Si nos piden pensar en alguien de ochenta años, nos viene a la mente una persona lenta, con achaques, sentada en una mecedora, rememorando los buenos tiempos. Pero en el caso de Oscar Emilio León Simoza, el gigante Oscar D’León, hablamos de alguien que hace apenas unos días, en el esperado reencuentro con la Dimensión Latina, llevó a cabo una serie de presentaciones en las que se subió a la tarima a cantar y bailar por varias horas, como cuando tenía 40.
“Desde sus comienzos, Oscar le incorpora a la música latina y a su rol de sonero una condición que yo no podría catalogar menos que de atlética afirma con admiración Manuel Barrios, compositor y saxofonista de la musical parroquia San Agustín. Siempre ha sido un atleta montado en la tarima, con registro potente y mucha energía”.
“En el 72, cuando comenzó con la Dimensión Latina, yo estaba pequeñito, pero lo recuerdo porque ese primer disco sonaba por acá en todas las casas. En el 76, cuando se separa de la Dimensión, lo que más destacaba era que cambió el formato para una orquestación con trombones y trompetas, aproximándose más a lo que hacían los grupos de Puerto Rico y Nueva York, y allí arranca una carrera vertiginosa en la que comienza a producir hasta dos discos por año”, añade Barrios.
A su juicio, Oscar se convierte en un gran referente porque consigue plasmar en las grabaciones de estudio toda la energía del alucinante performance que él hacía en vivo.
Allí no termina la valoración del Sonero del Mundo. El siguiente elogio es solo para entendidos en música, aunque los ignorantes también teníamos la intuición de que se trata de algo muy difícil: “Él daba esas grandes demostraciones de canto y baile, tocando el bajo. Eso requiere un nivel de pericia muy pocas veces visto porque las notas del bajo van siempre sincopadas contra el ritmo, es decir, que no es algo cuadrado, sino que debe acoplarse con el montuno del piano. Se requiere una gran independencia en las dos manos para llevar ese tumbao sincopado y, al mismo tiempo, cantar con esa soltura y esa potencia y, encima, bailar con pasos muy complejos. Era un despliegue de talento absoluto”.
Barrios, dedicado principalmente al jazz, pero obviamente conocedor del género afrolatino y un consumado melómano, señala que Oscar surge en un momento en el que el sello Fania estaba acaparando a todos los grandes. Pese a ello, cuando se van a presentar en el teatro Carlos Marx de La Habana, tienen dos invitados especiales: el dominicano Wilfrido Vargas y al astro venezolano. “La ovación que le dio La Habana a Oscar fue muy superior a la de la mayoría de los cantantes de Fania, que ya eran estrellas consagradas asegura orgullosamente-. Siendo él alguien que interpretaba, con un sello venezolano, la música de origen cubano, el son, resulta que se acercaba mucho más al sonido del gran Benny Moré que todo lo que hacía la gente de Puerto Rico y Nueva York”.
“Ver la cantidad de álbumes que ha realizado es impresionante. Se pueden distinguir varios períodos y algunos momentos definitivamente geniales, como aquel en que produjo, junto a Mauricio Silva, la pieza Se necesita rumbero. Ha contribuido a darle a la salsa venezolana un sabor muy peculiar y mantuvo siempre algunos aspectos que caracterizaron al tiempo de la Dimensión, como esos coros agudos que vienen del son cubano y que también manejó muy bien Johnny Pacheco. Pero él es una página importantísima y diferente de toda la música del Caribe. Ha sido un artista sumamente especial y auténtico”.
Barrios ponderó el reciente reencuentro del “Diablo de la Salsa” con sus excompañeros de la Dimensión, señalando que es como cerrar el círculo, aunque está claro que a todos les queda aún mucha carrera por delante.
Sobre este episodio opinó uno de los involucrados directos, el percusionista Elio Pacheco, parte de la Dimensión Latina original y actual.
“Oscar es un gran sonero, cantante y buen amigo. Lo demostró con los tres conciertos que hicimos en junio, en los que tuvimos la oportunidad de tocar todos los temas que produjimos entre 1972 y 1976. Es un trabajador eminente. En su cumpleaños le deseo muchas felicidades y que se mantenga con esa rolo de voz que sigue teniendo. Espero que volvamos a alternar en otros conciertos que vienen por ahí”, dijo.
Otro salsero de barrio adentro, Troy Purroy, expresó que Oscar, a quien él llama “el Negrito de Antímano”, ha sido motivo de inspiración para muchos músicos en Venezuela y en el resto del mundo. “En lo personal, soy percusionista y me desarrollé como bongosero, campanero y cantante y por eso puedo decir que ya tocar y cantar es algo sumamente difícil y más todavía improvisar. Tomando el ejemplo de Oscar, lo he logrado”, explicó.
“Durante todos estos años nos ha dado lo mejor que puede producir un sonero y compositor, lo que es más impresionante si se considera que no lee ni una pepa de música. Todo lo puede hacer porque tiene un gran oído y una tremenda voz”, dijo.
“En los años 80, el locutor y productor radial y televisivo Héctor Castillo, utilizó un término que me impactó: ‘la onda matancerizante’ de Oscar D’ León. Yo, a mis 16 años, me preguntaba qué era eso. Y era que los arreglos de Oscar y los muchachos de la Dimensión se basaban en la Sonora Matancera, pero le agregaron trombones, timbales y dos tumbadoras. Por eso decían que la Dimensión Latina era una Matancera con trombones”, relata Purroy.
“Crearon algo genuino, original y único en todo el planeta que llegó en un momento en que el sancocho estaba hirviendo, y no desentonaron, ocuparon un lugar muy especial. Y Oscar ha sido un ejemplo, sobre todo por la disciplina, por no caer en los excesos y por cuidarse tanto que hoy, a los ochenta años, sigue siendo un sonero fuera de serie”.
De Antímano para el mundo
En una entrevista maravillosamente fresca, realizada por dos expeloteros, Dámaso Blanco y Luis Sojo, Oscar D’ León habló de Antímano. “Mi parroquia natal, donde la negra Carmen parió a este negro”, apuntó.
En esa época, Antímano parecía estar lejos de Caracas (no había autopista ni mucho menos metro), y según el ilustre nativo “había que sacar pasaporte y hacer una fiesta de despedida para el que viajara para El Silencio… La gente decía ‘¡vamos para Caracas!’”.
“Jugué todos los juegos de los niños de esa época: trompo, escondido, la ere, fusilao, papá y mamá, policía y ladrón… Y manejé mucha bicicleta por la Acequia, que era una canal para el agua que recorría todos esos cerros. Y también volé mucho papagayo”.
Contó que su primera aparición pública como cantante fue en un restaurant llamado Sabras, que quedaba en la planta baja del edifico del diario El Universal, en la avenida Urdaneta. Los inicios con la Dimensión Latina fueron en La Distinción, en El Rosal, una historia que comenzó hace ya 51 años.
Desde las calles de los barrios El Cementerio y Germán Rodríguez, en ese rincón de la entonces llamada “parroquia foránea” Antímano, y en esos modestos lugares nocturnos de la Caracas de los años 70 partió esta leyenda de la música afrocaribeña que, para gran fortuna del país, a los 80 años sigue cantando ¡saaabrooosooo!.
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