Haití se hundía cada vez más en el caos este martes, cuando las víctimas del terremoto se encontraban desamparadas ante el fuerte temporal provocado por una nueva tormenta tropical.
Empapados y exhaustos, los residentes no tenían más remedio que hacer sus necesidades en calles amenazadas por las inundaciones. En la ciudad de Los Cayos, más de 200 personas armaban refugios precarios en un campo de fútbol inundado, bajo un viento y una lluvia persistentes.
Todos eran víctimas del terremoto de 7,2 grados del sábado, que redujo a polvo decenas de miles de hogares en cuestión de segundos. Al menos 1.400 personas murieron, según un balance aún provisional. Con sólo un gorro de ducha para protegerse del agua, Magalie Cadet está agotada por los tres días de penurias que acaba de soportar.
«Hasta para hacer nuestras necesidades no tenemos dónde ir, así que tenemos que buscar en las calles para hacerlas», se lamenta esta mujer de 41 años, con los nervios de punta por las constantes réplicas del terremoto. «Anoche me refugié cerca de la iglesia, pero cuando sentimos que la tierra volvía a temblar, volví corriendo aquí», suspira.
Unas 6.900 personas, algunas de las cuales fueron sacadas de los montones de escombros, resultaron heridas por los temblores. Las autoridades han hecho un llamamiento a donantes de sangre.
– Mejor «mojada que muerta» –
Al calvario de los damnificados que duermen a la intemperie se sumaron los chubascos de la tormenta tropical Grace el martes. Es probable que las lluvias provoquen «grandes inundaciones» en algunas zonas, según el Centro de Huracanes de Estados Unidos, con sede en Miami.
En estas condiciones, las autoridades haitianas pidieron que se «extreme la vigilancia» por las casas agrietadas, que podrían terminarse de derrumbar bajo el peso de la lluvia.
El acceso al agua también sigue siendo muy limitado en algunos lugares, como en la comuna de Pestel, donde más de 1.800 cisternas están agrietadas o destruidas. Unos meses después del terrible terremoto de 2010, que costó la vida a 200.000 personas, la mala gestión de las aguas residuales en una base de la ONU facilitó la propagación del cólera en el país.
Los residentes que construían a toda prisa refugios al aire libre estaban abatidos.
«Anoche lo pasamos muy mal. Mucho viento y luego la lluvia. Me quedé sentada, las ráfagas nos echaban agua encima», cuenta Natacha Lormira, sosteniendo en una mano el fino trozo de madera al que está sujeta una lona rasgada.
«No quiero pasar por debajo de una galería o de una esquina de una pared, porque todos hemos visto morir a gente bajo trozos de paredes. Así que nos resignamos: es mejor estar mojado que muerto», se lamenta.
Empapado por la continua lluvia, Vladimir Gilles intenta plantar algunos trozos de bambú lo suficientemente profundos en el césped para proteger a su mujer y a su hijo. «Mi casa está destruida, no tengo dónde dormir. Necesitamos una sábana de plástico sólo para dormir en seco, pero el Estado no hace nada», dice este joven de 28 años.
El primer ministro Ariel Henry declaró el estado de emergencia durante un mes en los cuatro departamentos afectados por la catástrofe. Pero el país más pobre del Caribe se enfrenta a un caos político, un mes después del asesinato de su presidente Jovenel Moise, que complica su gobernanza.
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