Cada 28 de julio, se conmemora a San Agustín, Doctor de la Iglesia
quien nació en Tagaste (hoy Souk Ahras), actualmente Argelia, en el
seno de una familia de pequeños propietarios terratenientes.
Su padre, Patricio, era un pagano de
temperamento iracundo, mientras que su madre, Santa Mónica, ha llegado a
considerarse como modelo de amor y abnegación de una madre cristiana.
Sus padres lo enviaron a estudiar a
Cartago (suburbio de la actual ciudad de Túnez), y ahí el joven Agustín
se resolvió por la retórica, llegando a ser un profundo conocedor de la literatura de su tiempo, y en especial de los clásicos griegos.
En la ciudad de Mediolanum, la actual
Milán, San Agustín tuvo oportunidad de asistir a los sermones del santo
obispo Ambrosio, quedando profundamente conmovido por sus prédicas, como
si de pronto se hubiera hecho la luz en su interior; así, el año 387, a los 33 años de edad, decidió finalmente recibir el bautismo.
San Agustín no permaneció en Roma, sino
que prosiguió hasta su ciudad natal. Vendió todas sus propiedades y se
retiró con unos compañeros a hacer vida monacal –lo que marcó el
antecedente de la Regla de lo que llegaría a ser la Orden Agustina.
En 430, cuando los bárbaros vándalos al mando de Genserico, luego de cruzar por España al norte de África, sitiaron Hipona, San Agustín contrajo una enfermedad y murió a los 76 años de edad.
La extensa obra escrita que San Agustín
de Hipona nos legó sigue siendo imprescindible en la actualidad, tanto
en teología como en filosofía. Por ejemplo sus Confesiones y La Ciudad
de Dios. La profundidad de su pensamiento le valió ser considerado uno de los cuatro más importantes Doctores de la Iglesia.
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