La ministra participó en el homenaje organizado por la municipalidad de Paita en honor a la "la libertadora".
Manuela,
Heroína de nuestra independencia
compañera Manuela
Hoy, a 200 años de nuestra independencia, a 165 años de este crepúsculo donde saliste a abrazarte con las estrellas. Estamos aquí, en el lugar que escogiste como punto de salida hacia el universo. Hoy, querida Manuela, nosotras las mujeres de Perú, estamos aquí por ti. Recordando, en nuestro año bicentenario, a las mujeres que tanto tiempo fueron invisibilizadas por la historia.
Manuela nació en tiempos épicos, de cambios profundos. Donde las contradicciones de un sistema injusto hacían vacilar un sistema de dominación. La violencia colonial estremece a Manuela desde muy joven, siendo testigo del grito de independencia del 10 de agosto de 1809 en Quito y, sobretodo, de la masacre de los patriotas ocurrida un año después, el 2 de agosto de 1810. La violencia de la colonia, basada en el saqueo de nuestros recursos, en la dominación y la desigualdad, desató para Manuela una furia de justicia que hoy en día sigue encendida. Su temperamento de acero se impuso por encima de los peligros. No podía quedarse ni callada ni inactiva, y empezó en arroparse con la bandera libertaria, a llenar sus sueños de la lucha independentista y a vivir conquistando sus ideales.
Por su férreo desempeño patriota en Lima fue condecorada el 23 de enero de 1822 por San Martin con el título de Caballeresa del Sol, entonces la más alta condecoración que se concedía por servicios a la gesta independentista. En mayo del mismo año, lejos de abdicar o de conformarse con los honores recibidos, nuestra libertadora participó activamente en los preparativos de la batalla de Pichincha. Además de haber sido un enfrentamiento clave por la liberación de Ecuador, esta batalla fue un verdadero clínamen histórico que propició el encuentro en Quito, el 16 de junio, entre el Libertador Simón Bolívar y Manuela. Marcó el inicio de una fusión entre dos seres, cuerpos y almas excepcionales. El nacimiento de un “inconmensurable amor” que selló nuestro camino a la independencia con letras de fuego y amor.
Nuestra guerrera latinoamericana se sumergió en la lucha independentista con ardor sin precedente. En 1823, a la cabeza de un escuadrón de caballería sofocó un motín en las calles de Quito. En 1824, en la batalla de Ayacucho, se incorporó en un batallón de húsares, e impresionó tanto a José Antonio de Sucre que no tuvo otra alternativa que ascenderla al grado de Coronel del ejercito libertador.
Manuela Sáenz no era solamente la “amante” del Libertador. Era ya una férrea combatiente desde antes de este encuentro estelar que creó a este “ambos histórico”. El amor reciproco donde juntos eran protagonistas coincide con el tiempo histórico que los anima en el combate por la emancipación americana. Luego de unirse al escuadrón que atravesó el desierto y la cordillera para instalar un gobierno ambulante en Huamachuco, en febrero de 1824, Manuela recibe una carta de Bolívar. El Libertador intenta disuadirla de sumarse a la campaña militar para marchar hacia Junín. El 16 de junio, ella le responde, amorosamente indignada:
Mi querido Simón
Las condiciones adversas que se presentan en el camino de la campaña que usted piensa realizar, no intimidan mi condición de mujer. Por el contrario, yo las reto. ¡Que piensa usted de mi! Usted siempre me ha dicho que tengo más pantalones que cualquiera de sus oficiales, ¿o no? De corazón le digo: no tendrá usted mas fiel compañera que yo y no saldrá de mis labios queja alguna que lo haga arrepentirse de la decisión de aceptarme,
¿Me lleva usted? Pues allá voy. Que no es condición temeraria esta, sino de valor y de amor a la independencia (no se sienta usted celoso).
Suya siempre,
Manuela
El existir de Manuela recuerda a los que menosprecian o subvaloran el papel de las mujeres en nuestra independencia, su papel central y protagónico. Una historia escrita con la sangre de las que nos precedieron y, en esa evocación del nombre de Manuela Sáenz, resuena la gloria de sus precursoras. Cuando gritemos el nombre de Manuela, el eco de la Historia de nuestro continente nos retorna con brío otros sonidos prestigiosos: “Micaela Bastidas”, “Tomasa Tito”, “Bartolina Sisa”, “Juana Azurduy”, y nos recuerda el actuar de tantas mujeres heroicas, quienes, como Manuela, ofrecieron su vida para que seamos libres.
Manuela no solo peleo por imponer un sistema político independiente, más justo y soberano. También se sublevó en contra de un sistema de dominación que supeditaba las mujeres a un rol social determinado y denigrante. Su rebeldía, entereza, su determinación e incandescencia chocaron con los prejuicios de la época. En la sociedad colonial su sola presencia avivaba rumores y envidia, sentimientos negativos dentro de los cuales se escondían admiración y respeto. La famosa escritora mejicana, Elena Poniatozska, describió con tacto literario el ruido de esos chismes:
Exuberante, Manuela habla, discurre, jamás se oculta y la calle
se vuelve su recibidor. Los encuentros, los abrazos,
los rechazos, las murmuraciones entran y salen como Pedro por su casa
y en las calles de Quito, las mujeres la señalan como piedra de escándalo:
la amante de Simón Bolívar. A Manuela eso la tiene tan sin cuidado.
En aquellos tiempos, donde las normas sociales en Lima escondían a las mujeres tras una cárcel de seda, obligándolas a ver el mundo a través de un solo ojo, Manuela, -lucida, con una visión integral de su época- cabalgaba, fumaba, peleaba y poco le importaba los códigos de dominación masculina que reinaba entre estas paredes ideológicas. Paredes cuyos ladrillos todavía perduran siglos después.
Manuela no solo peleó contra un sistema colonial injusto, sino que también dedicó su vida, por su actuar majestuoso, en combatir los estereotipos de género, en fisurar el pesado mármol de la sociedad patriarcal. Liberó a todos los latinoamericanos del yugo colonial y ofreció a las mujeres la perspectiva de un mundo de igualdad. Manuela fue un amante de la libertad para ella y para todos.
Manuela tuvo que luchar doblemente. Contra sus enemigos internos y contra estas “costumbres de lo absurdo”. Prejuicios de los cuales no se escapaba a veces el propio Libertador cuando la llamaba afectuosamente “mi amable loca”. Lo que notaba Bolívar de extravagante en el comportamiento de su amada pareja era lo que iba a convertirse en el horizonte común de las mujeres en una sociedad de igualdad de derecho. Manuela no era loca. Nunca lo fue. Ella se había liberado con 200 años de antelación del corsé ideológico impuesto por una sociedad colonial y patriarcal. El 7 de agosto de 1828, mientras se trama un complot contra Bolívar, Manuela le escribe al Libertador:
“Tengo a la mano todas las pistas que me han guiado a serias conclusiones
de la bajeza en que ha ocurrido Santander, y los otros
en prepararle a Ud. un atentado.
Horror de los horrores, Ud. no me escucha; piensa que solo soy mujer”
Horror de los horrores. En un mundo donde la Historia con mayúscula la escribían los hombres con letras de sangre, ella impuso su firma personal. Manuela elaboró estrategias militares, participó en combates, rompió celdas mentales; no solamente se afirmó como un prócer de nuestra libertad, sino como una protagonista del derecho de las mujeres en nuestro continente.
Por muchos años, la figura de Manuela fue opacada por la pasión reciproca que la unía con Simón Bolívar y no han faltado quienes se han referido a ella como “la amante de Bolívar”. Esta injusticia historiográfica se perpetua cuando se reduce el protagonismo, la trayectoria, y la valentía de las mujeres a las identidades de los hombres que las acompañan. Hoy, al homenajearla, estamos reparando esta iniquidad. Porque sabemos que antes o después de Bolívar, con el o sin él, nuestra Manuela se hubiese igualmente llenado de gloria.
Quiero terminar citando un extracto del famoso poema que Pablo Neruda dedico a Manuela: “La insepulta de Paita”:
En Paita preguntamos
por ella, la Difunta:
tocar, tocar la tierra
de la bella Enterrada.
No sabían.
(…) detuve al niño, al hombre,
al anciano,
y no sabían dónde
falleció Manuelita,
ni cuál era su casa,
ni dónde estaba ahora
el polvo de sus huesos.
¡No hay que buscar más, Manuelita está aquí!
Y la gente de Paita está orgullosa de nuestra Manuela. Desde que Neruda paseó por estas calles, se ha levantado la bandera de la Libertadora.
Gracias al compromiso de personas como el señor Miguel Godos y nuestro añorado Manuel Dammert, Manuela Sáenz se convirtió en un compromiso. Tal día como hoy, el 26 de noviembre de 2013, hace 8 años, se firmó la Declaración de Paita con el objetivo de difundir el legado libertador de Manuela Sáenz. Tengan por seguro que el gobierno del presidente Castillo, el gobierno del cambio, se incorporará a este deber patriótico y bolivariano.
Manuela es independencia, es integración latinoamericana, Manuela es la voz de los sin voces y la luz de las mujeres. Cuenten con nosotros para mantener encendido esta llama.
En nuestro bicentenario de la independencia, 165 años después, aquí está Manuela.
Encontramos sus cenizas ardientes confundidas con el polvo arenoso de las calles, con el espíritu insumiso de la gente. Las encontramos en las estrellas que recaen cuando la hermosa luna de Paita incendia la noche.
Aquí está Manuela.
En los ojos de la niña soñando con amor y paz
En las manos gastadas de la agricultora que nos trae el pan
En el pliegue de las arrugas de nuestras abuelas, exigiendo una vejez digna
En el alma de las mujeres que luchan por sus derechos y por su dignidad
En los latidos de un pueblo digno dispuesto a ser libre
Aquí está Manuela, reposando por la eternidad, marcando historia y trazando el camino de nuestro porvenir.
Aquí estás Manuela. Con nosotras, con nosotros. Para siempre.
Que viva Manuela Sáenz
Que viva las mujeres luchadoras
Que viva el Perú bicentenario
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