El rostro de Pablo Escobar que observa impasible
desde lo alto de una bandera verde y blanca marca claramente la entrada
al barrio y confirma que éste es el lugar adecuado.
El célebre narcotraficante ha estado muerto por
20 años, pero su recuerdo parece estar más vivo que nunca en Colombia,
donde muchos lo consideran un monstruo pero otros aún lo veneran como a
un santo.
Y éste, el barrio de Medellín que
reivindica orgulloso su nombre, es sin duda el sitio más obvio para
empezar a tratar de entender la contradictoria relación que con su
recuerdo mantienen los colombianos.
Lo de "monstruo" es facilmente comprensible:
según los cálculos más conservadores, a lo largo de su carrera criminal
Escobar fue responsable de al menos 4.000 asesinatos y libró una guerra
sin cuartel en contra del Estado.
Para ello mandó a matar a rivales, políticos,
jueces y periodistas, ofreció recompensas por cada policía asesinado y
no dudó en dinamitar aviones de pasajeros y edificios públicos,
abaratando como nadie el precio de la sangre y marcando con el recuerdo
de su ola de terror a toda una generación de colombianos.
Pero aún así los más de 16.000 habitantes de la
urbanización "Medellín sin tugurios" insisten en llamar a esta
aglomeración de casas humildes que se apiñan en la ladera de una montaña
"Barrio Pablo Escobar".
Y el rostro y el nombre del que muchos consideran el criminal más rico y despiadado del siglo XX también están por todas partes.
Agradecimiento
La explicación más sencilla, pero también la más abusada, es el agradecimiento.
Fue el propio Escobar quien mandó a construir
las primeras 443 casas de esta barriada –que actualmente tiene unas
4.000 viviendas– para dárselas a los más pobres de la ciudad, entre los
que también acostumbraba repartir canchas de fútbol, dinero, medicinas y
alimentos.
"Nosotros respetamos el dolor de las víctimas
pero le pedimos a la gente que por favor entiendan la alegría nuestra,
lo que significa salir de un basurero a vivir a una vivienda digna, que
se la regalen a cambio de nada", le dice a BBC Mundo Ubernez Zavala, el
presidente de la Junta de Acción Comunal del barrio.
Y doña Franquelina Guerra Carvajal, de 78 años, una de las fundadoras de la urbanización, es incluso más tajante.
"Él fue una buena persona. Nosotros estábamos
viviendo muy mal, él nos hizo una visita allá (al basurero) y nos dijo
que nos iba a comprar un lote para hacernos unas casas, porque nosotros
éramos unas personas que merecíamos lo que merecía un rico", le cuenta a
BBC Mundo rodeada de sus nietos, mientras sostiene en sus rodillas una
foto de Escobar y otra de su madre.
"Yo no conocí nada de eso. Yo lo que conocí fue
lo bueno de Pablo", contesta cuando se le pregunta por el lado oscuro de
su benefactor.
"Yo pienso que eso nunca fue así, porque yo nunca supe", responde a cualquier sugerencia de atentados con bombas y asesinatos.
Rebeldía
El de doña Franquelina es un escudo que he visto desplegado incontables veces, y no sólo en Latinoamérica.
De alguna manera, para poder sobrevivir a menudo
elegimos de la realidad solamente aquello que nos conviene, lo que no
incomoda, lo que no cuestiona.
Pero aquí, en el barrio Pablo Escobar, esa
actitud también parece reflejar una profunda desconfianza hacia los
discursos oficiales, hacia las versiones de la historia de aquellos que
siempre los han tenido abandonados.
Y la necesidad de plantarle cara a la élite
altiva y al Estado lejano parece resonar en las palabras de Uber Zavala
cuando me cuenta de la complicada relación de su barriada con las
autoridades locales.
"El barrio ya va a cumplir 30 años y no tiene
cancha, no tiene escuela, no tiene sede comunal, tiene pocas vías, no
tiene un parque", se queja Zavala, a quien también le dicen "El mocho"
pues perdió su brazo izquierdo combatiendo en el ejército colombiano.
"Un alcalde nos dijo que para ayudar al barrio
había que cambiarle el nombre. Pero nosotros no vamos a cambiar la
dignidad por bolsas de cemento", sostiene.
"Un alcalde nos dijo que para ayudar al barrio había que cambiarle el nombre. Pero nosotros no vamos a cambiar la dignidad por bolsas de cemento"
Ubernez Zavala
El orgullo detrás de sus palabras me hace
recordar que era precisamente en los barrios más pobres de Medellín
donde Escobar reclutaba a sus sicarios.
En esos casos, la promesa de dinero rápido
seguramente era la parte más importante del trato. Pero el politólogo
Gustavo Duncan sugiere que cierta dimensión política también puede
ayudar a entender mejor por qué esos jóvenes estaban tan alegremente
dispuestos a morir y matar por el capo.
"Nosotros no íbamos a morir robando un banco.
Pablo Emilio nos dio la oportunidad de morir declarándole la guerra al
Estado", explica uno de esos pistoleros en el ensayo "Una lectura
política de Pablo Escobar", escrito por Duncan y citado por la revista
Semana.
Simbolismo
Tal vez ahí hay otra explicación: en las calles
de barrios como el Pablo Escobar, que abundan a lo largo y ancho del
territorio colombiano, todavía prima la sospecha y el resentimiento para
con los representantes del Estado.
Y eso también podría explicar la vigencia de la imagen del capo.
La suya es, después de todo, una imagen
tremendamente poderosa, que puede resultarle especialmente atractiva a
los desesperados y a los jóvenes que no tienen recuerdos de su violencia
y quieren confrontar a las autoridades.
Y, como explica Mark Bowden en el libro Killing Pablo,
Escobar también apostó desde un inicio en favor los sentimientos
anti-norteamericanos, presentando su negocio como algo que no tenía por
qué afectar a los colombianos.
"Según este razonamiento, Pablo no sólo se
estaba enriqueciendo a él mismo, también estaba dándole un golpe al
establecimeinto y usando su dinero para construir una nueva Colombia. A
nivel internacional le estaba quitando a los ricos para darle a los más
pobres", escribe el periodista estadounidense.
Aunque la evidencia de un uso declaradamente
político de la imagen de Escobar –al menos la que yo puedo encontrar– no
pasa de la anécdota.
Ahí están, por ejemplo, los carteles con el
rostro de Escobar y el mensaje "Pablo Presidente" que durante las
elecciones de 2003 aparecieron por todo Medellín, explicados después por
las autoridades como una "instalación" de un artista conceptual
bogotano.
Y también la sencilla constatación de que, en
las calles de la capital antioqueña, pegatinas con el rostro de "El
Patrón" se venden a 3.000 pesos (US$1.50) y al lado de las del Che
Guevara.
"Pero de esas dos la que más vendo es la de
Pablito. Se vende más harto la de Pablo Escobar que todas las otras
calcas", le dice a BBC Mundo José Giraldo, un vendedor ambulante.
"Hay mucha gente que pasa y me dice que por qué
vendo eso", cuenta mientras conversamos al lado del semáforo donde se
gana la vida.
"Pero yo les digo: no, también vendo la de Cristo, es la que le guste, para todos los gustos es que yo vendo".
Ambición
Las ganancias que genera Escobar después de muerto
Utilizar un reproductor alternativo
Las palabras de Giraldo son un buen recordatorio
del proverbial espíritu emprendedor colombiano, particularmente
arraigado entre los habitantes del departamento de Antioquia.
Y ciertamente en la fascinación por Escobar –de
quien se dice llegó a controlar hasta el 80% de la cocaína que entraba a
Estados Unidos, lo que según la revista Forbes le permitió convertirse
en uno de los diez hombres más ricos del planeta– también es posible
notar algo de admiración por su talento para "hacer plata".
"Los paisas somos tan emprendedores que inventamos el narcotráfico", he escuchado decir en más una ocasión.
Y el economista Alejandro Gaviria, exdirector
del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad de Los
Andes, ha hecho notar que los narcos también fueron los primeros
grandes exportadores de Colombia.
"Se adelantaron 20 años a la apertura económica", escribió Gaviria.
De hecho, durante los primeros años del reinado
de Escobar, ni el Estado ni la sociedad colombiana tuvieron reparos en
hacerse de la vista gorda con sus actividades o en beneficiarse con la
gigantesca inyección de recursos generados por el narcotráfico.
Y los problemas solamente empezaron cuando este quiso salir de las sombras e ingresar a la política.
Ahora, sin embargo, el paso del tiempo parece haber logrado transformar a Escobar en un negocio legítimo y cada vez más boyante.
En las calles de Medellín, por ejemplo, no sólo
se consiguen pegatinas con su imagen, sino también camisetas, relojes y
libros dedicados al famoso capo.
Y la inmensa popularidad de la serie "El patrón
del mal", producida por Caracol Televisión, no sólo la ha convertido en
uno de los mayores éxitos comerciales en la historia de la televisión
colombiana –la televisora ha vendido la serie a por lo menos 66 países–,
sino también en una importante fuente de ingreso para los vendedores de
productos piratas.
"La serie es un éxito en el país, todo el mundo
volcado a comprar la de Pablo Escobar", le dice a BBC Mundo José
Bustamante, quien vende CDs y DVDs "artesanales" en el atareado sector
comercial de Junín.
Y si Caracol no tiene reparos en hacer algo de
dinero con la historia de uno de los más grandes criminales colombianos,
este humilde comerciante tampoco.
"A mí no me molesta vender porque esa fue una guerra que de pronto a uno no le tocó", explica Bustamante.
"Usted sabe que hoy en día todo es por la plata", agrega, con una frase que podría haber sido pronunciada por el propio capo.
Imitación
Es difícil establecer con seguridad si series
como "El patrón del mal" –que fue objeto de un furioso debate en
Colombia cuando se estrenó el año pasado– son causa o consecuencia de la
fascinación por Escobar.
Pero una de las víctimas del capo, Federico
Arellano, está convencido de que su comercialización ayuda a perpetuar
un peligroso mensaje.
"Llegar a la casa por la noche, prender el
televisor y ver la cara de este señor, pues me parece un insulto, es una
bofetada", afirma el hijo de una de las 110 víctimas fatales del
atentado en contra del Vuelo 203 de Avianca, ordenado por Escobar hace
24 años en un intento por deshacerse del entonces candidato presidencial
César Gaviria.
"Mientras que en lo social el mensaje es
absolutamente nocivo: es 'vaya de una vez, enfílese en la delincuencia,
que eso le da dinero muy rápido y así puede sacar a su familia de
pobre'", me dice Arellano –quien preside una fundación de víctimas de
Pablo Escobar– durante una conversación celebrada en Bogotá.
Y, de regreso en Medellín, termino preguntándome
si no son precisamente los que quieren emular a Escobar quienes llegan a
su tumba en las afueras de la ciudad a depositar ofrendas, a pedirle un
milagro.
"Siempre le tiran billetes ahí, platica menuda,
billeticos, hasta libras de arroz", le cuenta a BBC Mundo Federico
Arroyave, quien se encarga de darle mantenimiento a la tumba de mármol
verde y grava blanca rodeada de cipreses en la que reposa el capo.
Y es que, a pesar de los peligros, aspirantes al trono de Escobar nunca han faltado.
Una galería de capos del narcotráfico muertos o capturados, publicada recientemente por Semana, suma 50 retratos.
Y esa galería solamente incluye a los más importantes.
Leyenda
Según estimaciones oficiales, desde la muerte de
Escobar hasta la fecha las autoridades colombianas han incautado
1.150.000 kilos de cocaína, por un valor aproximado de US$29.000
millones.
"Llegar a la casa por la noche, prender el televisor y ver la cara de este señor, pues me parece un insulto, es una bofetada"
Federico Arellano
Pero hay una estadística que ayuda a entender
por qué, aunque el negocio sigue, son muchos los que están convencidos
que nunca más habrá otro "Pablo".
Mientras que él estuvo al frente del Cartel de
Medellín por 15 años en la actualidad la mayor parte de los
narcotraficantes no logran mantener su liderazgo por más de dos años
antes de ser "dados de baja" o capturados por las autoridades.
Y ninguno tiene el peso simbólico de Escobar: el
pionero, el más rico, el más ambicioso, el más extravagante; el único
dispuesto a enfrentarse de tú a tú con el Estado colombiano.
No en balde nadie en el mundo del narcotráfico
ha hecho correr los ríos de tinta que ha merecido Pablo Escobar, o sido
objeto de tantos proyectos de película, libros y reportajes.
Los lugares vinculados a su leyenda ya son además parte del circuito turístico de Medellín.
Y el año pasado fueron 176.000 las personas que visitaron su antigua hacienda, "Nápoles".
Recuerdos
Hace calor en la propiedad de casi tres mil
hectáreas, ubicada casi a medio camino entre Medellín y Bogotá, desde la
que Escobar controlaba su imperio criminal: la Hacienda Nápoles.
Y tal vez por eso los juegos acuáticos que hoy constituyen parte de su atractivo están rebosados.
Abandonada durante años, la hacienda actualmente
alberga un ambicioso parque privado que en principio no podría estar
más alejado de Escobar, pues está dedicado al África, los dinosaurios y
el agua.
Pero la avioneta que supuestamente utilizó para
transportar su primer cargamento de cocaína a Estados Unidos sigue
marcando la entrada a la hacienda y el zoológico al aire libre que es
una de las principales atracciones del parque también podría
considerarse un guiño al pasado.
Efectivamente, entre las excentricidades más
famosas de Escobar estaba su colección de animales exóticos
–rinocerontes, elefantes, camellos, cebras, jirafas, canguros…– y el
capo permitía la entrada a la hacienda de todos los interesados.
Y los descendientes de sus famosos hipopótamos
–inmortalizados por Juan Manuel Vásquez en la novela "El ruido de las
cosas al caer"– todavía retozan en los numerosos lagos artificiales de
la hacienda. Una de ellos, Vanessa, es uno de los símbolos del parque.
"No podemos olvidar la historia de lo que pasó aquí. Desde aquí se intentó destruir a una sociedad entera"
Óscar Orozco
Como está orientado fundamentalmente a los
niños, el empresario detrás del proyecto, Óscar Orozco, cree que la
oferta lúdica de hacienda atrae más visitantes que su vinculación con
Escobar y la historia del narcotráfico.
Pero la vieja casa-hacienda ahora alberga un
museo sobre el tema, "pues tampoco podemos dejar olvidar la historia de
lo que pasó aquí", le dice Orozco a BBC Mundo.
Y, sin dudas, la apertura del parque le ha
permitido a toda una generación de colombianos revivir con sus hijos una
experiencia que en tiempos de Escobar ellos vivieron con sus padres.
Es una generación que parece estar empezando a
comprender que no se puede entender a ella misma, ni a su propio país,
si no entiende también la historia de "Pablo".
Historia
Escobar está por todos lados, incluso en el Museo de Antioquia, el más importante de Medellín.
Ahí, la escena de su muerte en un tejado de la
ciudad, el 2 de diciembre de 1993 –mientras intentaba escapar una vez
más de las autoridades– está registrada con los rubicundos trazos de
Fernando Botero, el más famoso de los pintores colombianos.
Pero, a pesar de su ubicuidad, para muchos
colombianos la principal fuente de información sobre Escobar hoy por hoy
es la serie de Caracol Televisión y, en menor medida, algunas novelas y
reportajes. No se le estudia en la escuela, muy poco en algunas
universidades.
Y para el hijo de su primera gran víctima, el
entonces ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla, esto también puede
explicar la falta de consenso en torno al más famoso de los capos del
narcotráfico.
"Las sociedades tienen que encontrar consensos
sobre el significado del mal. Y a mí me preocupa que con muy poco rigor
histórico, con mucha irresponsabilidad, en una novela se pretenda
humanizar la figura de Pablo Escobar", dice Rodrigo Lara Restrepo.
"En una telenovela lo que prima no es el rigor
histórico sino el rating. Se trata de convertir esto en un producto
comercial, que tiene que divertir. Y cuando el crimen divierte se
banaliza", afirma.
Para Lara, la decisión de capitalizar la
historia de Escobar sólo puede entenderse como un triunfo de su legado:
"es más importante el lucro, ganarse tres pesos que la conciencia
nacional", le dice a BBC Mundo.
Aunque según el hijo el hombre que denunció por
primera vez la influencia en la política de los dineros del narco, esa
no es la única consecuencia de la vocación comercial de quienes se están
encargando de contar la historia del capo.
"Eso también les permite saltarse alegremente
muchos capítulos que algunos sectores de esta sociedad quieren olvidar y
no quieren tocar", afirma Lara.
Está convencido de que muchos de los socios de Escobar continúan libres y gozan de poder e influencia.
Escepticismo
Esa tal vez sea la última pieza del
rompecabezas: entre aquellos que se resisten a demonizar a Escobar
tampoco faltan aquellos que creen que detrás de los esfuerzos por
retratarlo como un genio del mal también están los intereses de quienes
quieren ocultar sus propias relaciones con el narco.
No necesariamente niegan su monstruosidad. Pero creen que ha llegado la hora de redimensionarlo.
"Pablo Escobar fue utilizado por los políticos
de turno, que luego fueron víctimas de la ira que ellos mismos generaron
en él", me dice, de regreso en el barrio Pablo Escobar, Ubernez Zavala.
Y su convicción de que la guerra en contra de
Escobar jamás fue una lucha entre diablos y ángeles probablemente está
reforzada por el hecho de que varios de los hombres que adquirieron
estatus de héroes en esa batalla hoy están guardando cárcel por
presuntos nexos con el paramilitarismo u otros narcotraficantes.
Un ejemplo es el coronel Hugo Aguilar, quien
afirma haber hecho el disparo que acabó con la vida del fundador del
Cartel de Medellín.
Otro, el general Miguel Maza Márquez, el exjefe
del servicio de inteligencia DAS y el objetivo de uno de los atentados
más sangrientos de Escobar, hoy acusado de complicidad en el asesinato
del candidato presidencial Luis Carlos Galán, ordenado en 1989 por el
propio capo.
Ambos niegan los cargos.
Clase
Es la hora de partir y mientras recorro por
última vez las calles del barrio "Pablo Escobar" también me pregunto
hasta qué punto la imagen de Colombia como un país de narcotraficantes
puede importarles o no a los habitantes de esta humilde barriada.
"El único consenso es que Pablo Escobar pasó a la historia. Sobre lo demás, jamás nos vamos a poner de acuerdo"
Ubernez Zavala
Efectivamente, uno de los principales problemas con el recuerdo de Escobar es que el narcotráfico no murió con él hace 20 años.
Y por eso, para muchos colombianos, "El patrón"
no es historia antigua: es el símbolo de un problema –para algunos
incluso una "cultura"– que se mantiene vigente.
El hecho de que la sangre y la muerte no hayan
dejado de acumularse luego de la desaparición de capo, sin embargo,
también ha provocado que cada vez sean más los que le asignan una mayor
cuota de responsabilidad a políticas antidrogas elaboradas con los
intereses de otros países en mente.
Y a los que más he oído quejarse de la
estigmatización heredada de Escobar son aquellos que tienen que convivir
con la sospecha y la discriminación en los aeropuertos del mundo.
No me da la impresión, sin embargo, que este sea
un problema para Uber y sus vecinos, quienes por su origen y extracción
probablemente también son tratados con sospecha en ciertos lugares de
su propia patria.
Y, sin ser un criterio automático, la verdad es
que las diferentes visiones de los colombianos sobre Escobar parecen
estar fundamentalmente cruzadas por fuertes divisiones de clase.
Tal vez por eso es que Uber no cree que alguna vez vayan a ver las cosas de la misma manera.
"El único consenso es que Pablo Escobar pasó a
la historia", le dice a BBC Mundo frente al muro verde con el rostro del
fundador del Cartel de Medellín que él mismo ayudó a pintar.
"Sobre lo demás, jamás nos vamos a poner de acuerdo", concluye.
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