La luz de los ojos de Pablo Escobar era su hija Manuela. Quería tanto cumplirle todos sus sueños, que cuando era pequeña le regaló un unicornio. La niña quería tener ese animal mítico y como el capo no pudo conseguirlo, simplemente hizo uno. Cuenta Popeye que cogió un fino caballo de su finca y le pegó un cuerno de vaca en la frente. Días después, el animal murió por la infección de esa improvisada cirugía. Tras la muerte del capo, la llamada princesa del cartel simplemente se desvaneció.
¿Qué pasó con ella? El portal Goal Coast se hizo esa pregunta y comenzó a indagar en su vida. En un artículo publicado esta semana, describe lo que pasó con ella de la siguiente manera. “Manuela Escobar nació el 25 de mayo de 1984, y su vida mientras su padre aún vivía parece tan aterradora que no es de extrañar que aparentemente se haya desvanecido en el aire desde su muerte... Aunque, sí, ella era la heredera de una fortuna de 30 mil millones de dólares”.
Sobre lo que fueron sus primeros nueve años, cuando su padre fue dado de baja en un increíble operativo de las autoridades, se tejen todo tipo de historias. La muerte del capo hizo que la familia Escobar Henao se fuera del país. Se sabe que cuando llegaron a Argentina ella tomó el nombre de Juana Manuela Marroquín Santos y su hermano, Juan Pablo, el de Sebastián.
La familia tuvo una vida tranquila en ese país gracias a ese anonimato. Ambos niños entraron a estudiar a un colegio en Buenos Aires, en el que hicieron amigos y tuvieron una vida relativamente normal, muy lejana a su pasado. Manuela iba en bus al colegio y tenía muchísimas amigas, cosa muy distinta a cuando vivía huyendo en Medellín.
Según cuenta un reportaje del diario El Tiempo de la época, tenía tanto talento para cantar, que Piero, quien en ese momento era el secretario de Cultura de Buenos Aires, intentó que participara en un coro que él dirigía. Sin embargo, cuando en 1999 se hizo público que los hermanos Marroquín eran verdaderamente los hijos del capo Pablo Escobar, ese sueño que habían construido se derrumbó.
A su mamá y a su hermano los enviaron a la cárcel. A ella, por ser menor de edad, no le pasó nada, pero según se ha dicho en diferentes publicaciones, por ese episodio Manuela no quiso salir a la calle ni volver al colegio. El golpe fue tan duro, que tuvo que tener clases con profesores privados en su apartamento, como lo hacía años antes cuando su papá la mantenía en un búnker para protegerla.
De toda la familia, Manuela fue la que más sufrió cuando se descubrió de quién era hija. El apellido Escobar fue durante décadas como una letra escarlata que reflejaba en ella todo el dolor y la crueldad del Cartel de Medellín.
Manuela creía que su padre era el hombre más bueno del mundo, casi que un superhéroe. Según cuenta José Alejandro Castaño en su libro Cierra los ojos, princesa, su papá era tan genial que “le hizo creer que el ratón Pérez era millonario y por eso le dejaba maletines con fajos de dólares a cambio de un diente de leche”. Agrega que cuando tenía cinco años, el capo “le había dado tanto dinero, que creyó que se había ganado seis veces el premio mayor. Él le decía que ella tenía poderes mágicos”.
En una entrevista a la revista Don Juan, su hermano, hoy Sebastián Marroquín, dice que era tanto el amor de Pablo por la niña, que una vez quemó dos millones de dólares para evitar que ella muriera. “En una oportunidad se hallaban ‘encaletados’ en una casa quinta en una de las montañas que rodean a Medellín y la zona terminó acordonada por la Policía. No tenían provisiones y el frío les estaba haciendo mella. En la madrugada la hipotermia comenzó a hacer estragos en Manuela. En la casa lo único que había eran dos costales con dos millones de dólares y Escobar decidió hacer una hoguera con ellos para evitar que se congelara”, cuenta la publicación.
También es público que parte de la sangrienta guerra de carteles se debe a la bomba que en 1988 le pusieron a Escobar en el edificio Mónaco. Este atentado se le atribuye a alias Pacho Hererra. En un reportaje de SEMANA de la época se cuenta cómo “el odio del entonces jefe del cartel de Medellín por él se debió a que la onda explosiva por poco deja sorda a su pequeña hija, Manuela. Desde esa época, Escobar juró que lo mataría y fueron muchos los intentos que hizo para cumplir su palabra”.
Manuela también adoraba al patrón. Durante mucho tiempo se dijo que en Argentina dormía con la camisa que tenía Escobar el día que lo mataron y que guardaba con recelo un pedazo de su barba bajo la almohada. Se rumora que la confusión que le produjo enterarse de todo lo que hizo su padre la llevó a una profunda depresión.
Mientras su hermano es hoy un personaje público e incluso escribió un libro sobre su vida, Manuela (hoy Juana Marroquín) ha querido vivir lo más lejos posible de los reflectores. La foto que apareció en Internet hace unos años y que la muestra con su mamá y su hermano nunca fue confirmada y solo parece ser un chisme más en la vida de misterios del capo.
El año pasado, se supo que el Consejo de Estado estudiaría un proceso que ella adelanta contra el Estado, que le ha seguido cobrando impuestos pese a no vivir en Colombia ni poder tener acceso a sus propiedades. “Los bienes que figuraban a nombre de la señora Marroquín Santos fueron adquiridos por su padre, Pablo Escobar, y los colocó a nombre de ella cuando apenas tenía tres años, y estos bienes fueron objetos de extinción de dominio por parte del Estado colombiano”, decía el memorial que presentó en su defensa.
El portal reseña a Manuela como una especie de Rapunzel del mundo horripilante de los carteles de drogas, totalmente aislada del mundo. En una entrevista exclusiva con SEMANA, su mamá, María Isabel Marroquín, contó como la vida de su familia estuvo llena de dolor. “Realmente, durante más de una década, nosotros fuimos rehenes del Estado colombiano, rehenes de los enemigos de Pablo Escobar y rehenes del mismo Pablo Escobar. Yo misma no sabía que había vivido tanta violencia de género”, explicó.
“Yo a Pablo siempre lo idealicé. Fue un romántico y un amoroso, seductor, poeta con nosotros todo el tiempo, buen padre. Tuve mis hijos desde el amor y el sueño de tener una familia”, recuerda María Isabel.
La mujer narró cómo tuvo a Manuela en medio del más grande miedo. “A los siete años de casados. Después del asesinato de Rodrigo Lara, Pablo llegó y sin explicarme nada me dijo que teníamos que irnos porque nos iban a matar. Yo tenía ocho meses y medio de embarazo de Manuela, y tuvimos que salir corriendo por la selva para llegar a Panamá. Me generó pánico atravesar la selva de la mano de un médico y de mi hijo pequeño de siete años, sintiendo que mi hija Manuela iba a nacer en medio de esa selva. Y, como si fuera poco, en medio de esa situación los medios de comunicación registraban el romance de Pablo con Virginia Vallejo y hasta se decía que se iban a casar. Hoy me doy cuenta [de] que más violencia de género que esa no hay”, dijo.
De la vida de Manuela como Juana Marroquín, su mamá ha contado pocas cosas a lo largo de estos años. Una vez se refirió al tema para el diario El Mundo de España. “Mi hija Juana aún vive paralizada. No ha podido salir del asombro del dolor que le dejó la guerra a esta familia, pues el horror la acompañó desde que estaba en mi vientre. Lamentablemente, hasta hoy siente que no cabe en este mundo a pesar de su buen comportamiento, pues la discriminación no la deja crecer y el dolor la persigue como la sombra”.
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