Con
suma precaución, Jaroslaw Nowakowski saca de una red suspendida de un
árbol un ejemplar del ave más pequeña de Europa y se la lleva al laboratorio para constatar cómo el cambio climático ha cambiado esta especie.
Este reyezuelo, que
sólo pesa 4,5 gramos, quedó atrapado en la red mientras sobrevolaba con
miles de aves migratorias este bosque de pinos de la península polaca
del Vístula en el Báltico.
Nowakowski, un ornitólogo de la Universidad de Gdansk, lo desplaza en una pequeña bolsa de algodón hasta un laboratorio instalado en una tienda de campaña.
“Podríamos preguntarnos
por qué estudiamos desde hace 55 años los mismos pájaros. Pero es que
incluso en tan poco tiempo, estos ya han evolucionado: la forma de sus
alas ha cambiado, puesto que se han adaptado a las nuevas condiciones
que les hemos impuesto con el cambio climático, la urbanización y la deforestación”, afirma.
“La evolución sucede delante de nuestros ojos. No es una historia de dinosaurios”.
Nowakowski estudia
minuciosamente el ave, mide sus alas y plumas, así como las patas y la
cola. Luego le coloca un anillo con un número, antes de soltarlo para
que continúe su migración hacia el sur o el oeste de Europa.
“Estudiamos las aves
con los mismos métodos” desde hace 55 años sin interrupción y eso “nos
ha permitido crear la mayor y más exhaustiva base de datos continuos en el mundo”, dice este doctor en biología y jefe del proyecto.
Nowakowski constata que
“en algunas especies, la forma puntiaguda del ala, más aerodinámica y
adaptada para los largos trayectos, ha cambiado y ahora es más redonda,
indicada para los vuelos de corta distancia”. Un fenómeno que achaca al
cambio climático.
Si persiste el calentamiento
del planeta y la superficie del Sáhara se sigue extendiendo, algunas
especies no lograrán sobrevolar este desierto. Y si el clima se enfría
bruscamente, no podrán migrar a las zonas más cálidas, asegura.
“Gracias a nuestros estudios, ponemos las pruebas sobre la mesa y alertamos a la opinión pública. Pero sin grandes efectos en general…”, lamenta.
Con sus 96 km de largo, el estrecho cordón del Vístula, entre el mar Báltico y una bahía, es junto a Gibraltar y el estrecho del Bósforo uno de los sitios migratorios más conocidos.
“Aquí se cruzan tres rutas migratorias”, afirma Nowakowski.
Un anillo en el paté
Los ornitólogos polacos
anillan unos 50.000 pájaros al año en los tres centros de estudios de
la costa báltica, sobre todo los más pequeños, como las especies
paseriformes.
Eso les permite
constatar también otro peligro para las aves: la caza, ilegal o no, en
el Mediterráneo. Por ejemplo, en Francia, Grecia e Italia, la carne de
la agachadiza es codiciada por los ‘gourmets’.
“A veces, nos devuelven
los anillos, es una regla enviarlos a los países de origen. Más de un
francés ha debido hincar el diente” en uno de ellos, ya que en la caja
en la que los envían a veces especifica que fue hallado en un paté,
explica.
En el bosque, el
trabajo no cesa. Los ornitólogos, ayudados por una quincena de
voluntarios, controlan las 50 redes cada hora. También durante la noche,
puesto que un pájaro atrapado no sobreviviría hasta el alba.
“Hay días en que apenas
captamos una treintena de aves, otros entre mil y dos mil. No dormimos
mucho. Sin los voluntarios, no podríamos hacer nuestros estudios”,
afirma Nowakowski.
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