(Caracas, 17 Septiembre).- 58 años se cumplen, este martes, del adiós
físico del pintor venezolano, Armando Reverón, quien con sus métodos
considerados como anacrónicos abonó el terreno para el surgimiento de
una modernidad plástica nacional de rasgos orgánicos y naturistas, muy
contrarios a las vanguardias cimentadas en la Europa de mitad del siglo
XX.
En la Venezuela de los primeros años del siglo pasado las técnicas
del grabado, pintura, escultura y cerámica eran concebidas como las
únicas artes académicas practicadas. Sin embargo, el escenario se
transformó con la puesta en marcha de una decisión que cambiaría el
panorama artístico nacional, así como la vida del joven pintor Reverón,
formado en las academias de Bellas Artes de Francia, España y Venezuela.
"Fue el pintor ruso Nicolás Ferdinandov, quien le recomienda a
Reverón que para hacer una obra nueva y singular debía aislarse del
mundo. Él tomó dedillo de eso y se aisló en Macuto hasta construir ese
rancho caribeño alternativo, levantado en colaboración con pescadores de
la zona. El pintor hizo de ese espacio el lugar de la modernidad
venezolana", adelanta el investigador de la Galería de Arte Nacional
(GAN), Félix Hernández.
Con 30 años avanzados y el apoyo de su compañero de lienzos, Reverón
se instala frente al mar bravío de la costa varguense, en La Guaira;
inicia la construcción del legendario Castillete e inmediatamente cambia
el paradigma estético reconocido por las academias universales del
arte: performances, objetos ausentes de funcionalidad, yute o sacos de
almacenamiento rudimentario como lienzos, colores revueltos en sus
propias manos en sustitución de óleos de alta calidad artística fueron
las primeras piedras arrojadas.
La modernidad impuesta por Reverón se considera anacrónica por su
metodología, regreso a la naturaleza y prácticas orgánicas decididas a
interponer la humanidad emotiva y simbólica de los objetos frente a
nuevos conceptos o reproducciones en masa de la pieza artística.
En Europa, la modernidad como nuevo periodo del arte se sembró a
partir de colectivos de intelectuales, artistas y críticos, quienes
sostuvieron el modelo apoyados en recursos académicos de los más altos
niveles de calidad. En el país, la modernidad la cimentó un único
hombre, de rasgos algo estrambóticos, llamado Reverón.
"Él (Reverón) se fue a lo sencillo, a lo mítico, al espacio esencial
rescatado en favor de lo que debería ser el destino de nuestra
modernidad", agrega Hernández.
De esta forma, el pintor levantó su museo moderno paradójicamente
hecho de barro, paja, toscas piedras y a distancia apartada de esa urbe,
que también reclamó el pincel astuto del pintor. Pues, si bien Reverón
fue estimulado por la élite capitalina para retornar a las amplias
avenidas de Caracas para continuar su obra enigmática; también su figura
se mezcla con la cotidianidad del pueblo costeño que lo vio construir
su Castillete.
Su memoria plasmada quedó en el canto popular de Alí Primera o en las
anécdotas recordadas por habitantes de La Guaira. Por ejemplo, cuenta
Hernández:
"Una tarde Armando pelaba un mango (o aguacate) a las afueras del
Castillete. De pronto llegó un señor preguntando por el 'Pintor loco de
Macuto': '¿Dónde está el pintor loco? Yo quiero verlo pintar', dijo el
hombre. Reverón, tranquilo, entró a buscar lo pedido. Cuando el hombre
entró sonó una campana y Pancho (mono) empezó a pintar con el caballete
enfrente".
Pancho era la mascota de aquel hogar, condicionada por el artista para pintar frente al caballete al sonido de la campana.
Cosmogonía de un artista irreverente
En palabras del investigador, atravesar las puertas del Castillete
era parecido a un ritual fantástico, repleto de objetos encantados y
muñecas de rasgos humanizados. Era también explorar aires salados de
mar, moverse al ritmo de las palmeras, absorberse en la piel tostada de
los cuerpos al ritmo de los tambores, así como expandir los sentidos al
contacto de nuevas experiencias artísticas y espirituales.
Floreros de palos secos y rosas marchitas de papel periódico, alas de
murciélago camufladas en papel tostado, curiosas lámparas de kerosene,
pajareras elaboradas en papel de colores amarradas con cabuya y objetos
de mimbre superpuestos con taparas como pechos femeninos son algunas
ilustraciones del transitar.
Los objetos eran complementarios cuando el artista decidía recibir a
sus visitantes con alguna performance o escena similar al teatro absurdo
en las que podía hablar a través de un teléfono dañado o escuchar la
radio mediante un aparato que apenas echaba chispas.
Las peculiares muñecas han sido consideradas inmorales por algunos
críticos de arte, debido a que argumentan su uso sexual por parte del
creador y aunque las hipótesis no están comprobadas, para Hernández
estas excentricidades tienen raíz psicológica en los años pueriles de
Reverón.
"La madre de Reverón era una burguesa coqueta y el padre un
drogadicto, al nacer el niño, ellos lo entregaron a otra familia para su
cuidado y educación. La niña de la familia se convirtió en su hermana y
también en su amor imposible. Ella y él jugaban con muñecas", relata el
también curador de su exposición permanente en la GAN.
La hipótesis del trauma también se asocia a la castidad sostenida por
él y su compañera de vida, "Juanita", con quien mantuvo por más de 30
años una relación afectiva, sin la sazón de fuegos carnales. "En su
último periodo artístico él manifestó que la mujer desnuda lo asustaba. A
partir de allí decide retratar sólo a sus muñecas. Eso hizo su obra más
abstracta", indica Hernández.
Azul, blanco y sepia fueron los ciclos creativos del "Mago de la
luz", "El loco de Macuto" o " El muñequero de pumbá", seudónimos
populares vigentes a 58 años de su partida, el 18 de septiembre de 1954.
(articulo de Osjanny Montero
AVN)
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