La pandemia por el COVID-19 ha transformado todos los ambientes, espacios y la vida cotidiana y los trabajos de toda índole, uno en especial, el sexual, le ha tocado reinventarse y explorar otras formas de ofrecer sus servicios
La pornografía es la experiencia sexual más común disponible en línea, quizá es tan común que ha surgido un mercado para intimidades más raras.
Botellas de agua de baño de influencers se venden a 30 dólares el frasco. Algunas modelos de videollamadas se han apartado de las actuaciones eróticas puesto que pueden ganar más vendiendo galletas caseras y broches de cabello. Incluso puedes pagarle a un desconocido para que se atiborre de bocadillos de Trader Joe’s, si te gustan este tipo de cosas.
Para algunas personas, esa clase de servicios son un empleo
de tiempo completo. Otros lo ven como un trabajo complementario, en el que la
remuneración por hora puede ser mucho mayor al salario mínimo por, digamos,
pasear perros o servir de barman. Además, puedes hacerlo desde la comodidad de
tu apartamento o tu residencia de estudiante.
“Tendría que trabajar de niñera durante muchas horas para
ganar 250 dólares, los cuales puedo conseguir en unas pocas horas de trabajo
sexual en línea”, dijo Ella, de 19 años, estudiante de segundo año en la
Escuela de Diseño Parsons que solicitó que se le identificara por su nombre de
pila como una precaución de seguridad. “Lo sé porque fui niñera durante mucho
tiempo. Lo odiaba”.
Ella relató que, en su primer semestre en Parsons, ganaba
alrededor de 800 dólares a la semana de distintas fuentes de ingresos
basadas en el trabajo sexual, entre ellas estaba la venta de
fotografías de sus pies. Abrió una cuenta de OnlyFans después de que cerró
su campus en la primavera y regresó a vivir a su casa de la infancia,
pero aún no ha publicado nada en esa plataforma. “Es un poco difícil hacerlo
con mi familia siempre en casa”, comentó. En la mayoría de los casos, sus
clientes se comunican con ella a través de sitios de uso más común como Tinder
e Instagram.
“Muchos sexoservidores ahora ofrecen parte o la totalidad de
sus servicios en un entorno digital”, señaló la socióloga Angela Jones en un
artículo académico de 2016 llamado “I Get Paid to Have Orgasms” (me pagan por
tener orgasmos), publicado en la revista Signs Journal of Women in Culture and
Society de la Universidad de Chicago. En otras palabras, el trabajo sexual ha
sido, en gran medida, un oficio virtual desde hace años.
La pandemia solo ha acelerado esa tendencia. En marzo y
abril, por ejemplo, OnlyFans declaró que vio un aumento del 75 por ciento en
sus nuevos usuarios y creadores.
Tal vez ya es bien sabido que el hecho de venderte a ti
mismo —tu cuerpo, tu contenido, tus fotografías de desnudos, tu apetito, tu
línea telefónica— ya no es un tabú ni es considerado denigrante. Muchas
personas, sobre todo las que crecieron con las redes sociales, se sienten
totalmente cómodas con exponer cada detalle de sus vidas en línea. Además, la
idea de que cualquier cosa o persona se puede monetizar como una marca se ha
convertido en una creencia popular en el mundo empresarial.
“Bueno, quizá soy parcial porque soy una estudiante de arte
que vive en la ciudad de Nueva York, por lo que mis amigos y yo vemos el
trabajo sexual en línea como algo muy normal”, afirmó Ella. “Hablamos sobre
estar conscientes de nuestro privilegio, en el sentido de que somos
trabajadores sexuales y no tenemos que serlo”. (Para la gran mayoría de los
sexoservidores, hay menos alternativas).
Sin embargo, es válido cuestionar, ¿qué tiene de atractivo
que alguien te pague por contar tus estrías, o vender fotografías de tus
falanges a desconocidos?
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