pasó unos meses en el hospital de la ciudad de Peterborough donde le diagnosticaron con personalidad antisocial.

Al ser dada de alta del hospital recurrió a una agencia inmobiliaria llamada Quicklet para hallar una habitación dónde vivir. El copropietario de la agencia se llamaba Kevin Lee y tenía 48 años. Él le dijo que también podía darle trabajo: le encargó que lo ayudara a desalojar a los inquilinos que no pagaban.

«Joanna era bella, controladora, sexy y provocativa. Ojos azules, rasgos perfectos, pelo lacio y rubio se complementaban con sus piercings en la lengua y la nariz y con tatuajes por todo su cuerpo. Audaz y entradora sabía camuflar su carácter agresivo. Los hombres no se le resistían», resalta la BBC.

Sus crímenes

Su primer crimen ocurrió en una de esas casas que ella cuidaba para su empleador, en Welland, en el extremo norte de Peterborough.

Lukasz Slaboszewski, de 31 años; Kevin Lee (48) y John Chapman (56), sus tres víctimas. También apuñaló a otros dos hombres que salvaron su vida.

Joanna había conocido, hacía un tiempo, al polaco Lukasz Slaboszewski, empleado de un almacén. Comenzaron una relación al punto que él llegó a alardear con sus amigos sobre su “novia” inglesa. El martes 19 de marzo de 2013, Joanna le mandó un mensaje por celular para que se encontraran en una casa de Welland.

Él llegó con promesas de un intenso encuentro sexual, pero apenas traspasó la puerta, ella le atravesó el corazón con un pequeño cuchillo. Luego, arrastró el cadáver y lo metió en el contenedor de basura de la calle. Joanne paró a una adolescente de unos 14 años, que pasaba por allí de casualidad, y sin escrúpulos le mostró el cuerpo de Lukasz.

Joanna quería que su víctima fuera hallada y convertirse en protagonista. Pero eso no ocurrió porque la adolescente, quizá muy asustada, no habló. Frustrada, 10 días después, el 29 de marzo, asesinó a su compañero de vivienda, John Chapman, de 56 años. Era un exmarino, veterano de la guerra de Malvinas.

Si bien la policía concluyó que lo apuñaló mientras dormía indefenso, Joanna sostuvo lo contrario: dijo que lo acuchilló porque él no salía del baño donde ella estaba. Los psiquiatras interpretaron, durante el juicio, que Joanna necesitaba dar un espectáculo donde él no fuera un pobre hombre vulnerable.

Luego de matar a John, le mandó un mensaje de texto a su jefe y casero Kevin Lee, con quien tenía un romance desde que la había contratado. Le escribió que tendrían sexo sadomasoquista -Kevin le confesó a un amigo que su “novia” le había dicho que quería ponerle un vestido y violarlo-.

El hombre acudió enseguida a su encuentro. La cita era en aquella casa donde Joanna había asesinado a Lukasz 10 días atrás. No tuvo piedad y lo apuñaló cinco veces perforando sus pulmones y su corazón. Kevin fue su tercera víctima. Luego vistió el cuerpo con un sexy vestido negro de lentejuelas.

Para ese momento, Joanna, tenía dos cuerpos en dos casas diferentes. Necesitaba ayuda. Llamó a Gary Stretch —un delincuente fichado por la policía, de gran contextura, y a quien había conocido mientras trabajaba para Kevin Lee— y le dijo textual: “Ups… lo hice de nuevo”.

Gary Stretch sumó a otro hombre, Leslie Layton (36), para ayudar a Joanne. Los dos vivían en la misma vivienda que ella. Leslie le mintió a las autoridades para protegerla y Gary la ayudó a deshacerse de los cuerpos tirándolos a unas zanjas en un área rural. El cuerpo de Kevin Lee, vestido provocativamente con el traje de mujer, fue dispuesto de una manera muy particular, algo que sugería que todo había sido pensado.

«Necesito divertirme»

El 2 de abril, Gary conducía su auto cuando la escuchó decir que quería volver a matar: “Quiero divertirme, necesito divertirme”. Joanna estaba excitada aunque sabía que la policía la buscaba. En Hereford, Gary detuvo su coche para que ella pudiera hacerlo. Al azar, escogió a un hombre que paseaba a su perro y lo apuñaló por la espalda. Era Robin Bereza, de 64 años. Un auto pasó y el conductor miró hacia ellos. Joanna le devolvió una sonrisa encantadora y luego, por precaución, se subió al auto nuevamente con Gary.

Luego, 9 minutos después, en un callejón sin salida, acuchilló de manera salvaje a John Rogers, de 56 años, que también paseaba a su mascota. Le propinó 30 puñaladas. Estaba segura de que lo había matado. Pero no. Los dos últimos hombres atacados lograron sobrevivir.

Al mismo tiempo, varios vecinos de Hereford habían reportado a la policía que una mujer estaba atacando a los transeúntes. Los testimonios de los heridos, más las imágenes capturadas por las cámaras de vigilancia, condujeron a su arresto ese mismo día.

En los videos de la detención, se la ve coqueteando con los policías que la arrestaron, haciendo bromas y agradeciendo que dijeran que ella era “pequeña”. Les aseguró a los agentes que se sentía halagada y que era un “comentario sexy”.

Cuando preguntó por qué estaba siendo arrestada y le respondieron que por “sospechas de intento de asesinato y asesinato”, les espetó sonriendo con total calma: “Podría ser peor”.

En la cárcel

Dos días antes de que fuera detenida, el 30 de marzo, el cadáver de Kevin Lee fue encontrado en un pozo en Newborough. La autopsia estableció que había muerto por las heridas en el pecho provocadas por un cuchillo.

Lukasz Slaboszewski y John Chapman fueron hallados después de su detención, el 3 de abril. Tenían heridas de arma blanca en el corazón, el cuello y el torso.

Durante el proceso judicial, Joanna fue diagnosticada por los especialistas como psicópata. Había admitido sin reparos haber matado y no demostraba ningún tipo de arrepentimiento. Fue condenada a prisión perpetua. Nunca mostró arrepentimientos por sus horrendos crímenes (Shutterstock)

El Tribunal Penal de Old Bailey de Londres no ahorró ningún adjetivo a la hora de calificarla. Dijo que Joanna Dennehy era una “mentirosa compulsiva, calculadora, manipuladora, maliciosa y cruel”.

“Sí, soy una asesina en serie”, confesó la británica. “Me he declarado culpable y eso es todo”, remató.

El 28 de febrero de 2014, fue condenada a cadena perpetua por los tres homicidios y los dos intentos de asesinato. Morirá algún día en la prisión HMP Bronzefield, de Surrey, sin posibilidad de libertad condicional. Gary Stretch Richards, también terminó siendo condenado a perpetua por intento de asesinato.

Opinión de los expertos

Al psiquiatra de la prisión, Joanna le confesó algo más: “Maté para ver como me sentiría, para ver si era tan fría como creía serlo. Luego le tomé el gusto, se volvió adictivo”.

Lo concreto es que fue diagnosticada con psicopatía, desorden antisocial, personalidad borderline, parafilia y sadomasoquismo porque reconoció que se excitaba con el dolor ajeno y la humillación.

Joanna necesitaba sentir y proporcionar dolor cuando tenía sexo. Aseguró que disfrutaba asesinando y que tenía pensado terminar con la vida de nueve hombres más para conseguir más fama que Bonnie y Clyde, la célebre pareja criminal norteamericana de los años 30.

La asesina llegó a confesar que sentía una especie “lujuria sádica de sangre”.

El escritor, profesor de criminología y experto en asesinos seriales de la universidad de la ciudad de Birmingham y asesor de diversas fuerzas de seguridad de Gran Bretaña, David Wilson, explicó en un reportaje que es sorprendente lo atractivo que pueden resultar algunos psicópatas: “Te pueden hacer sentir que sos el centro del universo, ya que necesitan acercarse para después utilizarte. Es esa habilidad camaleónica lo que dificulta identificar al verdadero psicópata”.

Era increíble pero sus cómplices, que disfrutaban de sus encantos sexuales, obedecían a Joanna sin rechistar. Su encanto personal lo atrajo incluso a sabiendas de que la relación con ella era peligrosa. Para Wilson, Joanna constituye un fenómeno único porque sus aliados masculinos nunca le cuestionaron su rol y liderazgo.

“La psicología detrás de esas relaciones se le denomina folie a deux o locura compartida por dos, y en esos dos, por lo general, el hombre es el dominante. Lo inusual, en el caso de Dennehy, es que ella era la dominante y los hombres quienes obedecían», dijo Wilson.

Pasados los años, algunos de sus antiguos vecinos no logran sacarse el sabor amargo de haber vivido cerca de la criminal. Toni-Ann Roberts, una mujer que la conoció, comentó que John Chapman, la tercera víctima fatal de Joanna, era un hombre gentil y dulce, un poco alcohólico, pero que no había razón alguna para que Joanna le hiciera lo que hizo.

Joanna era intimidante y coqueteaba con la gente de una manera extraña y efectiva: “Era muy directa. Se acercaba para saber quién eras y era muy inteligente para averiguar quién tenía poca autoestima. Los hombres solían caer a sus pies, como perros. Tenía un extraño control sobre ellos (…) Todavía puedo recordar la forma en que te miraba en ocasiones. Era aterradora”, añadió. 

Con este caso aberrante los tabloides ingleses aumentaron su tiraje y los programas televisivos se centraron en ella. Por mucho tiempo, no se habló de otra cosa.

Christopher Berry Dee, autor de best sellers, escribió un libro sobre la historia de Joanna al que tituló Amor por la sangre. Fue este autor quien dijo haber notado, luego de la publicación, la manipulación que ejercía Joanna sobre la gente. Lo comprobó por sí mismo cuando ella le envió varias cartas donde demostraba su capacidad camaleónica: “Cambia sus colores para adaptarse a su entorno. Por ejemplo, se dio cuenta de que su casero quería tener sexo con ella y al chico polaco lo hechizó para que él pensara que había conocido a la chica buena».

«Cuando me escribía su caligrafía era hermosa y su ortografía y vocabulario, perfectos. Se mostraba como un personaje tranquilo y contenido. Quería impresionarme. Pero tuve la oportunidad de ver las cartas que le había escrito a Gary y eran completamente diferentes, como si ella perteneciera a un barrio bajo”, dijo Dee.

En el documental Un asesino en mi familia, su exmarido y padre de sus dos hijos habló. Sostiene que la conmoción que le provocaron los hechos todavía no se le ha pasado: “Es horrorífico lo que ella hizo. Pero yo no soy responsable de eso, mis hijos no son responsables de eso… no puedo disculparme por lo que ella hizo”.

El caso no se agotó allí porque hubo varios libros más, como los escritos por Janet Crowder y por Andrew Alexander, y numerosos documentales del género true crime.

Violencia sin freno

En febrero de 2014, Joanna Dennehy fue enviada a prisión. Su entrada a la cárcel fue también conmocionante porque enseguida su compañera de prisión, la también asesina serial Rose West, tuvo que ser trasladada a otra penitenciaría por su propia seguridad. Joanna Dennehy había amenazado con matarla.

Ese mismo año, comenzó un romance con un constructor de West Sussex. El audaz señor le dijo a un medio sensacionalista que se había enamorado. Pero la realidad es que ella lo iba a usar porque quería fugarse. Había elaborado un plan para matar a una guardia de la cárcel y usar sus huellas dactilares para abrir las cerraduras biométricas de la prisión y huir. Descubierto el plan, fue confinada y aislada.

En 2017, Joanna empezó a decirle a las demás reclusas que ella había matado a cuatro personas en realidad. Estaba sedienta de atención. En agosto de 2018, con su novia de prisión ideó un pacto suicida. Se suponía que ambas morirían, pero fueron halladas en un charco de sangre. Joanna había intentado cortarse la garganta. Su novia presentaba cortes en las muñecas. De acuerdo con el diario Mirror, los guardias de seguridad descubrieron a la pareja inconsciente, tirada en el suelo. A partir de allí, las pusieron en celdas separadas. Poco tiempo después, Joanna falló con otro intento de suicidio.

Su madre y su hija

En enero 2017, su madre, Kathleen, habló en un documental del canal Crime+Investigation. Pintó a Joanna como una chica normal, que amaba el netball y el hockey y que parecía una niña muy sensible: “Si ella pisaba un gusano, se sentía mal y solía llevarse los bichitos a su cama. Era una chica adorable. Era educada con todos. Sus maestras decían lo mismo”.

Reconoció que fue en su adolescencia cuando comenzó a cambiar de forma drástica: empezó a faltar al colegio y a salir con chicos más grandes. La hija de Joanna, Shianne Treanor, de 19 años, habló también el año pasado, por primera vez y en exclusiva, para el Sunday Mirror.

Contó que ella se había enterado de que su madre era una asesina serial cuando tenía 13 años, estando de visita en casa de unos amigos. Después, había buscado en Internet y descubierto toda la verdad. Vivió desde entonces en una especie de montaña rusa bajo la sombra de una madre criminal. Tenía miedo de volverse ella también una psicópata asesina serial de hombres y padecía pesadillas frecuentes. Un día ingenuamente le preguntó a su padre: “¿Me volveré como mamá?”.

Durante cuatro años, no supo de Joanna, pero, en octubre de 2018, le mandó una carta: “Quería respuestas”, explicó y que, ante la ausencia de explicaciones, había decidido contactarla. Ella estaba convencida de que su madre la odiaba y por ello le escribió de una manera fría: “Le dije que yo no buscaba una relación con ella, que solo quería saber por qué (…) Pero recibí como respuesta una carta llena de amor y calidez en la que me decía cuánto me quería a mí en su vida. Lloré. Fue muy emotivo”.

La primera vez que la fue a visitar “estaba muy nerviosa, temblaba (…) cuando entré al hall de la cárcel, tuve que mirar dos veces, ella se veía muy distinta. Éramos las únicas, aparte de los guardas. Nos sentamos en la mesa, una frente a la otra. Ella tenía una remera negra, jeans y botas. El pelo corto y rubio y piercings en la cara. Uno cerca de su ojo. Se veía bien. Le dije: Te extrañé. Honestamente, nunca había pensado que la volvería a ver (…) Las dos lloramos. Y le pregunté por qué. Ella se disculpó conmigo (…) Parte del castigo es que ella no me vio crecer y no me verá cuando me case”.

Shianne no obtuvo las respuestas que buscaba. A pesar de todo, recuerda de su primera infancia, a una madre cariñosa, que les leía Orgullo y prejuicio, que «hacía papel maché con mis amigos ¡y hasta un día dibujamos con ellos las paredes!”. Eso fue antes de que empezara con las drogas y el alcohol.

También recuerda cuando todo cambió y empezaron las desapariciones de su madre, los gritos y los excesos: “Volvía y tenía tajos por todos lados y mordeduras en el cuello, que escondía con bufandas y se pasaban horas y horas gritándose con mi padre”.

Shianne, que terminó un curso de viajes y turismo, en el Tameside College, y vive en Manchester, aseguró: “Mi madre lastimó a esa gente y yo nunca la perdonaré por eso. Debe pasar el resto de su vida en prisión pensando en las miserias que causó (…). De alguna manera, ella arruinó completamente mi vida. Tengo mi apellido asociado al hecho de las vidas que ella tomó. No puedo sacarlo de mi cabeza. Creo que ella debería explicar por qué hizo lo que hizo. Esas familias merecen paz para sus mentes y sus vidas. Ellos están en la oscuridad como yo. Deberían saber el por qué”.

Shianne se disculpó abiertamente con las familias de las víctimas por los horrendos crímenes de su madre. Joanna Dennehy, con 38 años, está considerada hoy una de las nueve asesinas seriales más crueles de Gran Bretaña.



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